LOGOS: No quieren a los seres humanos pero son humanistas

Caravana migrante. (Foto: especial)

Los habitantes del hemisferio norte de nuestro planeta dominan a los seres humanos del hemisferio sur. ¡Ésta es una verdad evidente!

        Buscar los motivos de ese hecho nos es necesario (con todo y sus complicaciones) para encontrar remedios al inminente y gravísimo problema de la migración.

        Cada día que pasa son más numerosas y agresivas las oleadas humanas que (caóticamente) huyen del África rumbo a Europa o a Asia.

        La cantidad de caribeños, sur y centroamericanos, que intentan ásperamente cruzar por México para llegar a Estados Unidos de América, aumenta con rígida constancia.

        Migrar, y ser sedentarios, forma parte de la naturaleza humana.

        En la fisiología de nuestro cuerpo está la locomoción; empero, la característica de estacionarios, respecto a cierto lugar, también corresponde a nuestra anatomía.

        No hay un solo mexicano que no tenga antecedentes migrantes en su árbol genealógico. Ningún ser humano puede probar que proviene de homínidos eternamente inmóviles.

        Por la razón (o por la sinrazón) que sea, los humanos migran.

        Aunque partamos de nuestras creencias religiosas, nuestros mitos o leyendas, observaremos que Adán y Eva al ser expulsados del paraíso migraron a causa de un castigo divino.

        El correctivo que un grupo de dioses le impusieron a Ulises (el audaz personaje de los cantores homéricos del siglo VIII antes de nuestra era, por su soberbia astucia generadora de la caída de Troya) fue la dolorosa migración que nosotros gozamos al leer la Odisea.

        Incluso en el siglo XX el dublinés James Joyce migra a París, en donde publica su libro Ulises, para hacer de sus personajes seres huidizos, siempre en busca de algo o de alguien, pero migrantes del alma al fin de cuentas.

        Y nuestros náhuatls, mayas y purépechas, empedernidos migrantes en busca de la señal anunciada: la isla, el nopal, el águila devorando a la serpiente; los cenotes, en donde descendían los dioses a observar sus rostros; y o el flechero matando al halcón, mientras la parvada de palomas se separaba hacia los cuatro puntos cardinales. Todo eso para fundar sus pueblos, y volver a migrar.

        Todavía en el siglo XX, iban los mexicanos a mejorar sus condiciones de vida a EU; ubicándose en territorios que antaño fueron de nuestro país y que eran la reserva de nuestro crecimiento poblacional.

        Pero ahora es otra cosa.

        Huyen familias enteras de México por el terror a la violencia desatada, por el hambre y la miseria, por el desempleo y el miedo a la muerte.

        Y el gobierno estadunidense impone a México la vergonzosa tarea de retener y sostener en nuestro territorio a esas marejadas de migrantes, mientras ellos deciden a quiénes seleccionan para admitirlos en sus fuentes de trabajo.

        Todo, a cambio de un plato de lentejas: que fluyan y se acrecienten los envíos de dólares (de nuestros migrantes) a sus familiares aquende esa frontera, y alguna otra gracia de carácter menor y pasajera.

        Y eso que la política de allá y acá es humanista. El norte y el sur pregonan el humanismo, pero no hayan qué hacer con los seres humanos productos de la explotación del hombre por el hombre.

        Terminar con la explotación, sí; pero no con el hombre.

        Imponer el orden; pero el único futuro del orden es la justicia.

        El planeta Tierra es el hogar de todos, no debemos olvidarlo.