Reconociendo saberes y deberes de mujeres

Para ellas y todas las que no nombré, vayan mi cariño, gratitud y respeto. (Foto: especial)

Algunas de las que a continuación mencionaré, ya no se encuentran en este plano de existencia, pero de alguna manera, el reconocimiento que hoy hago a manera de gratitud, llegará a esos enigmáticos lugares donde las energías confluyen y sus ejemplos seguirán irradiando todo lo bueno y lo bello que sembraron entre quienes les conocimos.  De igual manera, a quienes continúan caminando por esta senda existencial, vaya y llegue mi gratitud infinita por el simple hecho de haberme(nos) “abierto su corazón” en distintas circunstancias.

       Unas son maestras, comunicadoras, comerciantes, promotoras, artesanas, campesinas, profesionistas, curanderas o, sencillamente, “trabajadoras del hogar”.  Algunas son madres solteras, otras han optado por la soltería… pero todas, solidarias y buscadoras de vida.

       Son amigas y conocidas que orgullosamente afirman su identidad cultural y de género contra toda corriente y con quienes hemos compartido, a través de distintas épocas, secretos, anhelos, experiencias buenas y no tan buenas; sobresaltos y alegrías, descubriendo cada vez cuán cercana se encuentra mi vida de las suyas, a pesar del tiempo, espacios de vida o de formación.

       Por ejemplo: hace más de cuatro décadas, una amiga que participaba (como parte de su comunidad) en las reuniones y asambleas realizadas en la Unión de Comuneros “Emiliano Zapata”, me hizo ver cómo para alguien que se considera indígena, resulta importante permanecer atentx a las necesidades de lxs demás (su comunidad), entendiendo “el poder”, como la posibilidad de ofrecer servicio, respetando las costumbres, convocando y participando en asambleas para escuchar la opinión de todxs y así encontrar los mejores acuerdos (el bien común).

       “La mujer que conoce, vive y se alimenta de la naturaleza, es la salud para otras mujeres.  Es una combinación del sentido común y el sentido del alma.  La intuición que se logra al entrar en contacto con la naturaleza, es como la oreja que escucha más allá del oído humano, es como el susurro que nos está diciendo por dónde ir.  Nosotras lo conocemos muy bien: es el sentido que solamente nosotras tenemos.  Por eso, cuando se viene perdiendo el contacto con esa naturaleza, vivimos en un estado próximo a la destrucción y dichas facultades no se pueden desarrollar.  Eso nos enferma”, fue la reflexión que nos obsequió un grupo de mujeres de comunidades de la Cuenca, durante un taller dedicado a “diagnosticar” la problemática social y ambiental en la región lacustre.

       Hay quienes trabajan en labores agrícolas, como Librada, y con ellas se ´percibe la visión que se tuvo de la tierra, no como propiedad privada, sino como un organismo viviente y valioso con el que existe un vínculo estrecho que se cuida, agradece y tributa.  Ellas me han transmitido secretos importantes, como saber pedir y ofrecer dones especiales, dependiendo de las fases de la Luna, o me han mostrado, con su ejemplo, que la identidad va más allá de hablar la lengua o portar la indumentaria.

       Adelina, siendo joven, participó en una ceremonia que la comunidad (encabezada por médicxs tradicionales y autoridades morales) realizaba “para recibir la enfermedad” y este acontecimiento cambió radicalmente su manera de entender la salud: “El no comer no daña tanto –dice convencida-; matan la ira, el miedo o la envidia”.  Justina, Adelaida, Herminia, Elisa, Alicia, Rafaela, Tomasa y Lupita, caminan por la vida con dignidad y plena autonomía que implica “el derecho a ser dueñas de nosotras mismas, a capacitarnos, a buscar los espacios y mecanismos para ser escuchadas en las reuniones y asambleas comunitarias y a tener cargos.  Pero también implica enfrentarnos con valor a la toma de decisiones y a participar, a buscar independencia económica y en la familia y a informarnos, porque el conocimiento reafirma nuestro ser autónomas”.

       Joaquina me dijo: “Todavía hace poco, muchas mujeres de mi comunidad no pensábamos en nosotras.  Nuestro corazón estaba triste, mirando cómo nuestros hombres tomaban, nos maltrataban y nos abandonaban para irse a otro lado.  Pero nos empezamos a organizar y a participar, gracias a que algunas nos atrevimos y ahora están cambiando las cosas… poco a poco, pero van cambiando”.

       Adela recuerda cuando, cuando por la invasión y despojo que sufría su comunidad, las mujeres empezaron a reunirse para apoyar a los hombres en la defensa.  “Al principio, la asistencia era bien poca, cualquiera podía llegar o irse, no había compromiso.  Para muchas, que eran maltratadas en sus casas, resultaba muy difícil salir, y para quienes lo hacíamos, no faltaban vecinos que empezaban a hacer chismes y provocarnos problemas.  Cuando estuvimos en plantones o asistimos a reuniones, además de hablar de los problemas de la comunidad, empezamos a hablar de nosotras, de los hijos, de la falta de dinero, de la relación con la familia y de lo que sentíamos.  Entendimos que el aislamiento no permite ver que nuestras vidas son parecidas.  Descubrimos que teníamos vidas bastante parecidas y al no sentirnos solas, eso nos dio fuerza”.

       “Hablamos mucho del corazón, pero nos olvidamos de nuestro hígado… de nuestro cerebro.  Tenemos que cuidar cada uno de nuestros órganos, porque si no lo hacemos, enfermamos…” nos dijo Luz, quien desde hace décadas trabaja con las terapias florales del doctor Bach.  Y las recomendaciones de Margarita, con frecuencia llegan a mi presente: “Es necesario vivir la vida plenamente.  Practicando todos los días lo que consideremos realmente sano para nuestra salud y vida, sintiéndolo nuestro, sin esperar que nadie nos dé algo a cambio.  Cuando se disfruta lo que se hace, existe menos riesgo de enfermar.  No necesitamos acumular, cuando con la salud se tiene tanto.  Simplemente, levantemos nuestra mirada al cielo y contemplemos las estrellas en el firmamento, un amanecer, o el paso de las garzas hacia el lago.  Demos gracias cada día por lo que somos, tenemos y compartimos.

       También recuerdo con cariño a quienes fueron compañeras de escuela y que siendo de comunidades indígenas, me llegaron a confiar sus temores, tristezas y algunas alegrías, sintiéndose, las más de las veces, discriminadas en un lugar que no podían sentir propio, siendo su lugar de origen.  A algunas de ellas les vuelvo a encontrar y cuando tenemos oportunidad de platicar “desde el corazón”, casi puedo asegurar cómo, al pasar el tiempo, han logrado, o están logrando, sanar heridas.

        Para ellas y todas las que no nombré, vayan mi cariño, gratitud y respeto.