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Mujeres apostando a la vida

El Estado mexicano tiene un pendiente para dotar de agua a la población indígena. | Fotografía: Prensa Consejo Supremo Indígena de Michoacán

Lo siento, pero me declaro disidente.  Tal vez por este solo hecho, me he encontrado “viviendo otras vidas” y en distintos espacios, los últimos sesenta años de mi existencia… “para bien o para mal” (parafraseando a Mario Benedetti).

       Muchas historias, muchas enseñanzas y aprendizajes compartidos con personajes de todas las edades y de tantos rincones (sobre todo de la región michoacana) me han permitido entender que la vida resulta una permanente aventura en la que nos es posible incorporar sueños, anhelos, empeños y ejemplos propios y ajenos, que llegando a ser “tan nuestros”, se funden en el quehacer colectivo y permanente de quienes apostamos al “bien común”.

       Hace un poco más de 40 años, unas cuantas mujeres de este lugar denominado Pátzcuaro, nos propusimos hacer visible un fenómeno que continúa lacerando, tanto a sociedades urbanas, como a rurales… incluyendo a comunidades indígenas: la violencia sistémica y sistemática de género (violencia intrafamiliar).  Y ante la indiferencia de instituciones y autoridades en turno, trabajamos con instituciones aliadas: sector educativo y de salud, proponiendo educación y creación de instancias para dar atención a la problemática, de manera integral: emocional, física y legal.  Nuestra apuesta continúa vigente: sólo mediante la educación se logran erradicar vicios sociales. Y el proceso debe partir desde la infancia.  Además: es un Derecho Humano plasmado en la Constitución.

       También la memoria histórica ha venido acompañando nuestro trabajo.  Y con algunas compañeras, durante años, nos propusimos mediante talleres en comunidades indígenas, recuperar el pensamiento que guardan nuestros mayores, respecto a la vocación que toda comunidad mantiene como “custodia” de agua, bosque y territorio: lo más sagrado de su existencia; lo que no se mide con la avaricia ni se cuenta con la ambición y el despojo.  Santa Fe de la Laguna, Zirahuén, Nocutzepu, Huecorio, Cuanajo y Tanaco, entre otras, permitieron que el diálogo entre mayores, niños y niñas, dieran como resultado esos espacios de encuentro y re-aprendizaje.  Y en Pátzcuaro, con respaldo del Programa de Apoyo a la cultura Municipal y Comunitaria, la realización de talleres denominados “Recontando nuestra Historia”, en los barrios más antiguos del lugar, participando adultos, niños y niñas y logrando además la edición de un cuadernillo-memoria que se entregó a participantes y centros educativos del lugar.

     Fue también un pequeño grupo de mujeres quienes conmemoramos de manera pública y por primera ocasión en Pátzcuaro, el Día Internacional de la Mujer, en 1992.  Y no como una fecha para “celebrar”, sino para reivindicar la lucha de las mujeres obreras de Nueva York, que desde finales del siglo XVIII enfrentaron la ambición del gran empresariado internacional, logrando con su sacrificio reducir la jornada laboral para todxs y reconocer algunas prestaciones derivadas de su condición de género. 

       Y con algunas de estas amigas y compañeras de tantas décadas, es que desde hace más de 35 años hemos trabajado, desde la ciudadanía, en lo que concierne al medio ambiente.  Talleres, Diplomados, Cursos, Conferencias y Capacitación en Derechos Ambientales, nos llevó a coincidir con más hombres y mujeres realmente interesados en una problemática que desde entonces se auguraba cada vez más compleja… si no se tomaban las medidas adecuadas para detener un acelerado proceso… que ahora ya tiene un nombre: Cambio Climático.  Desde entonces, me parece que cada vez menos personas han tomado con seriedad el compromiso que tenemos, como habitantes de una “casa común”, que es el planeta Tierra, en conocerle, amarle y cuidarle.  Gaia denominamos a esta maravillosa “partícula del Universo”, de la que casi desconocemos su historia y mucho menos sabemos de sus comportamientos y su admirable tolerancia.

       Y si de la Tierra sabemos o nos interesamos tan poco, sorprendente resulta darnos cuenta del enorme desconocimiento que poseemos del sitio o pequeño espacio que habitamos.  En este caso: de Pátzcuaro, como una de las poblaciones que conforman el territorio o Cuenca Lacustre.  Alguna vez mi madre, nacida en un lugar bello llamado Cuetzalan, en Puebla, cuestionó, cuando yo terminaba alguna “tarea” de geografía: “saben historia de los griegos, los romanos y fenicios… pero de su pueblo, ¿cuándo les enseñan?”.  Yo estoy segura que varias de mis contemporáneas (de aquí y de otros lados) también fueron “laceradas” con estas interrogantes.  Pero sin duda que a mí sí me marcaron las apreciaciones de mi madre (orgullosa de su terruño) y el hábito de la lectura, como herencia de mi padre.

       Cuando hablo del presente, recurro a la frase “Dios las hace… y ellas se juntan”.  Precisamente, en los días previos a la pandemia y en medio de una severa sequía que asoló todo el país, en Pátzcuaro se vieron afectadas más de 20 colonias que se llegaron a quedar sin el abastecimiento de agua potable y  que después, durante el confinamiento, tuvieron qué manifestarse públicamente, haciendo evidente una situación que quería ocultarse:  la distribución del preciado líquido se privilegiaba a ciertos sectores, fraccionamientos y negocios del centro y a las colonias se “dosificaba”, llegando a abastecerlas sólo uno o dos días por semana y por pocas horas.  Pero, además: “descubrimos” cómo estaban surgiendo fraccionamientos en distintos puntos del lugar… que aún sin contar con licencia autorizada, ya habían deforestado y empezaban a construir.  Me parece que en esa época fuimos unas cinco o seis mujeres quienes nos propusimos acudir a sesiones de Cabildo… para atestiguar de qué manera se “aprueban” proyectos que, sin ser del conocimiento de los pobladores, vienen a crear o a agudizar problemas que luego “todxs pagamos”.  Desde entonces, nuestra propuesta es y será, que debemos ejercitar el derecho que nos asiste al ser contribuyentes y “pagar” por servicios a quienes gobiernan: exigir transparentar todos los proyectos que se realicen y volver a impulsar la participación ciudadana que acompañe o “coadyuve” en todo programa local, municipal, estatal.  Nuevas políticas verdaderamente públicas, donde estemos en igualdad todos y todas.

       Hoy de todxs es sabido que hemos llegado a un punto que no permite “las medias tintas”.  Tiempo de definiciones.  Ante la inminente muerte de nuestro Lago, no hay de otra: o estamos con él y le permitimos con dignidad acudir a la senda del “no retorno”, o continuamos lacerándolo y agudizando su sufrimiento, con falsas palabras y promesas, como auguran los tiempos del “reparto de un botín” que también ha llegado a límites inimaginables.

       Hoy, desde nuestra Colectiva de Mujeres por el Agua y por la Vida, nuestros empeños caminan hacia esos rumbos.  Convocando, “liando”, hilvanando saberes y actividades que, desde los sueños de nuestras infancias, se transformen en acciones que “convocan a sumar para contribuir en la construcción de planes y proyectos de largo aliento, dirigidos al cuidado del medio ambiente, con especial atención al Agua como un derecho humano, fuente y origen de Vida…

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