Mujeres indígenas

Me encanta traer a la mente los recuerdos: sobre todo desde que supe que “recordar” tiene el bello significado de “pasar los pensamientos por el corazón”.  En estos primeros días de septiembre, mes en que se acentúa entre miles de mexicanos/as el “amor patrio”, tengo muy presentes a mujeres y hombres que insistentemente sugerimos utilizar el término “matria” al referirnos a la Patria.  Y el día 5, a partir del año 1982, recuerdo a Bartolina Sisa,  valiente mujer aymara que encabezó a las tropas quechua-aymaras que se oponían a la invasión española en territorio de lo que hoy es Bolivia y que fué brutalmente asesinada un 5 de septiembre de 1782, mediante un método recurrente en territorio americano luego de la conquista: el descuartizamiento en vida.

En el año 1995, un año después del levantamiento zapatista, tuve oportunidad de participar en un taller con mujeres indígenas de varios estados del país, con quienes hablamos y reflexionamos de lo que entonces sabíamos sobre derechos humanos.  Revisamos diversos tratados y convenios (como el 169 de la Organización Internacional del Trabajo) y escuchamos distintos casos de violación a nuestros derechos, especialmente la situación que muchas mujeres de comunidades sufren con la imposición de costumbres que dañan su integridad física o emocional y que limitan su participación en la toma de decisiones familiares o comunitarias.

Las coordinadoras, algunas con estudios académicos y otras con todo el conocimiento y autoridad que se adquiere durante toda una vida de participación y servicio en la comunidad, se encargaban sólo de propiciar entre todas, el ánimo para ir definiendo e identificando las costumbres que respetan la dignidad de la persona, y esas otras que resultan denigrantes… abriendo la discusión que nos orientaba a rechazar todo lo que nos parecía lesivo y nos causaba dolor.  Tuvimos presente el testimonio de mujeres chiapanecas que narraban cómo fue el primer levantamiento en el Ejército Zapatista, cuando las mujeres que participaban en él, tomaron la palabra y dejaron claro los términos de su participación, exigiendo respeto y equidad en todo momento.

En la memoria de ese encuentro quedó plasmado: “No es bueno continuar permitiendo lo que hace daño a nuestra persona.  Y mucho menos, enseñarlo a nuestros hijos e hijas”, se dijo.  Y también: “La fuerza de la mujer indígena nace de su presencia permanente en las comunidades, de la resistencia con la que han enfrentado la pobreza, la enfermedad, el abandono, trabajando para mantener la familia, para hacer producir el campo y para defenderse de muchos atropellos.  Por eso es bueno que también aprendamos a defender y proteger mejor a nuestras comunidades”.  Mujeres de Santa Fe de la Laguna y de Zirahuén, lo afirmaron con la fuerza de la experiencia.

Al correr de los años, con algunas de las participantes en ese memorable Taller, nos hemos reencontrado en otros talleres, foros, reuniones y fiestas comunitarias, volviendo a compartir situaciones y experiencias que seguramente, y de una u otra forma, nos han llevado a reconocernos y valorarnos con la certeza de que en cualquier lugar del planeta, las mujeres entendemos la vida de otra manera: “Porque a todas, sin duda, nos disgusta lo que lastima nuestro corazón”, sin importar que forme parte de una costumbre.

Todavía en este siglo XXI, en los usos y costumbres (de cualquier cultura o comunidad) no existe la palabra justicia, sobre todo para las mujeres.  Hay lugares en el territorio nacional (y aquí mismo, en nuestra región), donde las mujeres niñas, adolescentes y adultas, ni siquiera se atreven a mirar de frente a los hombres, sin miedo o sumisión.  Con excepciones notables, los usos y costumbres, así como las asambleas comunitarias, no son democráticos y entre las costumbres aún persisten formas dominantes de relación impuestas desde la colonia.

La mayoría de mis conocidas, debo aclarar, no está en contra de algunos usos y costumbres que -sin violencia- traen beneficios colectivos, como la organización y participación en ceremonias, fiestas y faenas en donde se involucran por igual varones, niños/as y ancianos, así como cuando se decide la forma en que se puede defender la comunidad de los saqueadores y acaparadores de recursos… o cuando, sin intermediar instituciones oficiales, se decide conformar una agrupación o colectiva de artesanas, de agricultoras, de promotoras de salud, de ahorradoras, etcétera.

Recuerdo con emoción a Josefa e Idalia, a quienes conocí en una reunión del Consejo Nacional Indígena en Nurío.  Luego de hablar de los obstáculos que aprendieron a saltar desde niñas, para participar con voz y voto en las asambleas de su barrio y de su comunidad, dijeron: “Cómo hablaban de nosotras, hasta gente que ni conocíamos.  Que queríamos ser como hombres, que mejor estaríamos cuidando nuestras casas y niños”.  Una y otra, hasta en el seno familiar, tuvieron problemas.  Pero lograron superarlos con entereza e inteligencia (y sin violencia).  Cuando les conocí, ambas se encontraban acompañadas de maridos e hijos, quienes, a fuerza de ver la entrega de estas dos mujeres, no sólo para defender “su” causa, sino para defender derechos y dignidad de sus pueblos, terminaron por incorporarse al movimiento nacional que exige reconocimiento a derechos y cultura de nuestros pueblos originarios.

Mi amiga Petra me hizo entender con claridad: “Cuando algo de eso que nombramos usos y costumbres llegue a lastimarnos, será el momento de pensar cómo cambiarlo”.  Mujeres chiapanecas nos entregan testimonios valiosos al respecto: “Pensamos que la sociedad se enriquecerá cuando a la mujer se le reconozca su participación y lo haga en todos los niveles; y se humanizará, cuando las mujeres y los hombres participen en igualdad y plenamente.  No es bueno ni sano que las mujeres adoptemos el modelo masculino en nuestro comportamiento cuando alcancemos posiciones de responsabilidad ante nuestras comunidades.  Queremos que el poder no oprima a nadie, sino libere.  Queremos que las mujeres indígenas sepan que deben ser y sentirse autónomas, que no deben depender de nada ni de nadie”.

Finalmente, recuerdo las palabras de una mujer guerrerense: “Debemos apoyarnos entre todas para evitar los malos tratos y ofensas; que así como transmitimos costumbres, actitudes y tradiciones, también podemos proponernos hacer algo para empezar a cambiar las cosas… desde una misma”.