El cuidar de las y los otros

Existe en nuestra sociedad un creciente número de mujeres que en alguna etapa de su vida cuida o cuidará de alguien. (Foto: especial)

Al parecer y según estudios realizados en el país y en el Continente, somos, mayoritariamente las mujeres, quienes tenemos que darnos cuenta que en los servicios de Salud (sean públicos o privados), existen todavía muchísimas carencias y falta de sensibilidad para realmente poder hablar de “bienestar social”.  Los servicios institucionales son necesarios, pero no se encuentran disponibles en todas las comunidades y no cuentan ni con el equipo, ni con el personal suficiente (ya no digamos con medicamentos), además de que están siendo permanentemente amenazados por los recortes en los presupuestos gubernamentales.

       Ante este panorama, el cuidado para un enfermo crónico o adulto mayor en la familia, se reduce al proporcionado por una mujer: que muchas veces aislada, carente de información o servicios de apoyo y sin la seguridad de que contará con algún tipo de entrenamiento para ese delicado trabajo, pensión o subsidio mientras cuida a la persona, y en caso de que ésta fallezca… o enferme, por estar sometida a continua presión y desgaste emocional.

       Existe en nuestra sociedad un creciente número de mujeres que en alguna etapa de su vida cuida o cuidará de alguien, y por consiguiente, tienen o tendrán problemas en su trabajo, en su vida familiar o en su salud.  Historias como la siguiente son frecuentes en cualquier ámbito social: “Los últimos años de mi madre, requirieron de muchos cuidados.  Puedo decir que una tenía que pasar en vela noches enteras.  Al final, ella ya no reconocía a nadie y su carácter se endureció.  Acostumbrada a valerse por sí misma, cuando sufrió una fractura de brazo que la imposibilitó temporalmente, también mi carácter empezó a cambiar: no podía salir ni por un día a visitar a mis hijas que viven fuera y ninguno de mis hermanos quería hacerse cargo de mamá. Afortunadamente, la comprensión y solidaridad de algunas amistades y de mis propias hijas, que me apoyaron y asumieron los cuidados de mi madre en temporadas, evitaron un mayor daño a mi salud.  Aunque la muerte de mamá fue dolorosa, resultó menos traumática de lo que esperaba, al comprender que siempre se puede contar con alguien…”.

       Resulta claro que son necesarios los servicios de apoyo que posibiliten, además del empleo continuo, un descanso para quienes cuidan, tales como centros de cuidado diurno (pagados con nuestros impuestos) o trabajadorxs que acudan a domicilio para apoyar en las tareas que sean necesarias cuando se cuida a un enfermo.  Cuidados de enfermería de corto plazo (aunque sólo fuera por fines de semana), ayudarían a aliviar la presión sobre las mujeres que trabajan a tiempo completo y deben ocuparse además del cuidado de otras personas.

       En México, a raíz de la crisis bio-sanitaria por la que atravesamos (Covid-19), se han desentrañado historias verdaderamente dramáticas respecto a cómo personas sin mayor preparación en cuestiones de cuidados a enfermos, han tenido que actuar con arrojo y decisión (“porque no había de otra”) para atender en casa a familiares contagiados, hasta su recuperación o hasta el deceso de éstos.  Y, obviamente, muchas de esas personas que actuaron con heroicidad, ya no se encuentran entre nosotrxs para contar sus experiencias… tratándose, en muchos casos, de gente joven.

        Hoy, a un año de tener entre nosotrxs a tan incómodo huésped, en países como Estados Unidos y varios de Europa, ha crecido de manera alarmante el número de personas mayores de 55 años que se encuentran crónicamente incapacitadas luego de haber contraído el virus y permanecen confinadas en sus casas, sin posibilidad de volver a laborar, o hacer vida social.  México también ha visto crecer el número de personas que han quedado permanentemente incapacitadas y jóvenes que ya han empezado a padecer problemas de salud irreversibles y que además no están educados para atenderse… mucho menos para pensar en cuidar o atender a alguien más.

       Actualmente y a pesar de los avances en la medicina y servicios de salud, es nueve o diez veces más probable que una mujer, en vez de un hombre, cuide a su pareja, a un padre, o a un suegro que envejece o pierda la salud.  Somos muchísimas las mujeres que pertenecemos a un sector de trabajo menos visible aún que el trabajo del hogar y podemos estar seguras de que sin este esfuerzo (para nada reconocido) no podrían sobrevivir, ni el sistema médico ni todo el ejército de pacientes.

       Cuando cuidar de alguien es un trabajo que queremos hacer, respetado por nuestra familia y la comunidad, puede y llega a ser gratificante.  Sin embargo, muy a menudo es simplemente lo que los demás esperan de nosotras y se convierte en una actividad tediosa y desagradable, de la que se elude hablar, porque resulta incómodo.  “Aunque pueda parecer egoísta, muchas mujeres afirmamos que no podemos ofrecer apoyo ni cuidados a nadie, mientras no seamos capaces de cuidar nuestra integridad”, advertía nuestra amiga Sonia hace ya más de tres décadas.

       Recientemente he leído “Ética del Cuidado”, un artículo del médico y escritor Arnoldo Kraus, que menciona: “Cuidar es cualidad femenina.  Se cuida por empatía o se asiste por obligación.  Cuidar por obligación, como parte de la historia machista, por necesidades económicas, por migrar y convertirse en una persona sin papeles y sin otra posibilidad que atender a desahuciados, enfermos, discapacitados o viejos como sucede con las mujeres latinas que migran a España o a Estados Unidos, es característica de nuestro tiempo.  La pandemia ha desvelado con inaudita fuerza la inequidad de género y ha golpeado de nueva cuenta al sexo femenino.”

      Y agrega: “Si bien, como explica la psicóloga Carol Gilligan, la denominada ética del cuidado es femenina, a diferencia de la ética de los derechos, que es masculina, cuidar no debería implicar explotación ni sumisión.  Tras entrevistas a niñas y mujeres, Gilligan encontró una actitud empática y de responsabilidad innata hacia los otros en esos grupos.  Velar por seres humanos, evitar daños y proteger, forma parte de la ética del cuidado.  ¿Quién cuida a la madre anciana?, ¿quién se responsabiliza por familiares desahuciados? ¿quién protege a la prole?  Lo hacen mujeres: o nace en ellas, como parte de la ética del cuidado, o lo hacen por costumbres ancestrales, por machismo, por ausencia de voz o por ser la regla en sociedades desiguales, donde las mujeres valen menos que los hombres”.

       En países pobres, sin que sean excepciones naciones ricas, también dominadas por el machismo, en donde las autoridades son incapaces de afrontar y resolver temas urgentes como los feminicidios, Covid-19 ha profundizado una trampa ancestral: el trabajo femenino ni se valora ni se paga.  Muchísimos gobiernos en el mundo tienen una deuda añeja para con nosotras, las mujeres que cuidan de sí y de los/as otros/as.