Vicios alimenticios

México es, según datos confiables, uno de los mayores consumidores de refrescos, pastelitos, sopas instantáneas, cervezas y botanas de todo tipo. (Foto: especial)

Hace un poco más de una década, la Organización Internacional conocida como FAO (Food Agricultural Alimentation) por sus siglas en inglés, reconocía que luego de los logros obtenidos en América Latina en cuanto a la reducción del hambre en las últimas dos décadas (finales de los años noventa), se empezaban a librar nuevas batallas en la cuestión alimenticia: evitar el sostenido crecimiento de la obesidad, padecimiento que entonces sufría un 23 por ciento de los latinoamericanos y que en México ya afectaba a un 32 por ciento de la población, siendo el país  que presentaba las cifras más altas. 

      Las declaraciones del entonces representante de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, resultaban contundentes: “América Latina y El Caribe forman parte de la región que mayores avances ha logrado en la reducción del hambre a nivel global”.  Sin embargo, continuaba: “a pesar de que los países concentrados en esta región producen más alimentos de los que requieren para el consumo de su población, la subalimentación afecta a cerca de 50 millones de personas”.  Y el dato más alarmante: “Se advierte un preocupante incremento de la obesidad en América Latina, aumentando el crecimiento del sobrepeso infantil en trece países latinoamericanos”.

       Los datos anteriores, que aluden a un problema de salud que detonó hace poco más de treinta años, hoy nos muestran, con toda crudeza, que, en la cuestión alimentaria, México va perdiendo una batalla que vino a agudizar la firma del Tratado de Libre Comercio y la chatarrización de productos comestibles de todo tipo.  Consejeros sobre Estrategias de Sustento de la Agricultura y Reducción de la Pobreza de la misma FAO han afirmado que esta situación es considerada por los organismos encargados de velar por la salud y la alimentación, precisamente como una guerra: “estamos encontrando una nueva forma de hambre que no es por falta de calorías y eso es lo que debemos enfrentar.  Se necesitan todos los actores de la sociedad civil para resolver este problema”, afirmaban los expertos.

       La obesidad comenzó a afectar con más fuerza a los latinoamericanos a partir del encarecimiento de los alimentos desde la crisis de 2008, lo que provocó cambios sustantivos en los estilos de vida de la población, como el excesivo consumo de la denominada “comida chatarra” en lugar de alimentos sanos.  Y por absurdo que parezca, en muchas familias se llegó a pensar que el consumo de toda esa “chuchería” envasada y envuelta en plástico, era sinónimo de “estatus” social; en cambio, comer tortillas, frijoles, frutas y legumbres, era cosa de “nacos”.

       Pero también algo que es de llamar la atención, es cómo los especialistas en salud de hace tres décadas no tomaron en cuenta algo tan elemental como esos cambios en los hábitos alimenticios (que yo recuerde, no dieron mucha importancia a la salud preventiva) y es ahora, ante la epidemia de obesidad, diabetes, daños renales e hipertensión arterial, que se muestran alarmados… e incluso enojados, ya que no se dan abasto para atender a pacientes de todas las edades con estos problemas originados en una mala alimentación.  Yo recuerdo a un amigo médico que, para iniciar con el diagnóstico a sus pacientes, preguntaba: “¿Y qué es lo que usted come?”.  Y yo estaba casi segura de que todo médico hacía lo mismo.

       México es, según datos confiables, uno de los mayores consumidores de refrescos, pastelitos, sopas instantáneas, cervezas y botanas de todo tipo; y por si fuera poco, se ha adoptado alegremente la costumbre de “echar bastante crema” a todos los platillos tradicionales, como tacos, corundas, tamales, etc., con lo que pierden casi por completo su valor nutritivo.  En estudios hechos por Alianza por la Salud Alimentaria, se encontró que en cada paquete de pastelitos que se etiqueta con una información nutrimental de vitaminas, calcio, zinc, ácido fólico, fósforo y hierro, se omite mencionar que el paquete completo contiene el equivalente a ocho y media cucharadas cafeteras de azúcar y casi diez cucharadas cafeteras de grasa, lo que cubre del 213 al 284 por ciento del máximo tolerado para cualquier pequeño… y también para adulto.

       La Secretaría de Educación Pública, que durante décadas permitió la venta de todo tipo de comida “chatarra” en las cooperativas escolares, apenas muy recientemente ha iniciado una serie de medidas, intentando corregir tales desaciertos, aunque se ha venido topando con grandes dificultades, ante una serie de vicios creados entre quienes administran las famosas cooperativas y con los mismos padres de familia, ya que se han acostumbrado a los alimentos envasados, que les “ahorran” la preparación en casa de auténticos platillos alimenticios.  Resulta casi trágico pensar en la “herencia” de salud a la que están apostando.

       “El sistema educativo debe difundir las ventajas de volver a la dieta tradicional”, proponen los especialistas en nutrición.  Y desde hace dos lustros (apenas) algunas escuelas e instituciones educativas han empezado, en alianza con gastrónomos y nutriólogos, una serie de acciones tendientes a propiciar el que se establezcan políticas públicas para “el rescate, salvaguarda y promoción de la gastronomía nacional, o cocina tradicional”, en un intento de incentivar la producción agrícola en pequeña y mediana escala y ayudar a fortalecer el sistema de centrales de abasto, mercados tradicionales y tianguis.  Algo de lo que podríamos tomar ejemplo en nuestras localidades, o impulsarlo en colaboración con educadores.

       Algo que también han evidenciado especialistas en salud durante estos últimos años, es que la mala y desequilibrada dieta del mexicano viene desde el nacimiento, ya que en las últimas décadas se estaban detectando bajísimos niveles de lactancia materna, pues, aunque más del 90 por ciento de los bebés la recibe al nacer, sólo el 14 por ciento la conserva como su alimentación básica hasta los cinco meses recomendados.  Luego, los llevan a guarderías y ya entre preescolares se presentan altos índices de anemia, porque sólo el 20 por ciento de los menores desayunan y apenas el 17 por ciento de los niños que ingresan a prescolar consume frutas y verduras.  Y alarmante resulta saber que entre adolescentes el índice se reduce al cuatro por ciento.  “De hecho, afirman estos especialistas, el sector de lxs adolescentes mexicanos es el peor alimentado”.

       “Por eso debemos defender el ‘etiquetado’ mexicano”-supongo que diría mi nieto menor, al escuchar estos escalofriantes datos-.  En su escuela (Montessori), han estado hablando de que el etiquetado que se logró para advertir del riesgo que implica consumir productos con alto contenido de grasas “trans”, de azúcares, de sodio y otros elementos dañinos para la salud, se encuentra en riesgo, porque algunos “Ministros” de la SCJN vinculados a empresarios deshonestos, quieren eliminar los sellos (oscuros) de advertencia.  Muchxs como yo, apoyamos las campañas que está llevando a cabo la COFEPRIS (Comisión Federal para la Prevención de Riesgos Sanitarios), instituciones educativas y grupos de la sociedad civil, defendiendo el derecho a cuidar nuestra salud, nuestra vida y a erradicar los vicios alimenticios.