Madres paralelas de Almodóvar inaugura la 78ª edición del festival de Venecia

La nueva película del cineasta español levanta aplausos contenidos en la inauguración de la Mostra. (Foto: especial)

Venecia, Italia.- Cada historia tiene un origen. Y la de los seres humanos siempre comienza con un parto. Un milagro que se repite idéntico, desde hace cientos de miles de años. Cada vez que una mujer da a luz, mueve el mundo. Y a la maternidad, básicamente, le debemos todo. Pedro Almodóvar lo sabe. Y ha intentado saldar esa deuda con buena parte de su filmografía. En 40 años de carrera, apenas hay películas del cineasta en las que no se retrate a alguna progenitora. Pero, esta vez, el homenaje es doble, como sus protagonistas. Madres paralelas, su nuevo y esperadísimo filme, inauguró la 78ª edición del festival de Venecia, en competición oficial. Recibió aplausos, en las primeras proyecciones del día, aunque algo contenidos.

Según El País, austera, al fin y al cabo, es también la película, que se estrenará comercialmente el 8 de octubre. Apenas hay humor, o los momentos surrealistas de otros filmes del creador. El tono es tan serio como el de las recientes Julieta y Dolor y gloria, y como los asuntos tratados: se habla de madres e hijas, de ancestros y descendientes, de la memoria histórica y la familiar. Janis (Penélope Cruz) busca a su abuelo, enterrado en una fosa común al principio de la Guerra Civil. Y, mientras, se concede un coito casual con un antropólogo. A veces, el cine sabe contarlo todo con una elipsis. Primer fotograma: dos cuerpos desnudos y entrelazados. Siguiente: hospital, servicio de Maternidad.

Allí, a la espera de su hija, Janis fragua otro vínculo: Ana (Milena Smit), su compañera de habitación. Se juntan una mujer de 40 años, veterana de las dificultades, preparada para un regalo inesperado, y una joven asustada, que en lugar de un sueño afronta un trauma. Ambas solteras, y solas. Hasta que una serie de vicisitudes las une para siempre.

“Ahora me interesan más las madres imperfectas, las que viven periodos complicados de resolver. Las madres anteriores de mis filmes eran distintas, venían de la educación que recibí”, añadió el cineasta. En concreto, de su progenitora, Francisca Caballero, y de las mujeres que rodeaban al pequeño Pedro cuando ella debía dejarlo en algún patio para cuidar de la casa o del campo.

El niño se quedaba asombrado, ante aquel universo femenino siempre en movimiento. Lavaban la ropa, la tendían, arreglaban objetos y problemas, cantaban y, sobre todo, contaban historias, sucesos, traiciones, chismorreos; cualquier cosa que ocurría en la España rural manchega y extremeña donde se crio el cineasta. Dice el director que su gusto por la mezcla de ficción y realidad nació allí. Pero, a sus 71 años, ha conocido a muchas más mujeres. “Cuanto más se complicaba el personaje de Penélope, más me interesaba. Era una novedad para mí. Pero según mi experiencia con madres reales, hay tipos muy distintos, y algunas tampoco tienen instinto maternal”, aseguró Almodóvar.

Con su filme, intenta abrazarlas a todas. Y entenderlas. Madres aterradas, entusiastas, ausentes, entregadas, frustradas o felices. Simplemente, humanas. Con sus temores, sus esperanzas y sus hombros siempre cargados. Mujeres que a veces se doblan, casi quiebran. Pero siempre resisten.

Junto con sus protagonistas, la película también pasa por momentos complicados, al menos en su arranque. Cualquier parto, al fin y al cabo, conlleva tiempo, esfuerzo, miedo e incertidumbre. A la espera, eso sí, de una alegría irrepetible. Así, entre algún diálogo impostado y los sucesivos giros de guion, el largometraje parece encaminarse hacia el culebrón. Nada más lejos, sin embargo, de la realidad. Cuando las verdades salen a flote y la trama se toma un descanso, queda el drama de dos mujeres. Y la maestría de Almodóvar para contarlo. Sin apenas movimientos de cámara, con la enésima notable banda sonora de Alberto Iglesias, Madres paralelas se entrega a la emoción contenida. Nunca exagerada y, a la vez, siempre a punto de estallar. En la pantalla desfila verdad, el mejor ingrediente para atar al espectador a la butaca.