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Crisis identitaria

Una mirada a las identidades de los varones en Michoacán me permite apreciar la diversidad social en su construcción. (Foto: especial)

Cada vez más más perceptibles, signos nada alentadores encontramos, sobre todo entre la mayoría de nuestrxs adolescentes, que nos obligan a pensar cómo, en un mundo globalizado, estamos viviendo una severa crisis de identidad, acentuada ésta por las manifestaciones racistas, clasistas y homofóbicas tan frecuentes en los distintos medios sociales.

       En los individuos, como en las colectividades, la identidad cobra un sentido que rebasa la simple distinción de un objeto frente a los demás.  Aún reconociéndose como un individuo singular, cualquier persona, muchas veces sin saberlo, busca su “propia identidad”, a pesar de las confusiones que el medio le produzca.  Crisis de identidad la viven por igual individuos o sociedades.  Pero la ausencia de identidad, es algo que atormenta y desasosiega, lo que resulta, para cualquier individuo, verdaderamente dramático y avasallante.  Ya no digamos cómo se manifiesta en pueblos y colectividades.

      Identificar a un pueblo, escribe Luis Villoro, “es, en un primer sentido, señalar ciertas notas duraderas que permitan reconocerlo frente a los demás”.  La identidad, dicen los estudiosos del tema, “es una necesidad profunda cargada de valor”, refiriéndose a la representación que tiene el sujeto de sí mismo.  El “sí mismo” no es el yo pensante, sino la representación que el yo tiene de su propia persona, como síntesis de múltiples imágenes de sí en una unidad.

       A lo largo de nuestra vida tenemos muchas representaciones de nosotrxs mismxs, según las circunstancias cambiantes y los roles variados que se nos adjudican (más acentuados en mujeres que en varones).  En la comunicación con lxs demás, la mirada ajena nos determina, otorgándonos una personalidad y enviándonos una imagen de nosotrxs, como si de un espejo se tratara.  Y en alguna etapa de nuestra vida llegamos a mirarnos como lxs demás nos miran, pero a la vez vamos forjando un ideal con el que deseamos identificarnos y llegamos a vernos como el o la que queremos ser.

       La búsqueda de la propia identidad, puede entenderse como la construcción de una representación de sí, que establece coherencia y armonía entre las distintas imágenes que vamos proyectando.  Y si anteponemos una mirada propia a las miradas ajenas, ello nos permite descubrir un valor insustituible que da sentido a nuestra vida.

       En el caso del pueblo mexicano, con toda la multiculturalidad que convive en él, la debilidad identitaria, como la califica el historiador belga Jan de Vos, parte del hecho de no asumir a la cultura indígena como componente de nuestra raíz.  La indígena es una identidad que socialmente se ha mantenido socavada y menospreciada desde la época de la Conquista y esa falta de comunicación con nuestro “yo” profundo, es lo que nos mantiene dando vueltas en un laberinto de racismo, intolerancia y confusión.

       A pesar de que la conformación de la identidad social en México es diversa, como diversas son las culturas a lo largo y ancho del territorio nacional, no todxs hemos sido capaces de reconocer esa riqueza pluricultural y menos aún, respetarla y asumirla como parte de nuestra esencia.

       La personalidad cultural de un pueblo, aún dentro del proceso de cambio sociocultural que experimente, con ritmos y aspectos diferentes, es lo que permanece y da continuidad a su propia identidad.  La afirmación de esa identidad cultural, es la realización de un acto liberador, una herramienta invaluable al servicio de la independencia efectiva y el instrumento privilegiado del pleno desarrollo de toda persona y del progreso armonioso de las sociedades.

        Han pasado ya más de cinco siglos desde que a nuestras tierras arribaran personajes que sólo tenían en mente la consigna de encontrar una ruta que facilitara y ampliara las empresas comerciales de su reino.  Por tanto, lo menos que se proponían era detenerse a conocer las formas de vida de aquellos pueblos con los que se iban encontrando y que resultaban obstáculos para sus propósitos, dando como consecuencia unas relaciones de dominio y avasallamiento por parte de los extraños, y de rabia contenida, desconfianza y doblés, por parte de quienes fueron sometidos, explotados y obligados a renunciar a la manera misma de concebir su vida y entorno.

        Fruto de estos acontecimientos, que también marcaron la historia ambiental del planeta, es el pueblo mexicano, protagonista, como tantos otros, de una secuencia de guerra y luchas que intentan sacudir los avasallamientos, los dogmatismos y las intolerancias de todo tipo.

       Con pocas y admirables excepciones, reflejadas en pueblos y comunidades indígenas, así como en algunas poblaciones negras y mestizas, una gran mayoría de mexicanos/as transita en medio de una inseguridad identitaria, legado de muchas generaciones que transmitieron (aún sin proponérselo) una esclavitud inconsciente en la que, para identificarse con quienes tienen las riendas del poder, adoptaron la personalidad de ésos que violentaron su dignidad.

       La debilidad identitaria consistente en intentar a toda costa “ser otro/a”, haciendo a un lado la propia personalidad.  Estos tiempos de globalización, resultan idóneos para que, como individuos y como pueblos, aprendamos del camino de la autenticidad la manera de liberarnos, para ser “nosotros/as mismos/as”.

       Sin duda, actualmente vivimos inmersos en una casi generalizada crisis identitaria… misma que no cambiará, como ha sido una constante en la historia de la humanidad, hasta que “se toque fondo”, como auguran, incluso, reconocidos filósofos contemporáneos.  Pero igualmente, hay quienes aseguran el surgimiento de jóvenes generaciones que parecen traer incorporada a su genética, una especial manera de percibir la vida y el entorno, obligando a quienes les rodean, a cambiar añejos patrones educativos y “reaprender” una realidad que nos rebasa.  Bien por quienes, educando y siendo ejemplo para jóvenes, reafirman y promueven la identidad, entendiéndola como algo intrínseco al individuo y a la vida de los pueblos, pero a la vez adaptable y cambiante: en continua evolución. 

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