Ciudadanizar nuestro entorno

La ciudadanía nos enseña a reconocer en lxs otrxs (independientemente del sexo, credo, raza, cultura, etc.) a lo diferente. (Foto: especial)

Escribía Carlos Fuentes: “Muchas veces, donde la burocracia es ciega, la sociedad civil identifica con seguridad y velocidad mayores, la necesidad del desarrollo bien planificado”.  Y esto viene a colación, al darnos cuenta hoy de que esa ausencia de participación ciudadana nos está develando, de la manera más drástica, situaciones que, siendo detectadas a tiempo, por sólo venir de voces ciudadanas se pasaron por alto y la factura a cubrir está resultando demasiado alta en términos materiales y pérdida de vidas.

           Ejemplo de ello, lo que sucede con el tema de Medio Ambiente no sólo en la Entidad, sino en todo el País.  Ante ello, se impone desarrollar o reforzar esas prácticas ciudadanas mediante las cuales se promueve la auténtica Gobernanza, que viene a ser necesaria en una Nación a la que urge salir de estas marañas burocráticas que entorpecen las acciones que vienen “desde abajo” y que rompen el frágil tejido de la corresponsabilidad,  el compromiso y la continuidad en todo proyecto.

       Quienes saben de esto, afirman que la Ciudadanía, como todo lo que el buen desarrollo del ser humano compete, resulta un derecho ineludible, que al no llevarse a la práctica, termina por anquilosarse dentro de cada quien.  Siendo contemplada como parte indiscutible de la Democracia, resulta casi inconcebible que generaciones de jóvenes, actualmente, desconozcan que en nuestro Estado, desde el año 2015, fue aprobada la Ley de Mecanismos de Participación Ciudadana, como resultado de una ardua lucha dentro del sistema político y que representa una posibilidad real para que las y los ciudadanxs podamos intervenir de manera más directa en los temas de interés público.

       No obstante la importancia de esta Ley de Mecanismos de Participación Ciudadana, debemos reconocer que el ejercicio del voto libre y secreto continúa siendo el instrumento mediante el cual las y los ciudadanxs tenemos el poder de manifestar nuestra voluntad y elegir a quienes serán las personas que asumirán la función de representarnos y tomar decisiones a nombre de la comunidad que los elige.  Por ello la importancia de continuar trabajando en la conformación de una sociedad cada vez más crítica, reflexiva y responsable.

       Actualmente, un gran porcentaje de la población juvenil se encuentra casi ajena a los procesos electorales.  Verdaderamente lamentable fue darnos cuenta de cómo muchxs jóvenes se “contrataron” sólo como comparsa de lxs distintos candidatxs, sin tener una postura, reflexión o análisis propio del acontecer económico, político, social o cultural, de por lo menos este Municipio.  Otrxs muchos también, asumieron un dejo de escepticismo, desconfianza o franca indiferencia ante el caudal de discursos rebosantes de frases trilladas, o ante las audaces campañas de desprestigio que se lanzan entre sí (ahora valiéndose de “redes sociales”) actores políticos de todo color.

       Entendemos que la situación de crisis y desconfianza hacia los distintos partidos políticos es resultado inevitable del resquebrajamiento de algunos grupos de poder (económico y político), además de la permanente lucha de quienes se oponen o hacen frente a las viejas formas autoritarias e injustas de gobernar, que han mantenido al país sometido a decisiones entreguistas y rapaces.  Todo, agudizado por la también crisis bio-sanitaria en la que nos encontramos.   

        Entre la población adulta y económicamente activa, se viven momentos de mucha expectativa, incertidumbre y muy poca esperanza de poder tomar decisiones con el necesario conocimiento (“los medios informativos desinforman”) y con mucha responsabilidad.  Sin embargo, también somos muchxs quienes nos encontramos dispuestxs a continuar ejerciendo una ciudadanía a toda prueba: libre, autónoma, civil y ética; carente de dogma o prejuicio.

       Seguramente las últimas oleadas de violencia, la permanente crisis económica, la enorme corrupción que aflora día con día y la impunidad que rodea a todos esos personajes motivados por la codicia y la ambición; los desaciertos de quienes gobiernan y toman tan erradas decisiones, además del confinamiento y distanciamiento a que nos hemos visto obligados por ese inquilino tan incómodo como lo es el COVID-19, han llenado a mucha de la población adulta o económicamente activa de frustración, ira, escepticismo y desánimo.  Pero también habemos quienes, a pesar de todo, ratificamos nuestros compromisos de continuar trabajando en la construcción de nuevas vías que nos lleven a recuperar el sentido original de la Patria, negado por tantas décadas de infamia e ignominia.

       Muchxs estamos ciertxs de no merecer un país donde unos cuantos estén por encima de todxs; donde abunden los saqueos, la discriminación, las arbitrariedades, el acoso contra poblaciones vulnerables, los asesinatos, las desapariciones y más tipos de infamias.  El país que deseamos, que merecemos, es aquel donde se reconozca la diferencia y se respete; donde el ser y el pensar diferente no sean motivo para ir a la cárcel o a la segregación, para ser perseguidx, para ser desaparecidx, o para morir.  Merecemos un país donde siempre se tenga presente que, formada por diferencias, la nuestra es una Nación soberana e independiente y no una colonia de otra nación.

       Entre las tareas pendientes, por ejemplo, resulta urgente continuar exigiendo el pleno reconocimiento de los derechos y cultura indígenas, que es algo que nos permitirá erradicar muchos odios raciales, tomando en cuenta que, contrario a lo que se piensa, el racismo no nace del nacionalismo, sino que es la debilidad del nacimiento tradicional lo que despierta el racismo.  Se necesita siempre reconocer la pluralidad de hombres, mujeres, pueblos, posiciones, para que la realidad sea posible.

       La ciudadanía nos enseña a reconocer en lxs otrxs (independientemente del sexo, credo, raza, cultura, etc.) a lo diferente, pero complementario en nuestra vida y sociedad.  También a entender que no hay un “ser en el mundo” particular para nadie; que todxs estamos en un mismo mundo mientras este mundo exista y que somos capaces de crear relaciones de respeto, equidad y armonía.

       Para nuestro país tan maltratado, más allá de pensar o elegir a quienes puedan representarnos (o no) desde las instancias de gobierno, resulta necesaria una labor permanente de trabajo ciudadanx para ir haciendo a un lado, en la función de gobernar y en cualquier ámbito: irresponsabilidades e indolencias tan graves, que al igual que la pereza mental y la resistencia de quienes no quieren enterarse, ni inquietarse, ni darse cuenta, ni participar, habrá qué sacudir como la mala hierba que impide el crecimiento de las nuevas semillas.  Aceptemos el reto: involucremos a más (sobre todo a jóvenes) en el ejercicio comprometido y noble de la ciudadanía.