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ECOS LATINOAMERICANOS: El militarismo

Elementos del Ejército y la Guardia Nacional. | Foto: Archivo

En esta temporada electoral una de las temáticas de mayor relevancia en la actual contienda por la presidencia nacional es sobre la seguridad, y ciertamente no es para menos, prácticamente toda la república afronta una crisis de violencia e inseguridad que se ha mantenido constante desde el comienzo de la llamada “Guerra contra el narcotráfico” iniciada por Felipe Calderón a finales de 2006.

En este contexto, especialmente a la candidata oficialista, Claudia Sheinbaum, se le ha cuestionado severamente la propuesta de mantener en las calles a los miembros del ejército y la marina como factores de combate al crimen organizado. Es cierto que esto es polémico, no hay casos exitosos donde usando exclusivamente a las fuerzas armadas en combate frontal contra el crimen organizado se mejore sustancialmente algo tan complejo como es la violencia.

Dentro de las críticas que se le han hecho tanto a la candidata oficialista como al propio presidente de la república, algunas se refieren al hecho de que militarizar es algo que va en supuesta contradicción con los ideales de la “izquierda política” lo que lleva a ciertos cuestionamientos: ¿esto realmente es cierto?, ¿el militarismo y las corrientes de izquierda son incompatibles?

La respuesta es en su mayoría negativa. El militarismo como tal no es una doctrina ideológica demasiado elaborada, y más bien actúa siempre en mancuerna con otro tipo de ideología imperante, no solo en México sino prácticamente en cualquier otro país. Pero enfoquemos el militarismo a la historia latinoamericana para tener una mejor precisión regional sobre este componente y su correlación con la llamada izquierda política.

Para empezar, la propia RAE define el militarismo como un predominio de elementos militares en la política, constituyendo básicamente esto el núcleo central del concepto. Es entonces un mayor predominio de la materia bélica o militar en cuestiones de política lo que realmente permite observar este fenómeno. Por su parte Latinoamérica es una región que se caracterizó por haber tenido a representantes de las fuerzas armadas a cargo de distintas áreas de la dirección del Estado-Nación, la mayoría de las veces llegado por el uso de la fuerza.

Esto último contrasta con países como Estados Unidos, donde los militares tuvieron una influencia política mucho más limitada, en parte por los frenos y contrapesos institucionales, cosa que no sucedió en la región latinoamericana. La mayor presencia de militares en las direcciones del Estado durante el siglo XIX obedeció a que precisamente la inestabilidad política generaba incentivos para que los asuntos públicos se decidieran mediante el uso de la fuerza y la habilidad militar.

Lo anterior fue terminándose cuando las oligarquías nacionales aceptaron delegar el poder no tanto en el ejército sino más bien en los primeros partidos políticos e instituciones públicas oficiales. Sin embargo, conforme avanzó el siglo XX y las masas de trabajadores y campesinos comenzaron a presionar al sistema político, los militares volvieron a la escena política.

Sin embargo, no hay un movimiento ideológico específico respecto del militarismo de esta época. Hay ejemplos de militarismos de corte conservadora como el de Uriburu en Argentina, de visión absolutamente reaccionaria como el caso de Victoriano Huerta en México, de tendencia anti oligárquica como el tenentismo en Brasil, socialista nacional como en Bolivia tras la guerra del Chaco, o corporativista como Paraguay con Higinio Morínigo.

En general no hubo a comienzos del siglo XX alguna forma especifica de englobar el militarismo en la región, más allá de entender que eran miembros de las fuerzas armadas los que estaban a cargo de la política nacional. Después en los años cincuenta y parte de los sesenta hay un breve periodo de gobiernos civiles en la mayoría de la región, sin embargo, los militares, y en general el militarismo regresan al plano político a finales de los sesentas para estar gobernando hasta prácticamente la década de los ochenta.

Es verdad que en ese último periodo de tiempo la mayoría de los militares se caracterizaron por ejercer gobiernos de derecha, en general alineados a los intereses geopolíticos estadounidenses, y que además desencadenaron una feroz represión contra disidentes, en su mayoría de izquierda. El ejemplo más claro de esto fueron las dictaduras de la operación cóndor que abarcaron las naciones de Chile, Uruguay, Argentina, Brasil, Paraguay, y Bolivia.

Pero también hay ejemplos de militarismo asociado a la izquierda, como lo sería el gobierno de Juan Velasco en Perú también en esa época. E inclusive varias de las posturas política de Ernesto “Che” Guevara son de carácter militarista. No obstante, se entiende que al momento de la transición democrática la mayoría de los regímenes dictatoriales salientes estuvieran encabezados por militares de derecha, por lo que hay una asociación simbólica del militarismo con la ideología derechista, sin embargo, reiterando, no es necesariamente cierta esta correlación.

Prueba de esto último es el caso de las militarizaciones que han tenido tanto Venezuela como Cuba en la última década, aunque ambos regímenes son autoritarios y no democráticos, no puede hablarse de que sean regímenes de derechas, no obstante, el predominio de militares en áreas clave del Estado es evidente.

Al final el militarismo es maleable en términos ideológicos, pudiéndolo encontrar tanto en los espectros de izquierda, derecha y centro político. Más bien es una cuestión circunstancial vinculada a determinados tipos de proyectos políticos los que le dan más visibilidad ideológica a este fenómeno. Aun así, es entendible el escepticismo que hay respecto a la delegación de facultades políticas a miembros de las fuerzas armadas.

En primer lugar, es difícil saber si estarán plenamente capacitados para ejercer el cargo no solo en términos de eficacia sino también de conocimiento legal. En segundo lugar, aunque teóricamente no es necesariamente algo malo incorporar a militares a funciones administrativas y políticas, esto puede crear una distorsión  entre el terreno político y técnico, lo cual puede traer serios conflictos.

En una autentica república el poder militar debe estar contenido por el poder civil, sobre todo si tiene como núcleo un elemento democrático. Aunque por circunstancias excepcionales a veces es necesario dejar ciertas funciones a la milicia, no es lo idóneo, y en todo caso si esta situación es de suma necesidad, debe emplearse a las fuerzas armadas con una eficiencia que permita solucionar a gran velocidad la circunstancia de emergencia para rápidamente recanalizar el ejercicio del poder hacia el sector civil, para así tener un mejor equilibrio.

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