ECOS LATINOAMERICANOS: Los nacionalismos permanecen

El nacionalismo en Latinoamérica usualmente ha sido de carácter emancipatorio. (Foto: especial)

Durante la década de los años noventa se consideró que la globalización, respaldada por el modelo económico neoliberal, había triunfado de manera definitiva. Se promovió en las diversas naciones la idea de la apertura e integración económica, y el fomento de un modelo político basado en la democracia liberal. Hasta comienzos del siglo XXI dicha noción fue muy poco criticada, y la mayoría de los países, especialmente aquellos en vías de desarrollo, o también llamados “países periféricos”, aceptaron encaminarse a ese tipo de proyecto político-económico.

Hoy en día las cosas no podrían ser más diferentes, el modelo de globalización entró en enormes cuestionamientos, primero de corte ideológica, y luego de practicidad económica tras la crisis de 2008. En reacción a los huecos socioeconómicos y culturales que generó el fenómeno de la globalización, han resurgido con mucha fuerza diversos movimientos nacionalistas en diferentes lugares del planeta, tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo.

Latinoamérica no ha sido la excepción. Aunque la región ha experimentado diversas etapas de movimientos nacionalistas, la mayoría de estos han sido muy específicos de cada país en determinado periodo histórico, sin embargo en la primera década del siglo XXI tuvo lugar una “ola” más o menos notoria con nacionalismos de corte “progresista”, como lo fue Bolivia con el gobierno de Evo Morales, Argentina con el primer gobierno Kirchnerista, Ecuador con la llamada “Revolución Ciudadana”, de manera más moderada Brasil con el gobierno de Lula, Uruguay con los gobiernos del Frente Amplio y Paraguay con el gobierno de Lugo, e incluso la propia Venezuela en los primeros años de Hugo Chávez.

Sin embargo, el nacionalismo en dichos casos se impulsó primordialmente como reacción al modelo neoliberal, y sobre todo como crítica a su principal promotor internacional, EUA. En un inicio los discursos de estos gobiernos estaban enfocados a criticar la influencia estadounidense en la región, sobre todo tras la invasión a Iraq en 2003. Por lo que, al menos simbólicamente, se buscó la integración regional, y se intentaron políticas que pretendieron reducir la dependencia económico-militar de EUA. Lamentablemente, la inercia geopolítica y la falta de estrategia para desarrollar políticas de industrialización nacional que pudieran incrementar el consumo hacia el mercado interno, empujaron a algunos de estos países a la esfera de otras potencias globales, como China y Rusia, en lugar de buscar una plena autonomía internacional. Sin duda alguna Venezuela es el ejemplo más visible de esto.

Posteriormente, la región experimentó el regreso de los llamados “gobiernos neoliberales” que imperaron en los noventa, aunque en esta ocasión su impacto y proyecto fue mucho más mesurado, presumiblemente porque,  para esas alturas el modelo de globalización había entrado en crisis desde el 2009, y eventos políticos posteriores, tales como el Brexit y la llegada de Donald Trump al poder, dejaron en severo cuestionamiento la eficacia y resultados de dicho modelo. Por lo anterior, el periodo de ejercicio en el poder de estos nuevos “neoliberalismos” fue mucho más breve que la de sus homólogos de la última década del siglo XX.

De nueva cuenta, parecen resurgir algunos movimientos de nacionalismo progresista que están tomando el poder en distintos países de la región. Como ahora los casos del gobierno de Alberto Fernández en Argentina, el Pacto Histórico en Colombia, el retorno del MAS en Bolivia, ahora a través de Luis Arce, y, sobre todo de manera más simbólica, México desde 2018.  Aunque cabe resaltar, que estos nacionalismos progresistas no son los únicos que están tratando de aspirar al ejercicio del poder en la región.

Está, por ejemplo, el caso de Nayib Bukele en El Salvador, donde aun está en entredicho si ese gobierno es progresista, pero lo que no cabe duda es su fuerte tinte nacionalista, lo que ha permitido colocar a El Salvador en posición que es simultáneamente critica a Estados Unidos, pero también a países de “izquierda autoritaria” de la región próximos a China y Rusia. A su vez hay otros nacionalismos menores que intentan despegar en sus respectivas arenas políticas.

El etno-cacerismo en Perú es un ejemplo claro de ello, dicho movimiento busca reimpulsar las culturas indígenas, pero con discursos fundamentados en cuestiones étnico-raciales y con fuertes rechazos a la permanencia de extranjeros, incluyendo otros latinoamericanos, en el país, además de grandes críticas a los valores “políticamente correctos fomentados desde el extranjero”. Este tipo de nacionalismos que se alejan considerablemente del progresismo, son mucho más comunes en Europa, pero parece que están comenzando a permear en Latinoamérica también, lo cual arroja serios cuestionamientos sobre los cambios sociales, políticos, económicos y culturales que están aconteciendo.

El nacionalismo en Latinoamérica usualmente ha sido de carácter emancipatorio, es decir, históricamente buscó alejarse de la influencia de países imperialistas para al mismo tiempo aspirar a producir la denominada “justicia social”. Este nacionalismo más típico de nuestra región toma como base de partida intereses de corte socioeconómica, dejando en segundo plano las cuestiones socioculturales, por lo anterior, hasta hace un par de décadas era difícil asociar al nacionalismo latinoamericano con elementos xenófobos o chauvinistas. Si bien, en los años treinta existió brevemente ese tipo de nacionalismo, en general eran más las excepciones que la norma.

Pero los últimos giros en el ámbito internacional han hecho que esto cambie, actualmente parece haber una consternación social cada vez mayor por la modificación de las costumbres y el estilo de vida de las sociedades latinoamericanas, propiciadas por los efectos económicos de la globalización y de la migración internacional. Sin mencionar que el impulso actual de los diversos nacionalismos conservadores en los diferentes lugares del planeta posiblemente hará que este tipo de fenómenos que hasta hace poco eran casi exclusivos del viejo continente empiecen a reproducirse a mayor velocidad en nuestra región.

De una u otra forma, con la crisis actual del modelo globalizador y la inestabilidad geopolítica en las relaciones internacionales contemporáneas, los nacionalismos estarán un buen tiempo en el escenario público, tanto de Latinoamérica como del resto del mundo. Más bien el reto ahora deberá ser cómo encausar correctamente a las actuales y futuras corrientes nacionalistas, para evitar conflictos que pudieran agravarse y desestabilizar la región.