La culpa no es de nosotros

En este repartidero de culpas y responsabilidades entre las autoridades federales y estatales en torno a la conducción de la estrategia nacional para atención a la pandemia por el Covid-19, nos llevaron al baile a nosotros los ciudadanos al hacernos responsables de nuestros malos hábitos alimenticios y así ocupar los primeros sitios en diabetes y obesidad. Por ello en esta ocasión quise hablar en defensa del ciudadano.

Pintemos un panorama: estaba leyendo el domingo pasado en el periódico El Universal que de acuerdo a las investigaciones de la Profeco nos dan gato por liebre en muchos de los alimentos procesados que encontramos en los anaqueles de un supermercado. Por ejemplo las latas de atún, son más soya que ese pescado; la mantequilla no tiene nada de lácteo sino grasa hidrolizada; el betún de chocolate de las galletas es grasa con colorante y no es cacao; las salchichas tienen soya más que carne de puerco. Y a eso le podemos sumar las cantidades industriales de sal, azúcar y aditivos que le ponen a todo los industriales del sector alimenticio. Y es que perdón pero quienes hacen negocio en este ramo no son hermanitas de la caridad, ya que tienen que encontrar la manera de vender a más consumidores y asegurar que se alargue el tiempo de vida de sus productos en los anaqueles.

Sobre este punto que menciono ya ha habido batallas con respecto al gobierno y la industria de la comida llamada “chatarra, y estamos en el punto ahora de la obligatoriedad del cambio de etiquetado en los envases de tal manera que el comprador esté mejor informado. Pero, ¿quiere que le diga? La mayoría de las personas no leen las etiquetas y ello no es garantía de que inhiba el consumo de estos productos que resultan tan apetitosos. Tomemos como ejemplo el caso de las cajetillas de cigarros que aún y con el precio tan elevado y las desagradables fotografías en las portada de su empaque mostrando a enfermos terminales, pulmones desechos o bebés prematuros, no han logrado con ello que se deje de fumar. Una nueva disposición está ocurriendo ahora en Oaxaca y quizás próximamente en la CDMX de prohibir la venta de bebidas azucaradas a menores de edad.

Todas esas medidas que enuncio son muy loables, pero en realidad no van al fondo. Es más que sabido que en las comunidades más recónditas de nuestro país muy seguramente no tendrán acceso al agua limpia, pero si a un refresco de cola. Además empresas como Bimbo, Sabritas y Coca Cola llegan a todos los pueblitos y tienen una capacidad de distribución impresionante, y se llevan de calle a los comedores comunitarios que ofrezcan un menú saludable, porque simplemente hay muchos lugares donde no los hay. Los precios de los alimentos chatarra además son sumamente económicos y por lo tanto accesibles para personas de bajos recursos, aunado al hecho de que el campo está de por sí abandonado, y hay pocas opciones de tianguis y mercados en la lejanía, pues resulta más fácil empacarse unas papitas y aguantar una jornada de trabajo bajo el rayo del sol con una Coca al lado para recuperar la vitalidad por el subidón de azúcar que da el refresco.

Regresando al tema del agua, aún hay muchas escuelas en México que carecen no solo de piso, techo y pizarrón, sino también de baños, lavamanos y bebederos con agua limpia que para los niños del medio rural y de las zonas periurbanas. ¿Por qué entonces en vez de estar satanizando y echándole la culpa a la industria refresquera nacional no se detona un programa nacional para garantizar el agua bebible y limpia para todas las escuelas del país, y que lo encabece la Conagua?

Por otra parte, las campañas de salud por años han estado enfocadas a la atención a emergencias, y en muy contadas ocasiones a la prevención. Una buena nutrición previene precisamente de que adquiramos enfermedades terribles como la diabetes, el cáncer o las cardiovasculares, pero de nada sirve un comercial televisivo o una inserción pagada en un periódico de circulación nacional si no le acercas a la población las herramientas y la educas en los cómos. ¿Cómo hacer conciencia entre la población acerca de los beneficios y nutrientes que aportan las hortalizas y frutas por encima de la comida chatarra o los taquitos grasositos? ¿Cómo abaratar y acercar al consumidor los alimentos orgánicos que se venden a precios exorbitantes y que son de exportación? ¿Cómo hacer ejercicio en los parques y plazas públicas sin ser vulnerado por los malandrines? Y obvio, ¿cómo cuidar la salud física y mental en medio del encierro al que nos obliga a todos el Covid? ¿Dónde está el médico virtual o las líneas de ayuda y de consulta?

En fin, que pasarse la bolita es muy fácil, pero la directriz y la pauta la tiene que marcar la Federación en conjunto con las autoridades estatales y locales, trabajándolo en sinergia y de manera interdisciplinaria e interinstitucional para así revertir la tendencia de esta salud deteriorada del mexicano.

Así que los malos hábitos y la diabetes y el sobrepeso no han sido de a gratis para los mexicanos: son el resultado de una industria alimenticia voraz que ha actuado por años sin controles y son ética, es la falta de inversión en el agua limpia y para todos, así como en la poca atención que se ha brindado a la salud preventiva y en este caso a la generación de una cultura que favorezca la buena nutrición.

Afortunadamente nunca es tarde para hacer los ajustes necesarios. Ojalá esta agenda sea parte del gran cambio que tenemos que dar todos a fin de caminar hacia una salud pública óptima para todos.