Recordando a María Teresa Dávalos

La maestra María Teresa Dávalos Maciel. (Foto: especial)

Una pequeña paloma tejida con paja en la comunidad de Ihuatzio, de ésas que popularizaron el matrimonio de don Pedro Silva y doña Juliana Reyes, esas avecitas que con sus alas desplegadas parecen detener el vuelo, con una minúscula rosa entre su pico, a manera de mensaje de paz, era el recuerdo con el que la maestra María Teresa Dávalos Maciel despedía a todos los visitantes del Museo de Artes e Industrias de Pátzcuaro, dependiente del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

       Nacida en la ciudad de México, D.F., la trayectoria de la museógrafa María Teresa se remonta a la década de los años cincuenta, cuando inició sus trabajos en el Museo de Antropología e Historia en aquella capital.  En el año 1954 pasó a integrar el equipo formado por el maestro Fernando Gamboa, quien tuvo el encargo de llevar una exposición de Arte Mexicano a la Feria Internacional de Bruselas y luego a varios otros países de Europa, Asia y África, con el objetivo de dar a conocer nuestra cultura, mediante piezas e información gráfica -abarcando desde la época prehispánica a la contemporánea-, ante los ojos del mundo.  Estando en Alemania, conoció al artista plástico Enrique Luft Pávlata, con quien casó y procreó su única hija: Rafaela.

       Con esta importante y enriquecedora experiencia, María Teresa Dávalos regresó al país, integrándose de inmediato a otras labores propias del INAH, desde donde se le encomendó, en el año 1960, la dirección del Museo dedicado a las Artes Populares de Pátzcuaro, lugar que ella misma eligió, encontrando en estas tierras el campo propicio para desarrollar sus conocimientos en técnicas artesanales.

       Por su iniciativa, el Museo de Pátzcuaro, creado en el sitio que ocupó el Colegio de San Nicolás Obispo (fundado en el siglo XVI por Don Vasco de Quiroga), definió una interesante propuesta museográfica artesanal, además de la obtención de importante presupuesto para realizar, en los años 70’s, trabajos restaurativos y de consolidación arquitectónicos, que llevaron a la localización de los vestigios precolombinos (parte de una yácata de enormes dimensiones) en el lado Oriente del edificio colonial.

       “No es de Pátzcuaro, pero lo ama más que muchos de los nacidos aquí.  Ha luchado para que la arquitectura virreinal de la ciudad siga siendo el orgullo de Michoacán y de México, pues –como dice ella-: destruir el pasado que se encuentra en los edificios, plazas, fuentes y calles, es borrar el legado cultural e histórico de un pueblo que una vez fue la capital de una de las provincias más ricas de la Nueva España. 

       También es gran defensora de los artesanos de nuestro Estado y ha sabido orientar a cada uno de ellos cuando se acercan a su persona.  Si esta mujer hubiera vivido en el siglo XVI en Pátzcuaro, hubiera sido una gran ayuda para el trabajo que realizara Tata Vasco con la organización de los pueblos.

       De carácter fuerte, pero a la vez de alma bondadosa, quien acude a ella a solicitar ayuda económica o consejos, no se va defraudado; por esas razones y muchas más, es querida y respetada en todos los círculos sociales, políticos y culturales de esta región y del Estado.

       A quien me refiero, es a la señora Teresa Dávalos Maciel de Luft, directora del Museo Regional de Artes Populares de esta ciudad.  Teresita, como la llamamos la mayoría de quienes compartimos vecindad con ella, o “Teté”, como lo hace mucha gente que está relacionada con la vida cultural de nuestro país”.   Son algunos párrafos extraídos del libro “Pátzcuaro en la Memoria de sus Hijos”, escrito por quien fuera cronista de nuestra ciudad: Enrique Soto González (+).

       Teresita o “Nana Teté”, como le llamaban cariñosamente artesanos/as indígenas llegadxs de los diferentes puntos de la región p’urhépecha, fue de las principales promotoras de la Feria Artesanal de Pátzcuaro; orientadora incansable de la labor artesanal para que no perdiera su regionalismo y creatividad.  Defensora apasionada de la conservación del aspecto típico de la ciudad, de la que resultó celosa inspectora comisionada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.  Y además, junto a reconocidas personalidades del lugar, como la señora Carolina Escudero viuda de Mújica, impulsora de diversas muestras, exposiciones y eventos artesanales, así como de concursos florales, que despertaron el interés y la participación de lxs habitantes de la ciudad y de lugares circunvecinos.

       Mis padres y hermanos, nuestra familia toda, tuvo la fortuna de disfrutar de una cercana y sincera amistad con Teresita, con don Enrique y con Rafaela, a la que vimos crecer como parte de nuestro entorno familiar y provinciano.  De Teresita aprendí la especial atención que nos merecen niños y niñas concurrentes al Museo: en mi niñez, junto a compañeras de escuela, fuimos acompañadas por ella a recorrer salas y espacios del recinto, para, terminado el recorrido, recibir hojas y lápices de colores, además de su invitación para escribir o dibujar sobre el papel, cualquier comentario o imagen que tuviéramos en mente, luego de escuchar la historia del edificio, el origen de tal o cual artesanía, así como otras anécdotas contadas de manera tan amena, que invitaban a volver.  Sin duda fue por Teresita que, cuando hubo oportunidad, decidí trabajar en ese entrañable Museo que tanto amó y me enseñó a amar.

       María Teresa Dávalos de Luft falleció a las 9 horas del día 21 de noviembre de 1985,  en la ciudad de Morelia, siendo sepultada en el Pátzcuaro que fue su hogar.  Un año después, durante el homenaje que se le rindió en “su Museo”, se leyó un poema de mi padre, Eugenio Chávez, dedicado a quien fuera también “apreciada comadre”, un fragmento del cual, comparto con gratitud para ambos:  “Un año ya.  Cumplidos a la cita,/ volvemos a vivir tus funerales./ Juntos aquí y a tu amistad leales,/ la voz de tu recuerdo nos invita./  Tus virtudes el tiempo no limita./  Supiste proteger de vendavales/ reliquias y vestigios coloniales./ Pátzcuaro de tu celo necesita./  Tu nombre a recordar en estos ramos:/ crisantemos, la flor que preferiste/ y ‘Alfonsina del Mar’ y el ámbar triste./  En el bien y en lo bello te buscamos./  Cada pieza y lugar, todos los días/ contigo en el Museo de Artesanías”.

       Con mi “hasta luego” para Gaspar Aguilera.  Y mi ¡caray!,  cómo llegan a doler, con los años, las ausencias.