Cuando la raíz es profunda

Y no sólo se refería a quienes en este territorio se reconocen como nahuas, ñañúes, pirindas, mazahuas o p’urhépecha. (Foto: especial)

Han pasado ya varios lustros y hoy recuerdo con nostalgia a un amigo p’urhépecha que me obsequió la siguiente reflexión que me ayudó a descifrar y entender la actitud de quien se autodefine como descendiente de un pueblo y una cultura originarios: “La forma de andar por la vida, la ayuda mutua, el servicio, la participación en fiestas, ceremonias, creencias y costumbres propias, que son considerados como riqueza que debe ser cuidada, transmitida, heredada… es lo que defendemos, conservamos sin llegar a pensar que debemos imponer a nadie y es lo que nos caracteriza”.

       Y no sólo se refería a quienes en este territorio se reconocen como nahuas, ñañúes, pirindas, mazahuas o p’urhépecha, sino a todxs quienes durante siglos han aceptado la denominación “indio” o “indígena.  “El indígena –continúa la reflexión- no separa la religión de la vida; el indio no se realiza sin la tierra y sin creencia.  Somos gente de la tierra y gente del Gran Espíritu (como en nuestra lengua le nombremos).  Siempre creemos en un Ser Superior, creador de la vida.  El indio verdadero es muy sensible a las necesidades de lxs demás y tiene la capacidad de encontrarle solución a las situaciones difíciles.  Para el indígena, el poder es ofrecer servicio, respetando las costumbres.  Convocando a asambleas y tomando acuerdos con su comunidad.  El poder es administrar los bienes del pueblo buscando mejorarlo; el poder no lo vemos como una carga impuesta, sino como una carga preciosa que se lleva con amor… buscando el bien común, promoviendo la participación de todxs (faenas) y buscando en todo momento la mayor participación con convicción de que el trabajo en conjunto siempre será para el bien común”.

       A esta forma de ser o actitud ante la vida, entre la comunidad p’urhépecha se le nombra Kaxhumbekua.

       En la década de los setenta, cuando llegué a tener cercanía con hombres y mujeres de distintas comunidades indígenas y agrarias del Estado (gracias a la Unión de Comuneros “Emiliano Zapata”, que me abrió sus puertas solidarias), pude constatar que son una realidad esas personas de probada rectitud e integridad que con frecuencia pasan inadvertidas para una mayoría de individuos que valoran al ser humano sólo por los bienes materiales que éste acumula, por su condición física o por determinadas características de su personalidad, quedando sin valor ante sus ojos materialistas valores como la honradez, la honestidad, la sencillez o la modestia y hasta hacen burla del espíritu de servicio hacia lxs demás.  Dos formas de entender y vivir la vida, diametralmente opuestas, me parece.

       “Cuando se hace una fiesta en la comunidad, no se piensa tanto en lo que se va a gastar, sino en lo que se va a compartir”.  “Cuando un niño o niña nace en una comunidad, no nace sólo para su familia, sino para todo el pueblo”, mencionó en un taller el maestro Benjamín Lucas.  Y añadía: “Existe lo que se ve, para identificarnos como p’urhépecha, pero también lo que se piensa o se siente (no visible).  Nuestra gente sabe que hay maneras de pensar en la vida, muy distintas a la nuestra.  Nosotrxs (los p’urhépecha) sentimos o no sentimos¸ es algo que no se puede explicar… el tiempo lo medimos de otra manera, igual que las distancias.  Nosotrxs tenemos todo el tiempo… el tiempo nos pertenece”.

       Amigas de raíz p’urhépecha, en un taller dedicado a “diagnosticar” la problemática social y ambiental en la región, nos regalaron las siguientes reflexiones, que siendo parte de experiencias de vida, llegan a impregnar o influir en las experiencias propias: “La mujer que conoce, vive y se alimenta de la naturaleza, es la salud de todas las mujeres.  Es una combinación del sentido común y el sentido del alma.  La intuición que se logra al entrar en contacto con la naturaleza, es como la oreja que escucha más allá del oído humano; es como el susurro que nos indica por dónde ir.  Nosotras lo conocemos muy bien, es el sentido que solamente nosotras tenemos.  Por eso, cuando se viene perdiendo el contacto con esa naturaleza, vivimos en un estado próximo a la destrucción y dichas facultades no se pueden desarrollar.  Eso nos enferma”.

       Yo he aprendido, junto a estas amigas y compañeras valiosas, que apartarse de la Naturaleza, es atentar contra nuestra salud y nuestra vida.

       Adelaida nos recomienda no callar lo que una siente, pues “el callar nos afecta a lo largo de nuestra vida.  Pero la forma en que nos comunicamos también es importante.  Debemos estar dispuestas a escuchar, para poder ser escuchadas”.

       Herminia complementa: “Además de la comunicación, hace falta practicar entre nosotras la confianza, el respeto y la comprensión.  Y no sólo entre mujeres.  Pero sí resulta importante que nosotras, las mujeres, eduquemos a hijos e hijas en estos principios que llegamos a sentir tan nuestros”.

       Alicia reconoció: “Hay actitudes que nos estorban: sumisión ante la incomprensión y el autoritarismo de nuestro maridos o varones de la familia; silencio ante el maltrato y la ofensa; pasividad ante la prohibición y limitación de nuestra libertad de expresión y reunión, debiendo por tanto, esforzarnos más para que todo esto cambie, para perder el miedo.  Querernos más a nosotras mismas y trabajar con las demás para ganar más confianza.  Debemos apoyarnos entre todas para evitar los malos tratos y ofensas; hablar entre nosotras y juntas reflexionar sobre cómo evitar el maltrato… sin maltratar”.

       Amigas y amigos p’urhépecha me han transmitido y mostrado con su ejemplo y práctica constantes, valores tan importantes como la Kaxhumbekua (vivir en armonía, con integridad), Tekantani (tolerancia), Uembekua (amor), Jarhajperakua (compartir), o Puantsakua (perdón).  Y con todos ellos continuar sembrando Mintsikakua (esperanza) y yo agregaría: La Paz, desde nuestros corazones.