Para nana Iurixe

Nana Iurixe era llamada nuestra santa patrona por las doncellas o guananchas indígenas que se encargaron, durante 200 años, de cuidar la bella escultura. (Foto especial)

Muy pocos en Pátzcuaro le llaman así.  Personalmente, aprendí a hacerlo desde que amigos de comunidades p’urhépecha me enseñaron a hacerlo y cuando entendí que ese fue el nombre que abuelxs mayores le dieron a la imagen de pasta de caña de maíz, representando a la madre amorosa que llegaba para consolar y ayudar a “sanar heridas” de hombres y mujeres de estos territorios.  Me refiero a la “Patrona de Pátzcuaro”, la Virgen a la que don Vasco de Quiroga otorgó la advocación “de la Salud”, porque su sola presencia comenzó a aminorar el duelo en que se encontraba un pueblo burlado, humillado y mancillado por ambiciones desmedidas, llegadas del otro lado de “la mar océano”.

       Don Nicolás León, en sus noticias históricas de la venerable imagen de María Inmaculada de la Salud de Pátzcuaro, reseñó:  “Al pie de su altar, oran a diario el hijo del ardiente clima del sur michoacano; el desvalido nativo de sus friísimas montañas y el incansable trabajador, el sencillo y humilde ranchero de las tierras templadas.  No es, por lo mismo extraño, ver ornamentado su altar con la apátzecua, flor color de oro del indio de la Sierra; el atigrado xahuique del mestizo de los valles y el purpurino coamecate del pinto de Tierra Caliente, dominando siempre entre los devotos el purepe del lago, que al renovar a diario los ramilletes de cándidas flores de chumbacua, en su armonioso idioma le repite: “Nana Iurixe, zántsini cuiripen vehcohueco-maripechen; thuquire santa Dios Nana embaecá” (Madre Virgen, ruega por nosotros, santa Madre de Dios).

       Nana Iurixe era llamada nuestra santa patrona por las doncellas o guananchas indígenas que se encargaron, durante 200 años, de cuidar la bella escultura hecha con la antiquísima técnica de pasta de caña de maíz, que data del siglo XVI (1540 aproximadamente) y que les hacía evocar a Cuerauáperi (la madre creadora en la cosmovisión p’urhépecha, o Creación, como afirma el maestro Benjamín Lucas), a quien se presume, estuvo dedicado el gran templo erigido en el Oriente de Petatzécuaro y sobre cuyos restos y sitio, se encuentran ahora cuatro de los principales edificios coloniales del lugar: la iglesia y el Colegio de la Compañía de Jesús, el Antiguo Colegio de San Nicolás (hoy Museo) y parte de la misma Basílica dedicada a la Virgen Católica.

       Cuenta la historia que fue alrededor del año 1540 que el Ilustrísimo señor don Vasco de Quiroga, abogado de la Segunda Audiencia y Primer Obispo de Michoacán, mandó fabricar la imagen de la Virgen María hecha en América y para su elaboración eligió la técnica y el material con que los más antiguos abuelos de estas tierras hacían las imágenes de los antiguos dioses.  La confección de la figura quedó en manos indígenas de la región (dioseros, quienes tenían fama de ser expertos en el modelado de imágenes sagradas), bajo la supervisión de un escultor europeo.

       El primer recinto de la futura Patrona de la ciudad, fue la capilla principal del Hospital de Santa Marta (anexo al Templo del Sagrario), y fueron tantos los favores concedidos, los milagros realizados y las curaciones hechas a los pobladores de la región por la efigie de la Virgen, que don Vasco mandó grabar a los pies de la imagen el epígrafe: “Salus infirmourum” (Salud de los enfermos), y desde entonces se le llamó y se le sigue llamando, Virgen de la Salud.

       Como la fama de la santísima imagen fue creciendo al paso de los años, llegó el día en que el templo del hospital fue demasiado pequeño para recibir a la multitud que se daba cita para visitar a la Virgen.  Por eso, en 1691 se inició la construcción de un templo de mayor envergadura, el del Sagrario, donde la imagen de la Virgen de la Salud de Pátzcuaro permaneció durante 191 años hasta que fue trasladada a lo que es su actual recinto: la Basílica de María Inmaculada de la Salud.  En el año 1737 la Virgen de la Salud fue nombrada Patrona de Pátzcuaro y diez años después, en 1747, fue fundado el Convento de las Religiosas Dominicas, a las que asignaron el cuidado y mantenimiento de la sagrada imagen.

       Fue hacia finales de 1880, cuando la imagen de la Virgen fue trasladada del Sagrario a la Basílica de la ciudad, donde el 8 de diciembre de 1899 fue coronada con autoridad pontificia, y desde entonces, se conoce a la antigua Catedral de Don Vasco como el hogar de Nana Iurixe.  Es para rememorar ese acontecimiento que cada año, en esta fecha, acuden peregrinos de todo el país a la celebración de su fiesta.  Desde el año 1924, el Papa Pío XI la nombró Patrona principal del Arzobispado de Morelia.

       El maestro Antonio Salas León nos contaba (en la década de los 60) cómo esa fiesta había ido cambiando con el tiempo, pero conservando la impronta indígena que la originó.  Él afirmaba que siendo Pátzcuaro un importante centro ceremonial religioso, tal vez antes de que se establecieran aquí los mismos p’urhépechas, resultaba lógico que el lugar (como tantos de Mesoamérica), también fuese un sitio obligado para el encuentro de personas llegadas de distintas latitudes: espacio de culto sagrado y para el intercambio de productos.

       Así que no debe extrañar que durante nuestra fiesta patronal lleguen tantos comerciantes de lugares más o menos lejanos, pero sobre todo de esos estados que en épocas remotas formaron parte del antiguo reino p’urhé. 

       Muchos aspectos que caracterizaban la fiesta patronal de Pátzcuaro, se han ido o han cambiado: los corredizos y los farolillos de papel de china que lucían la mayoría de céntricas calles, los globos de Cantoya, los “caminos” de oloroso “huinumo” de pino, los humildes puestos de frutas de la temporada iluminados con hachones de petróleo y la feria artesanal, que va siendo absorbida por cantidad de puestos que ofertan productos hechos en el gigante asiático y que inundan calles, jardines y “tiraderos” con desperdicios plásticos. 

       Este año, algo que alegró a tanto corazón desanimado, fue la “paseada” de Nana Iurixe por las principales calles de Pátzcuaro, engalanada con la indumentaria tradicional p’urhépecha y acompañada por banda, mojigangas y feligreses también ataviados a la usanza de la región, vuelta a acompañar, simbólicamente, por aquellas doncellas indígenas que se encargaron de su resguardo.  Este día 8, un espíritu de devoción renovado ha invadido, como la niebla matutina, a Pátzcuaro.