PAX NARCA. ¿Concesión al crimen o búsqueda de estabilidad?

Todo hace suponer que en la historia de México la pax narca pactada con algunos grupos delictivos sí ha existido. | Fotografía: Archivo

En medio del turbulento panorama del narcotráfico mundial, surge un término que suscita controversia; me refiero a la llamada “PAX NARCA”. Este concepto, que evoca la idea de una supuesta “paz” dentro del mundo del narcotráfico, plantea interrogantes fundamentales sobre la ética, la legalidad y las políticas de seguridad en los países que por la razón que sea han sido afectados por esta problemática.

Para comprender adecuadamente la PAX NARCA, es necesario remontarnos a un precedente histórico, la llamada PAX ROMANA, un periodo de relativa estabilidad y paz que abarcó aproximadamente desde el año 27 a.C. hasta el 180 d.C. y que coincide con el apogeo del Imperio Romano. Durante esta época, el vasto territorio bajo el dominio de Roma experimentó una relativa ausencia de conflictos militares importantes, lo que permitió un desarrollo cultural, económico y social significativo en muchas regiones. Pero ahí termina toda similitud.

La llamada PAX NARCA es una realidad muy distinta. Aunque pueda parecer paradójico hablar de “paz” en un contexto de narcotráfico, la PAX NARCA implica un estado de relativa calma derivado de acuerdos necesariamente informales, secretos en realidad, entre los carteles y las autoridades, donde estos últimos toleran ciertas actividades ilícitas a cambio de evitar conflictos violentos que puedan perturbar el orden público. ¿Le suena conocido este esquema?

Desde el punto de vista legal, aceptar una PAX NARCA implica una muy grave concesión por parte del Estado. Al hacerlo, se está esencialmente legitimando la actividad criminal y renunciando al imperio de la ley en favor de un equilibrio precario basado en la tolerancia hacia el narcotráfico. Esto socava la autoridad del Estado y debilita las instituciones democráticas, además de que inevitablemente perpetúa un ciclo de corrupción e impunidad que mina la confianza ciudadana en el sistema judicial.

Una realidad que es obligado aceptar; pactar con los cárteles de la droga no es cosa sencilla, El problema reside, y esto es un razonamiento elemental, en que el narco, por la misma naturaleza de sus negocios, cuenta con mayores incentivos para no cumplir con lo pactado y de paso – esto es peor- tiene sobradas razones para considerar a su contraparte como débil, pues el mensaje que recibe es que no pueden combatirlo.

La aceptación de una PAX NARCA plantea un dilema ético fundamental: ¿es aceptable buscar la paz a cualquier costo, incluso a expensas de permitir la proliferación del narcotráfico y el crimen organizado? Por un lado, algunos argumentan que la prioridad debe ser la estabilidad y la seguridad ciudadana, y que tolerar ciertas actividades ilegales es un mal necesario para evitar una escalada de violencia y conflictos que afecten a la población. Por otro lado, muchos sostienen que ceder ante el narcotráfico es rendirse ante el crimen y que la única manera de garantizar la paz duradera es enfrentar enérgicamente estas actividades ilícitas y desmantelar las estructuras criminales que las perpetúan.

Varios países han experimentado en carne propia los dilemas asociados con la PAX NARCA. Lamentablemente uno de ellos es México, donde se han documentado casos de complicidad entre autoridades locales, estatales, y si nos apuramos centrales, con algunos carteles de la droga, lo que ha llevado a una situación de violencia e inseguridad generalizada en algunas regiones del país.

Evidentemente la búsqueda de la paz y la estabilidad es una aspiración legítima, la aceptación tácita del narcotráfico como un “precio a pagar” para muchos es algo inadmisible pues socava los principios fundamentales del Estado de derecho, amén de poner en peligro la seguridad de los ciudadanos.

Todo lo anterior me recuerda la frase que dirigió Winston Churchill al entonces primer ministro del Reino Unido Sir Neville Chamberlain cuando firmo el llamado Pacto de Múnich cediendo a las presiones de Adolf Hitler con la vana esperanza de detener la escalada bélica en Europa: “Os dieron a elegir entre el deshonor o la guerra. Elegisteis el deshonor y ahora tendréis la guerra”.

Está visto que no aprendemos de la Historia.