Fiestas, festejo, ritual

Posta de la Fiesta Patronal de Pátzcuaro. | Fotografía: posada-yolihuani.com

Seguramente desde que tuve oportunidad de participar en un informal curso “introductorio a la lengua p’urhépecha” (proporcionado entonces por el inolvidable amigo y maestro Elpidio Domínguez), entendí el por qué de la incomprensión que nos ha marcado, como indígenas y no indígenas, en las relaciones que vivimos desde la Conquista, pero que cada vez más y dado el clima de hostilidad que hoy se vive, muchxs deseamos dejar atrás.  Si bien la imposición de las armas españolas sobre los territorios que hoy denominamos Michoacán no fue tan violenta como sucedió con los mexicas, por ejemplo, sí ocasionó pérdidas humanas y materiales y, sobre todo, generó un clima de incertidumbre y desconfianza entre los nativos, que, hasta hoy día, aún viven actitudes hostiles, discriminatorias y con frecuencia violentas por parte de los habitantes de centros urbanos “mestizos”.

       No obstante, a pesar de haber sido sometidos políticamente y obligados a adoptar las medidas reglamentarias dictadas por el gobierno español, los p’urhépecha encontraron la manera de hacer sobrevivir su cultura, arraigada en ellos desde hace más de ocho siglos y con marcados signos religiosos o de culto a sus ideales.

       Es bien conocido que los primeros religiosos llegados a estas tierras, mucho tuvieron qué ver en la conversión espiritual de los indígenas: los franciscanos, llegados en 1525, seguidos por los agustinos y los jesuitas, en 1537.  Aunque su principal función fue catequizar a los habitantes de las tierras conquistadas, también sirvieron de intermediarios entre ellos y las autoridades españolas, aprendiendo no sólo la lengua, sino también los elementos centrales de la cosmovisión que los pueblos precolombinos poseían, muy diferente a los preceptos filosóficos del catolicismo de aquella época.

       La fusión de ambas culturas (que a la vez tenían incorporados elementos de otras), trajo como consecuencia el sincretismo que hasta nuestros días podemos percibir, sobre todo, en las fiestas y festejos que cada comunidad celebra en distintas épocas del año, pero coincidentes todas con las diferentes etapas del ciclo agrícola.  La mayoría de estudiosxs de la cultura p’urhépecha, afirman que desde la época prehispánica todas las fiestas se organizaban de acuerdo con un calendario fijo, ininterrumpido y sustentado en el ciclo agrícola, para promover la participación de la mayoría de la población y con ello consolidar las relaciones sociales.

       Desde que en Michoacán se creara formalmente el Obispado, se tienen noticias de cómo ese calendario festivo entre las comunidades p’urhépecha se “fusionó” con el calendario festivo católico, adaptado por completo a las tradiciones (ya la cosmovisión) de los pueblos indígenas, surgiendo entonces los sistemas de “cargos”, así como el culto a los Santos Patrones y a otras imágenes religiosas. Instituciones como “Repúblicas de Naturales”, el “Cabildo”, los Hospitales, las Cofradías y las Mayordomías, empezaron a ser elementos importantes (indispensables) de cohesión entre pueblo y autoridades de todo tipo (civiles, tradicionales, religiosas y agrarias).

       Para los pueblos originarios de Michoacán, la fiesta es parte de la tradición, misma que se define como la forma en la que una sociedad determinada transmite de generación en generación, sus costumbres y valores.  Y no sólo los transmite, sino que enriquece y transforma la cultura material y espiritual de un pueblo a largo plazo; esto es, su Cosmovisión, su interpretación y organización de lo sagrado y su culto; sus relaciones sociales y económicas, su vínculo con la naturaleza, su lenguaje y su construcción del conocimiento, entre otros.

       “Píndekua” es la palabra que utiliza la persona que conoce con precisión el papel que debe desempeñar en un momento festivo determinado, de acuerdo con su edad y su género, así como el grado de parentesco que le une con otra persona cuando sea preciso prestar ayuda en la organización o desarrollo de una fiesta.  Así, cada miembro de la comunidad se siente profundamente identificado con los demás integrantes de la unidad social, creándose con ello, lazos de identidad comunitaria con fuerte continuidad histórica.  “Siruki” es como se traduce “tradición” e implica la prolongación activa del linaje y de la etnia o grupo cultural a que se pertenece.  En lo individual, la participación en los ritos y ceremonias festivos, da la legitimidad de pertenencia a la comunidad en que se habita.

       Casi todas las fiestas y ceremonias de los pueblos originarios, como el p’urhépecha, tienen un referente en el calendario litúrgico católico y son punto de confluencia de elementos con distintos orígenes culturales, pero fuertes raíces precolombinas.  Es posible identificar elementos de origen mesoamericano, como en las fiestas de inicio de las lluvias y de la siembra; las de la cosecha y el culto a los cerros u otros lugares sagrados, mezclados también con otros elementos de culturas africanas o árabes, así como de la vida contemporánea.

       Un fiesta también ofrece la oportunidad del encuentro con personas llegadas de distintas latitudes y para el intercambio de productos diversos, siendo un hecho social basado en la activa participación de lxs asistentes, que ayuda a la convivencia sin ataduras y en el caso de las comunidades p’urhépecha, la realización de una fiesta o ceremonia tradicional, se ve enriquecida  al recibir a cambio del esfuerzo colectivo, mayor cohesión y participación social en actividades de beneficio para todos/as, mejorándose los lazos de ayuda mutua.  También la identidad y el sentido de pertenencia se refuerzan, así como la vinculación con quienes han emigrado fuera del lugar.

       Sin embargo, como resulta lógico e inevitable, toda Fiesta, como todo individuo, sufre cambios: se regenera y evoluciona dependiendo de los tiempos que corran.  Como la fiesta patronal de Pátzcuaro, por ejemplo.  A pesar de encontrarse impregnada de la influencia europea, siempre tendrá características que la identifican también con la cultura p’urhépecha, no olvidando que este sitio, en tiempo precolombinos, fue una ciudad sagrada… cuyos vestigios, a pesar del olvido colectivo, ofrecen testimonio de la indisoluble relación que nuestros antepasados tuvieron con los elementos naturales y el entorno.