Crónicas de la esclavitud

En México, el tráfico de esclavos floreció, luego de que los explotadores venidos de Europa se impacientaron ante la negativa de los recién conquistados “indios” al trabajo forzado. (Foto: especial)

El humanista Bertrand Russell afirmaba que “lo más trágico y terrible del ser humano sometido a esclavitud, resulta cuando el individuo lo asume como inevitable”.  Y hoy día cabe esta reflexión, cuando atestiguamos, a nivel global, cómo hasta el último rincón de nuestro planeta se encuentra contaminado por esa añeja práctica, en la que el hombre llega ser el lobo del hombre: la esclavitud, que adopta formas y rostros diversos y de la que no escapan hombres, mujeres, ancianos, jóvenes, niños y niñas.

       Recuerdo que en el año 2010 se realizó en la ciudad de Morelia un Congreso Internacional convocado por académicos estudiosos del tema, precisamente cuando en Michoacán se empezaba a detectar el aumento de una población migrante que ofrecía su mano de obra a empresas agrícolas, sobre todo, y que provenientes de otros Estados del país (e incluso de países limítrofes del sur), se veían sometidos a todo tipo de vejaciones, teniendo en su contra la pobreza, la ignorancia y la violencia, cuando se trataba de gente indígena desplazada de su territorio por la delincuencia.  Hoy que conocemos la historia y la tragedia de una de esas familias que ha perdido a uno de los suyos, aquí en Michoacán,  podemos darnos cuenta de que estos trabajadores agrícolas, en su mayoría, trabajan en situaciones de semi-esclavitud y que hay mucho por hacer para evitar que esto se siga repitiendo.

       Las crónicas nos hablan de que en la recién descubierta América, allá en las postrimerías del siglo XV, los piratas ya hacían de las suyas, actuando como instrumentos de la acumulación de capitales, muy cercanos a la nobleza europea (sobre todo, la Británica).  La reina Isabel de Inglaterra fue socia del temible Francis Drake, quien llegó a darle una ganancia calculada en el cuatro mil seiscientos por ciento sobre sus inversiones, que lo llevó a convertirse en “Sir” (un título honorífico).  Igualmente sucedió con John Hawkins, quien inauguró el negocio del tráfico de esclavos en América, al comprar 300 negros en Sierra Leona, que vendió y cambió en Santo Domingo por azúcar, pieles y otros productos.

       Corrían los tiempos en que las voraces monarquías de Europa se repartían las tierras del mundo conocido, así que el “descubrimiento” de nuestra América atrajo la codiciosa mirada de quienes fundan su riqueza en el pillaje… hasta la fecha.  Pero eso sí: bendecido por las autoridades eclesiásticas en turno.  El Papa de Roma, durante la Colonia, ayudó bastante en la repartición de casi medio mundo entre España y Portugal y, que se sepa, ningún príncipe de la Iglesia se opuso a la esclavitud de gente conquistada.

       En México, el tráfico de esclavos floreció, luego de que los explotadores venidos de Europa se impacientaron ante la negativa de los recién conquistados “indios” al trabajo forzado: preferían dejarse morir o ser muertos a golpes de látigo, que permanecer de sol a sol hurgando las entrañas de la Madre Tierra, o sembrando plantas desconocidas sobre su rostro, sin las debidas ceremonias para obtener su permiso y gracia; o bien, levantando edificaciones con el mismo material de sus antiguos templos y palacios.  La solución, que el mismo Bartolomé de las Casas sugirió, fue traer a los negros de África, que seguramente estaban lejos de la “racionalidad” que el mundo cristiano propugnaba.

       Muchas empresas surgieron durante los siglos XVI, XVII y XVIII, dedicadas al infame negocio de la compra-venta de esclavos, que actualmente nos lo recuerdan todos los “enganchadores” que aprovechan a los migrantes de cualquier nacionalidad, para llevarlos a trabajos que, por su propia condición de indocumentados, les obliga a vivir confinados, hacinados y sin ninguna protección legal.

       A partir del Renacimiento, Europa contribuyó a determinar la esclavitud por el color de la piel.  Y desde entonces, el tráfico de carne humana fue el más brillante negocio internacional… hasta nuestros días, si tenemos en cuenta la compra-venta de infantes, de mujeres y hombres jóvenes para ser utilizados por las redes de prostitución y tráfico de órganos, así como para trabajos riesgosos.

       El imparable tráfico de esclavos destinados a la América en siglos pasados, propició a la par sucesivas guerras en los reinos africanos.  Los traficantes (llamados negreros) utilizaban las bodegas de sus naves para amontonar su mercadería humana.  Los esclavos eran apretujados, encadenados todos a largas barras de hierro, sin permitírseles salir al sol y al viento durante las largas travesías.  Morían por cientos, y cada mañana los guardias, sus carceleros, arrojaban sus cadáveres al mar.  En el siglo XVII, un puñado de cristales de murano era el precio de siete hombres.

       A principios del siglo XVIII, un rey Borbón se sentó por primera vez en el trono de Madrid: Felipe V.  Este monarca se estrenó como tal, firmando contrato con la Compañía de Guinea, traficante de esclavos negros, y con su primo, el rey de Francia.  Cada monarca obtenía el 25 por ciento de las ganancias por la venta de 48 mil esclavos en las colonias españolas de América durante los diez años siguientes.  El contrato establecía que el tráfico debía realizarse en buques católicos, con tripulación católica.  Cabe recordar que entre los esclavos (prisioneros o perseguidos de guerra) se encontraban médicos, juristas, escritores, músicos y escultores.

       Víctimas de esclavitud, fueron personajes ilustres que dejaron testimonio de la libertad que se lleva al interior del ser humano.  Dos ejemplos: la famosa “china poblana”, quien en México adoptó el nombre de Catalina de San Juan y no era china, sino una mujer de la nobleza siria, que nos legó el famoso traje símbolo de identidad.  Otro más local, fue don Feliciano Ramos, quien habiendo sido esclavo en una isla del Caribe, llegó a Pátzcuaro gozando ya de libertad y en agradecimiento, mandó edificar la iglesia del Santuario, dedicada a la virgen de Guadalupe.

       Como he mencionado en algunos párrafos, el tráfico de esclavos continúa siendo de las exportaciones más exitosas del sur del mundo.  Decretos abolicionistas se han promulgado en todos los continentes y, legalmente hablando, esta infamia que es la compra-venta de carne humana no tendría cabida en sociedades “civilizadas”.  Pero existe y es una terrible realidad.

       Aún tenemos mucho qué cambiar en las relaciones que como humanos establecemos y continuar caminando hacia esos otros senderos que provocarán un verdadero cambio: cuando se tome conciencia de que es posible vivir sin sujetar, sin discriminar, sin explotar.  Cuando reconozcamos que construir autodependencia es crear sociedades solidarias, pacíficas, justas y libres.