La agonía de un coloso

Para líderes indígenas, no se justifica el saqueo de agua que realizan industrias en el vaso lacustre.

El espacio propicio para el desarrollo de la vida es la biosfera, que comprende hasta los 5 kilómetros en las profundidades del mar  y hasta los 6 kilómetros sobre el nivel del mar,  es decir la altura máxima en la que pueden volar  aves como el cóndor. La biosfera tiene sus propias divisiones, como el bioma que es un conjunto de ecosistemas “de estructura  y organización semejante que se desarrolla en una gran extensión terrestre o acuática del planeta” (ecólogo norteamericano, Clements 1916), que no es otra cosa que la unión del espacio físico (biotopo) y las especies vegetales y animales que viven en el mismo (biocenosis).  El ecosistema es un conjunto de organismos vivos como los animales, plantas, vegetales, peces, anfibios, hongos y bacterias, entre otros (factores bióticos) y aquellos componentes abióticos, como la composición de los suelos, agua, precipitación pluvial, intensidad de la luz solar y el clima (factores abióticos).

Los seres humanos interactuamos en los ecosistemas existentes a lo largo y ancho de los 510.1 millones de kilómetros cuadrados de la tierra, en un principio mediante las actividades de recolección de frutos, caza y pesca, teniendo que recorrer diariamente varios kilómetros a la redonda para satisfacer las necesidades de una familia. Esa interacción poco alteraba el medio ambiente, por la gran cantidad de recursos naturales y  la poca población mundial existente. Con la aparición de la agricultura, en una superficie reducida se logró producir suficiente alimento para más personas. A consecuencia de este descubrimiento la población empezó a incrementarse considerablemente, dando lugar a la formación de los centros urbanos, en  los que empezaron a vivir muchas personas en espacios reducidos, requiriendo una gran cantidad de energía, con una alta generación de desechos y desaprovechamiento de la  luz solar.

El ser humano ha tenido una gran capacidad de adaptación, sin embargo el crecimiento acelerado de la población puede ser incompatible con la disponibilidad de recursos naturales y la capacidad para producir alimentos. Cada día se ejerce  mayor presión sobre la naturaleza, para satisfacer necesidades básicas y otras de alta rentabilidad, llegándose  al extremo de tener que modificar aspectos  de la naturaleza para la obtención de los insumos correspondientes,  así como para adaptar espacios para nuevos asentamientos humanos y áreas de recreación, construyendo un medio ambiente artificial, sin importar las consecuencias de esas transformaciones. Con el avance tecnológico se ha podido disponer de medios más eficaces para el dominio sobre la naturaleza.  Acciones tan agresiva contra la biosfera,  ha provocado una “alteración o perturbación entre los elementos naturales  de los ecosistemas  que conforman el ambiente que afecta negativamente la existencia transformación y desarrollo del hombre mismo y demás organismos vivos”.

Estas perturbaciones provocadas por la acción del ser humano sobre la naturaleza, superan la capacidad de regulación natural de los ecosistemas, por eso es fácil observar  por todas partes del planeta estas irregularidades.  En lo personal he sido testigo de cómo  se ha venido destruyendo uno de los biomas más importantes del territorio estatal. Cuando niño, allá por los años 60,  del siglo pasado, me di cuenta  que algo  estaba pasando en el medio ambiente de La Ciénega de Chapultepec, de la noche a la mañana las aves del pantano llegaban con menos frecuencia, las chuspatas,  el choruri y el carrizo iban desapareciendo y era raro encontrarse en el camino algún tejón o tlacuache. En menos de dos años se notaban más estragos, el nivel del agua había disminuido a tal grado que pude caminar por donde antes era territorio exclusivo de los patos, las  gallinas de agua y las  gallaretas. Para 1965,  el agua ya se encontraba a más de cien metros de la orilla de la carretera Tzurumútaro-Tzintzuntzan, alejándose más cada día que pasaba, sin que se puediera hacer algo por evitarlo.

Para entender un poco sobre el fenómeno que estaba sucediendo y satisfacer mi curiosidad de niño,  le pregunté a mi padre de Nombre Pablo Melchor López, quien en 1962, fue presidente municipal de Pátzcuaro, por algunos meses y luego destituido por prejuicios sociales y borrado para siempre de los archivos de los ayuntamientos, que me dijera ¿qué  estaba pasando?. Palabras más palabras menos, me dijo que era el principio del fin del Lago de Pátzcuaro. Que se empezaban a presentar los primeros efectos de la tala irracional de pinos, encinos, madroños, liquidámbares, ailes y otros árboles maderables, en  los cerros del Águila, de la Nieve, del Burro, del Frijol, de la Cantera, de Santa Juana, del Estribo, de Charahuén,  de Los Güeros, Ojo de Agua, Huacapían, del Chivo, del Pelón, de las Varas, Zirate, Azul, Chino, de las Rosas, del Tindet, del Maguey, Tariaqueri y yahuarato, siendo tanto el abuso que hasta los fresnos y capulines que encontraron sobre el camino fueron talados. Lo que  provocó por una parte,  pérdida de biodiversidad, desapareciendo los venados, tigrillos, gatos montes, águilas, búhos, lechuzas, güilotas, víboras de cascabel y otra clase de arbustos y organismos que vivían a la vera del bosque, y por la otra, erosión de los suelos y disminución de la precipitación pluvial y por lo tanto los escurrimientos pluviales no solamente comenzaron a disminuir, sino que arrastraban grandes cantidades de tierra suelta hasta el vaso del lago, azolvando el espacio y reduciendo el espejo del agua. También me contó, que durante toda la vida los asentamientos humanos de la región lacustre, pertenecientes a los municipios de Pátzcuaro, Quiroga, Tzintzuntzan y Erongarícuaro, habían estado  descargando  sus drenajes de aguas residuales en volúmenes crecientes, directamente al lago sin ningún tratamiento previo, sofocando el espacio, reduciendo la superficie original y disminuyendo  la profundidad del agua; así como la  alteración de las características, físicas, químicas o biológicas del agua, agudizando esa  contaminación  otros desechos sólidos, tales como plástico, llantas y hasta muebles, dificultando cada día más la vida de las especies endémicas, no así para algunas inducidas como la carpa, la lobina negra o la tilapia, las cuales tienen mejor  desarrollo en aguas residuales. Por otra parte, las autoridades de los cuatro municipios a los que pertenece el lago, fueron autorizando  construcción de casas de descanso a lo largo y ancho de la rivera, las cuales también descargan sus drenajes en el lecho del lago, contribuyendo a la creciente contaminación tanto del suelo como del agua. Terminaba diciendo mi padre que el daño estaba hecho,  que era irreversible, que nunca hubo voluntad por parte de los tres niveles de gobierno para evitar la tala, construir filtros para evitar descargas directas de aguas residuales al vaso del lago,  mucho menos para evitar el cambio del uso del suelo. Eso hubiera podido prolongar la agonía de los kilómetros cuadrados que ocupa el lago y  sus islas de Janitzio, “Jarácuaro”, Pacanda, Tecuena, Uranden de Morelos, Uranden de Morales, Yunuen y un islote llamado “Copujo”.  De lo contrario,  la agonía del coloso seguirá hasta que desaparezca la especie endémica más resistente a la contaminación; por lo pronto ya desapareció la acúmara, sólo quedan: el pescado blanco, el charal blanco, el charal prieto, el charal pinto; la chegua, las tres clases de tiros y el singular achoque. El problema se generó fuera del lago. Durante más de 65 años,  se ha estado alimentando la larva de la corrupción al permitir  la destrucción de los bosques, el cambio del uso del suelo y la sobreexplotación del manto acuífero. Con el cuento del rescate  del Lago de Pátzcuaro, muchos políticos se han llenado de billetes los bolsillos.

“El Lago de Pátzcuaro se encuentra en un acelerado proceso de deterioro al encontrarse ya en una situación hipertrófica, mostrando los efectos de varias décadas de políticas gubernamentales ambientalmente incorrectas e insuficientes”. (Esteva y Reyes 1999; Toledo, Álvarez-Icaza, Ávila, 1992).

Es importante que las autoridades educativas consideren la conveniencia de incluir este caso, en los libros de texto de ciencias naturales y ecología, como un ejemplo del abuso de los humanos sobre la naturaleza, para que se haga conciencia y que  las nuevas generaciones sepan vivir en armonía con la naturaleza.