Laudato si’, un texto revolucionario

El Papa Francisco habla de la deforestación de los bosques, de la devastación que causa la minería del oro y otros metales (Foto: El Vaticano)

“No somos Dios”, declara la Encíclica Papal Laudato SÍ.  Y todos los seres de humanos lo hemos sabido en algún momento. Pero desde que los avances científicos hicieron creer a algunos que ya estábamos a punto de saber todo lo que había que saber sobre la Tierra y que eso nos convertía en amos y señores de la Naturaleza, llegaron nuevos avances que nos están mostrando algo muy diferente.  Mientras quemábamos cantidades cada vez mayores de combustibles fósiles, los gases de efecto invernadero se acumulaban en la atmósfera, atrapando cada vez mayor cantidad de calor.  Es ahora que nos enfrentamos a la realidad: no somos ni amos ni señores, y estamos desatando fuerzas naturales mucho más poderosas que nosotros y que nuestras más ingeniosas máquinas… y vamos caminando cada vez más cerca de la autoaniquilación.

Si hace varias décadas leí por primera vez la traducción de El Cántico de las Criaturas o del Hermano Sol, escrito por San Francisco de Asís en el italiano incipiente del siglo XIII y quedé cautivada por el que se ha llegado a considerar precursor de la revolución político-económica, cultural, espiritual y ecológica integral que ha movido a tantas consciencias en el mundo, en esta séptima década de mi existencia he leído asombrada la Encíclica Papal “Laudato sí, entendiendo que no existe ningún otro texto de la iglesia católica con tantas páginas dedicadas a lo que la Ciencia nos enseña y nos advierte.

El Papa Francisco habla de la deforestación de los bosques, de la devastación que causa la minería del oro y otros metales; de los monocultivos que destruyen los suelos, de los plaguicidas que matan a los microorganismos que alimentan la Tierra; del calentamiento del mar, de la pesca con dinamita, de la destrucción de los arrecifes de coral; de la contaminación del aire, de la importancia de conservar los manglares; del derretimiento de los glaciares, del peligro que representa el metano escondido en el hielo polar.  Y en esta larga lista de desastres ambientales que menciona, el Papa Francisco habla siempre de la mano de la Ciencia; argumenta desde la Ciencia para explicarlos, sin relacionarlos con voluntad, castigo, prueba o aviso de Dios.

Ocho siglos después de que San Francisco escribiera su Cántico de las Criaturas, otro Francisco le reconoce como el cántico inspirador de una carta, que como Pontífice de la Iglesia Católica, él transforma en la Encíclica Papal “Laudato Sí, sobre el Cuidado de la Casa Común”.  Texto revolucionario, que ha provocado, desde que viera la luz, cientos de reacciones cuya respuesta ha sido, en general, abrumadoramente positiva; porque se advierte, ante todo, la valentía de un primer Papa de nombre Francisco, nacido en el continente Latinoamericano… y sobre todo, formado en la Orden de la Compañía de Jesús.

Desde que tuve información de esta Encíclica, hasta que el texto completo llegó a mis manos, hace más de un lustro, muy pocos comentarios he escuchado al respecto; y todavía hoy me asombra que el contenido de este maravilloso documento no sea motivo de análisis y reflexión, por lo menos, entre la numerosa feligresía de la Iglesia Católica en el país o en regiones como la nuestra, que se encuentra en riesgo inminente ante el daño causado al medio ambiente.  Tomemos en cuenta, por ejemplo, que nuestro Estado de Michoacán lleva meses alertando de un creciente estrés hídrico, o de la expansión de monocultivos que están envenenando nuestros suelos y los cuerpos de agua… además del acoso y el asesinato de líderes ambientalistas.

La Carta Encíclica que comienza así:  “Laudato Sí, mi Signore”, lejos de pretender sensacionalismo o siquiera provocar temor, tiene como objetivo “tomar dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar.  Entonces, se torna en un apasionado llamado a que cada persona, cada comunidad, cada sociedad; los países, los gobiernos y las empresas, asuman su responsabilidad para detener el desastre ambiental.  Es un llamado a la responsabilidad.

El Cántico del pobre de Asís, nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: “Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra Madre Tierra, la cual nos sustenta, nos gobierna y produce los diversos frutos con coloridas flores y hierba”.  En la Encíclica Papal se nos exhorta: “Si de verdad queremos construir una ecología que nos permita sanar todo lo que hemos destruido o dañado, entonces ninguna rama de las ciencias y ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado; tampoco la religiosa, con su propio lenguaje”.  Porque en el lenguaje de las grandes religiones,la Naturaleza es obra de un Creador, que con creatividad nos ha permitido habitar este mundo, para ser compartido.  Y reconocerlo así, sentirlo así, es una motivación para cuidarle.

Hoy que estamos atestiguando desastres de grandes magnitudes, con tantas pérdidas de vidas humanas, resulta oportuno admitir que ha llegado el momento de actuar, como la Encíclica Papal señala en su verdad más valiente: “el actual sistema económico alimenta la crisis climática y, a la vez, trabaja activamente para impedir que tomemos las medidas necesarias para evitarla”.  La conciencia de esta oportunidad está creciendo y haciendo surgir un nuevo tipo de movimiento climático que tiene en cuenta esta situación.

Los costos planetarios asociados al cambio climático, lo sabemos, lo estamos experimentando, son muy altos y la velocidad a la que deben implementarse las medidas para, por lo menos mitigar ese cambio, obliga a la humanidad a pensar cuáles son las mejores estrategias para adaptarnos a esta nueva realidad.  La relación de la humanidad con el resto del planeta debe cambiar y debe hacerlo de forma rápida, o el riesgo en que hemos puesto nuestra propia existencia y la de muchas otras especies, alcanzará un punto de no retorno.

El fragmento de una de las Oraciones al término de la Encíclica, llama la atención por mencionar a quienes hoy sufren con mayor rigor las consecuencias de un sistema económico rapaz:  “Dios de los pobres, ayúdanos a rescatar a los abandonados y olvidados de esta tierra, que tanto valen a tus ojos.  Sana nuestras vidas, para que seamos protectores del mundo y no depredadores; para que sembremos hermosura y no contaminación y destrucción.  Toca los corazones de los que buscan sólo los beneficios a costa de los pobres y de la Tierra.  Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa, a contemplar admirados, a reconocer que estamos profundamente unidos con todas las criaturas en nuestro camino hacia la Luz infinita.  Gracias porque estás con nosotros todos los días.  Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha por la justicia, el amor y la paz… Alabado seas”.