VIVILLLADAS: ¿Llegaron las lluvias?

En múltiples ocasiones hemos escuchado comentar que: llegaron las lluvias, que parece que ya pero que siempre no, que cuando llueve un momento, el calor se siente más sofocante, que ojalá lloviera regularmente para que los campos tengan agua y mejoren la cosechas, o nos hemos sorprendido de las lluvias atípicas que azotan algunas ciudades, tal como ocurrió en Morelia cuando hace unas pocas semanas el granizó cubrió buena parte de los portales y del centro de la capital michoacana. Hemos pasado esta temporada entre dudas, interrogantes y asombros.

Hace años los campesinos, y el promedio de la población, sabía que llegando el día de San Isidro Labrador, que es el 15 de mayo, de manera regular llegaban las lluvias, que el día de San Juan, el 24 de junio, sin duda estaría pasado por agua. Existía una convicción, sustentada en la historia, que no fallaba, pero hoy los pronósticos al respecto son más difíciles de aventurar y la causa es muy clara: el planeta ha cambiado, el clima ha cambiado, o más bien dicho, lo hemos cambiado.

Dicha situación pone en incertidumbre constante a productores de  alimentos básicos, que forjan su esperanza en el beneficio económico que impacta a la familiar con una buena cosecha, pero  andan  despistados porque  se basan en tiempos específicos para iniciar los trabajos respectivos que tienen que ver, en términos generales, con preparar la tierra, sembrar y abonar y desde luego cosechar, pero para ello  requieren la mayor seguridad de que su trabajo se verá recompensado y se encuentran en un mar de dudas. Sin olvidar que dada la situación económica muchos campesinos rentan sus tierras, van a medias o de plano  la han abandonado.

Es complicado laborar en el campo porque los riesgos son muy grandes y la confianza muy limitada, siempre están con el Jesús en la boca, si no llueve porque no es así o si llueve de más porque ya les echa a perder su labor en la parcela, si a esto sumamos que los apoyos para el campo no llegan y los que llegan se los entregan muy manoseados y a cuenta gotas podemos entenderlos; el sector es vulnerable y todavía abusan de él.

En fin, el caso es que las lluvias no hacen su arribo, dicen en el rancho: como Dios manda, ¿y cómo manda diosito?, de manera constante, regular, en periodos establecidos por la propia naturaleza, periodos conocidos por los trabajadores del agro. Esto sería formidable pero el asunto es que cada año la irregularidad y lo atípico hacen su aparición y ante ello no hay poder humano que pueda solucionarlo. Teníamos un mundo ordenado pero con el ansiado progreso lo hemos trastornado.

No se requiere ser ecologista o ambientalista de hueso colorado para darnos cuenta que efectivamente estamos acabando con el hogar del mundo, con nuestra casa  y que tarde o temprano ya no habrá las condiciones  para alojarse o que las zonas para ello serán más reducidas lo que podría provocar que las próximas guerras sean por agua o por espacios habitables; conste que no es ciencia ficción , ni postura amarillista; el agua para consumo humano cada día es más escasa, los manantiales, los ríos, los lagos, se están secando y los glaciales derritiendo; hay zonas geográficas donde la temperatura llegará el punto que será tan alta que la vida humana , animal y vegetal  no será posible o hay zonas donde determinadas especies requieren un clima gélido para subsistir  y las temperaturas se elevan cada año más y más.

Hemos cambiado la certeza climática por la comodidad y el dinero (sobre todo por saqueadores ecológicos respaldados por gobiernos corruptos que los dejan en total impunidad). Grandes industrias contaminan mantos acuíferos y el medio ambiente, millones de automotores circulan por el planeta utilizando combustible nada generoso para con él, millones y millones de teléfonos celulares son cargados por medio de energía eléctrica lo que provoca más calor en el planeta, enormes extensiones de bosques han sido devastados; la lista es enorme y sobre todo preocupante.

Ante las atrocidades de la pandemia que estamos sufriendo, específicamente con el aislamiento y el resguardo, hay un punto a favor:  ha quedado de manifiesto que si tan sólo fuéramos más cuidadosos y más conscientes podemos revertir poco a poco lo que hemos provocado; miles de imágenes han circulado donde la panorámica en los mares, en los ríos y en el campo es otra, el cielo se ve más limpio y la basura y varios residuos están ausentes, lo que ha dado como resultado menor contaminación, sólo bastó un mes como lección, pero a los humanos pareciera que esas lecciones de vida de poco o nada  nos sirven. Tememos que una vez regresando a la “nueva normalidad” las cosas pudieran seguir por el mismo cause que tantos problemas han provocado a la subsistencia en general.

Quizá las lluvias han llegado, pero serán intermitentes o de plano serán atípicas avivando desastres en la ciudad o en el campo, provocando gastos excesivos en los gobiernos que tratarán de minimizar sus consecuencias, provocando, sobre todo, que haya mayor pobreza donde ya la hay. Habrá lluvias pero el calor persistirá. El panorama no es nada halagüeño, no es nada conveniente.

 Podemos equivocarnos en el pronóstico, en verdad lo deseamos pero es complicado, ojalá que las Naciones Unidas, las asociaciones y organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, públicas o privadas pudieran celebrar  un gran cumbre  para que ofrezcan soluciones prácticas y coherentes al fenómeno del cambio climático, no sólo lo agradecerían las futuras generaciones sino también las generaciones actuales. Aún estamos a tiempo, la madre naturaleza puede regalarnos otra oportunidad, siempre y cuando seamos sensatos y por siempre respetuosos.

Un mensaje anónimo a favor de la naturaleza, expone:  “Sólo cuando el último árbol esté muerto, el último río envenenado, y el último pez atrapado, te darás cuenta que no puedes comer dinero” y Robert Green, músico dominicano y ambientalista, sentenció: “En la naturaleza no hay recompensas ni castigos, hay consecuencias”. La reflexión y la acción se hacen necesarias.