Guardián sagrado

El Popocatépetl es uno de los cuatro volcanes más importantes del planeta. (Foto: especial)

El Popocatépetl es uno de los cuatro volcanes más importantes del planeta. Estudios paleomagnéticos indican que el volcán Popocatépetl tiene una edad aproximada de 730.000 años y que es el producto del colapso de varios volcanes antiguos.

 Tiene una altitud de 5452 metros sobre el nivel del mar. es de forma cónica, tiene un diámetro de 25 km en su base y la cima es el corte elíptico de un cono y está unido por la parte norte con el Iztaccíhuatl mediante un puerto de montaña conocido como Paso de Cortés.

Concebidos ambos como sagrados. Venerados, cuidados, amados desde el inicio de los tiempos.

Existen restos de altares dedicados a cada uno de ellos.  Excavaciones efectuadas en la falda noreste del volcán, en el complejo habitacional de Tetimpa, han arrojado información de ocupación humana desde el 800 a. C.

Según Chimalpain en la quinta relación escrita entre 1606 y 1631, el Popocatépetl se llamó anteriormente Xalliquecuac (arena que vuela), fue después del año 9 caña (1354), que se le llamó Popocatépetl (montaña que humea).

Gruzinski (1989) describe un interesante caso de reinterpretación del papel masculino del Popocatépetl que tuvo lugar en la década de 1760. Un tal Antonio Pérez, quien compartió las prácticas de los graniceros en distintos cerros ubicados a los pies del Popocatépetl, incluyendo el lugar denominado “Rostro Divino”, situado en el volcán, en una de sus cuevas y en presencia de testigos, “encontró” la imagen de la Virgen, anteriormente anunciada por un monje franciscano. De acuerdo con Gruzinski dicho evento ocurrió en diciembre de 1760, una semana después de las celebraciones de la fiesta de la virgen de Guadalupe; este mismo autor atribuye la “invención” de la Virgen del Volcán al trabajo colectivo de los indígenas dirigidos por Antonio Pérez, quienes reinterpretaron al Popocatépetl partiendo de las actitudes y los sentimientos guadalupanos, mezclando las ideas y creencias populares, representaciones colectivas de la realidad, sus biografías personales etcétera .

En la montaña sagrada, habita Dios padre – madre.  Que dio vida a todo. Que todo provee, que en sus entrañas genera agua, y las semillas sagradas del maíz.

Los que han estudiado la cosmogonía de las civilizaciones sucesivas de Mesoamérica como Alfredo López Austin, han demostrado que en todas ellas hay un eje cósmico sobre la superficie de la tierra, en este lienzo terreno se eleva la Montaña Sagrada que es casa del Dios, que es a la vez, madre y padre de los demás dioses, en su morada sagrada de tres niveles se encuentra el horizonte de la muerte, el horizonte del Monte Sagrado y el del árbol florido.

Este doble Dios complejo y complementario, es el responsable del movimiento y las transformaciones, que explica y da razón de la dialéctica dinámica del universo que observamos, su hogar el Popocatépetl, si bien es la segunda gran elevación del país, pues tiene cinco mil cuatrocientos cincuenta y dos metros sobre el nivel del mar, sigue formando parte del horizonte del inframundo en el concepto mesoamericano y es por ello un Monte Sagrado.

La unidad y lucha de este par de dioses complementarios se ha representado en multitud de formas plásticas a lo largo de los siglos, pero siempre trenzados como una corriente de agua y otra corriente de fuego formando una unidad. Unidad generadora de vida como la semilla sembrada en las entrañas húmedas de la tierra, que genera la planta y su fruto el maíz. Hay una gran variedad de glifos pintados en códices de Centépletl: una Montaña Sagrada en forma de mazorca.

El origen de los graniceros se remota a la época prehispánica, cuando formaban parte de la jerarquía sacerdotal y se les conocía como nahualli o tlaciuhqui.

Ya, Bernardino de Sahagún, habla de los teziuhtlazque, “casi estorbadores de granizo”, y de la Serna, de los espantanublados o graniceros, ambos refiriéndose únicamente a su función como controladores del tiempo. Dentro de las cuarenta clases de magos del mundo náhuatl, López Austin incluye a los dominadores de los meteoros, y entre ellos menciona a “el que arroja los vientos y las nubes”, cuyo nombre en lengua náhuatl no precisa; se refiere a éste no como un protector de la agricultura sino de la salud de los niños: “… ya que se atribuían algunas de sus enfermedades a los vientos y las nubes. El procedimiento era similar al del que ahuyentaba las nubes de granizo”.

Los graniceros, son personas a las que les ha caído un rayo y no mueren. La cantidad de energía que los golpeó hace que en su interior se les abran unos puntos energéticos conocidos como chacras, los cuales les dan a estas personas el poder de comunicarse con los animales, flores y hasta con el volcán Popocatépetl.

 También existen quienes son predestinados a través de los sueños, o por ser descendiente de un claclasqui (palabra náhuatl), que, en algunas poblaciones nahuas de Morelos, se usa para nombrar a los graniceros.

 Hay graniceros que viven y actúan en poblados aledaños a las elevaciones del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, muestran el deseo de conciliar la tradición mesoamericana y el culto católico. Por ejemplo:

El inicio del ceremonial para la petición de lluvia se da a partir del primero de mayo, pero antes de ingresar a los distintos templos debe pedirse permiso en la Piedra del Conejo, un acto que no puede pasarse de largo.

Si bien la bienvenida al nuevo ciclo agrícola lo marca el mes de mayo, sobre todo con la celebración del día de la Santa Cruz que coincide con la fiesta prehispánica Huey Tozoztli dedicada a Tláloc, mientras los sacerdotes católicos se limitan a celebrar una misa en su templo, los graniceros colocan cruces en las cimas de los cerros, en los manantiales y se pide la lluvia y buen tiempo a las deidades prehispánicas de la lluvia.

Dentro de sus sueños, Don Goyo es la encarnación del espíritu del volcán Popocatépetl. A quienes se les ha presentado lo describen como un hombre indígena de cuerpo espigado, vestido de blanco y con pies descalzos, en los sueños él les pide que le den de comer y así lo hacen.

Los altares están distribuidos en distintos huecos rocosos, siendo el más importante en el Iztaccíhuatl, a 3 mil 200 metros sobre el nivel de mar, la Cueva de Alcalican. Espacio ritual que se remonta a los tiempos prehispánicos. En ella se observa una gran cruz al pie de la cual se detectan múltiples ofrendas de cerámica, flores de papel y comida.

El 12 de marzo pasado, el Centro Nacional de Prevención de Desastres ( CENAPRED), no dejó subir al volcán al tiempero y personas de la comunidad de Santiago Xalitzintla al lugar llamado El Ombligo donde se lleva a cabo la ceremonia en la que anualmente se pide por lluvias y por fertilidad para las tierras, y de pasada le hablan para que se porte bien, que no se enoje, que no nos eche ceniza, entre muchas otras cosas.

La causa fue la intensa actividad que desde entonces ya presentaba el Popocatépetl. Los tiemperos sabían algo pasaría. No está bien no mostrarle agradecimiento y respeto.

Desde tiempos que ya nadie recuerda, el 12 de marzo es cuando las comunidades aledañas al volcán de este lado suben a hacer el ritual del cumpleaños de Don Gregorio Popocatépetl.

Este año nadie le subió ni su traje de licenciado, ni su mole, ni su pescado, ni su cervecita, ni el confeti, ni su pulquito o su acordeón, ni subió nadie a cantarle las mañanitas, ni alabanzas que tanto le gustan.

La montaña sagrada, hogar del Dios padre madre, existe y habla desde hace más de 73 mil años. Los pueblos originarios mantenían estrecha comunicación con la naturaleza, en ella encontraban respuestas a sus preguntas, de ella recibían protección y sustento para la vida.

Termino este, transcribiendo un escrito indígena anónimo, recopilado por León Portilla:

“Yo me pregunto,

 le pregunto a las estrellas,

 al sol, al viento, y a nuestra madre tierra.

¿Qué es lo que nos hace tener vida?, ¿Qué es lo que nos hace caminar?, ¿Qué es lo que nos da fuerza y energía?”.