El museo de Pátzcuaro

Museo de Artes de Pátzcuaro. (Foto: especial)

                                                      

Como propuesta de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, desde el año 1977, cada 18 de mayo se celebra internacionalmente el Día de los Museos, entidades cuya historia se han encargado de documentar antiguas crónicas, mencionando que los primeros museos del mundo surgieron, posiblemente, en el siglo V a.c. en las ciudades griegas de Atenas y Delfos y eran depósitos donde se guardaban obras consideradas de gran valor y belleza.  Y ya en América, es en el siglo XIX, con el gobierno de Guadalupe Victoria, que se crean los museos en México, como instituciones abiertas al público.

       En aquella época, los curadores, personas preocupadas por investigar y proteger las colecciones, solían olvidarse del público visitante, priorizando el estado de conservación de los objetos museísticos.  En cambio, hoy en día es evidente que los museos pretenden ser, ante todo, medios educativos, recreativos, fundamentales para la formación de la población.  A lo largo de su larga evolución, hoy día es posible definir al museo actual, como “una institución que obtiene financiamiento gubernamental, privado o mixto, creada con el fin de contribuir al desarrollo de la sociedad, al preservar, reunir, conservar, estudiar e interpretar, exhibir y divulgar, por medio de exposiciones y de un conjunto de actividades paralelas, evidencia material (tangible e intangible) cultural y natural, artística y científica (animada e inanimada), histórica y tecnológica, de la evolución del hombre y la naturaleza”.

       En este contexto, el Museo de Pátzcuaro, reitera su vocación de servicio, haciéndonos partícipes de su historia en este lugar privilegiado de Michoacán:

       “Me encuentro situado en la parte oriente de la ciudad, integrándome al conjunto arquitectónico colonial, en donde estuvo un importante centro ceremonial precolombino, parte de cuyos vestigios, se pueden apreciar en un espacio dentro de mis instalaciones.

       Si quieres ahondar en la historia de Pátzcuaro, debes saber que, en este sitio, originalmente fue fundado el antiguo colegio de San Nicolás Obispo en el año 1540, aproximadamente, sirviendo como sede para los fines evangelizadores, repobladores y educativos del abogado Vasco de Quiroga, integrante de la Segunda Audiencia, quien por esos afanes, recibió del rey de España el nombramiento de Obispo.

       Mi historia a través de los siglos, ha sido apasionante y digna de ser conocida (como todo patrimonio cultural): mis primeros 300 años de vida colonial, marcaron mi carácter y estilo arquitectónico, adaptado para las labores docentes aquí desarrolladas.  La Orden de la Compañía de Jesús me ocupó, luego de la muerte de Tata Vasco, continuando sus labores educativas hasta su expulsión a finales del siglo XVIII y a los jesuitas se debe la decoración que aún se distingue en algunos de mis muros y que, al parecer, fue muy bella y elaborada.

       Durante el siglo XIX y hasta principios del siglo XX, los diversos usos a que fui sometido, modificaron de alguna manera mi arquitectura, ya que mis instalaciones se ocuparon para ser mesón, vecindad, cárcel, oficina de las comunidades agrarias, caballeriza y colegio para niñas, cuando iniciaba la época revolucionaria, dando como resultado, el deterioro del inmueble.

        Y fue hasta el año 1938, por iniciativa de algunas personalidades de este lugar, que solicitaron al entonces presidente de la república, general Lázaro Cárdenas del Río, la creación de un Museo dedicado a las Artes Populares, que se emitió el decreto de expropiación y el inmueble vino a albergar todo un rico y variado acervo, ejemplo de las artes de un pueblo tan creativo y laborioso como el p’urhépecha.  En el año 1939, pasé a formar parte de la red de museos del recién creado Instituto Nacional de Antropología e Historia.

      Desde mi fundación como Museo, he sido destinado para conservar y exhibir una muestra amplia y variada de la producción artesanal que el pueblo michoacano ha heredado y continúa reproduciendo a través de generaciones.  Y más recientemente, desde el año 2010, mi guión museográfico ha sido adaptado, ponderando las artes y los oficios del pueblo p’urhé, visibilizando  a las personas que crean y dotan de identidad a cada producto, fiesta y ceremonia, así como los saberes  y habilidades milenarios, que se transmiten de generación en generación, teniendo como guía, una visión del mundo propia, única e intransferible.

       El recorrido por mis doce espacios divididos por temas y técnicas antiguas y algunas bastante elaboradas (como la pasta de caña de maíz, el maque, la metalurgia o el arte plumario), permite acercarnos a la vida e historia de hombres y mujeres de la Región Lacustre, de la Ciénega, de la Cañada o de la Meseta.  Mis salas, patios y corredores, además del espacio donde se aprecian vestigios de la plataforma prehispánica (parte de un Cue de grandes dimensiones), seguramente complementarán lo que se conoce de Pátzcuaro: “el lugar de los cuatro Cúes”, “por donde se asciende al inframundo”, o “donde los hombres se comunican con los dioses”.

       Recuerda: un museo siempre es un canal para el conocimiento de uno mismo y el medio que nos rodea.  Cuando me visites, siempre serás bienvenido y bien atendido por el personal que me custodia y juntos, aprenderemos a conocernos y entendernos más”.

       Personalmente, como trabajadora del Museo de Pátzcuaro, luego de más de tres décadas de servicio, he aprendido que cualquier persona que labora en estos centros culturales, que esté convencida de servir al visitante que -espontáneamente o no- ha franqueado el umbral del museo, ya está ofreciendo un servicio educativo.

       Ayudar, conducir, guiar a lxs demás, serles útiles (sin distingo de jerarquía), nos coloca en la posición de “servir a alguien”.  Y eso somos: servidorxs públicos.  Somos tan útiles al visitante cuando le indicamos el corredor que conduce a los lavabos, como cuando ayudamos a un escolar o a cualquier persona, a descubrir lo más sobresaliente del lugar.

       Me encuentro convencida que el “servicio educativo” en cualquier museo, resulta una expresión rica en significados y connotaciones.  Se trata, ante todo y sobre todo, de “educar”, más que “instruir”.  El servicio educativo debe ser más una lección moral que una clase; animar a  descubrir un código cultural diferente y no contentarse con ser una simple introducción histórica o técnica.  Cualquier visitante de un museo merece ser guiado; no solamente a aprender, sino sobre todo, a mirar, a analizar, reflexionar y, mejor aún, a admirar.

       Nuestro Museo en Pátzcuaro, les invita a recorrer sus espacios y reconocer, en cada rincón, en cada objeto, la apasionante historia que resguarda entre sus muros.