El rosa no es de jotos

Lo humano como pregunta o incertidumbre es visto como signo de debilidad. El rosa es detestable por lo mismo. (Foto: cortesía Julio Ce´sar Osoyo)

(Declaración aparecida por ahí a unas cuadras del panteón, en la Felicitas del Río… por donde venden las flores…).

La homosexualidad fue vista como un crimen para la ley mexicana en pleno siglo XX. Los acusados eran encerrados en el pabellón “J” del palacio negro de Lecumberry de donde proviene el mote despectivo de “joto”. La psiquiatría, la religión y hasta el psicoanálisis enlistan a la homosexualidad como una perversión al desviarse de la norma y las buenas costumbres. Ser hombre-hetero ha sido lo único opción válida para la mayoría de la población. Como si tal cosa no estuviera cargada de mil absurdos que nos joden la existencia.

Ser hombre es más bien una pesada carga que se disimula mal bajo la apariencia de fortaleza que nos caracteriza. No hay lugar para la duda ni el temor ni la fragilidad ni el error. Lo humano como pregunta o incertidumbre es visto como signo de debilidad. El rosa es detestable por lo mismo. Debemos ocultar siempre con presuntuosa galantería las mil debilidades y todos los imposibles que padecemos. Es que en verdad no podemos casi nada. Ni siquiera podemos vivir sin una mujer pues ante su ausencia corremos despavoridos como el niño que anhela las faldas de mamá.

Hay una cosa viscosa insoportable que es la presunción. El dártelas de muy chingón. Mentir y apantallar pendejos es el piso mojado sobre el que se erecta la figura quijotesca del hombre-viagra que requiere siempre de sustancias para mantener derechita su hombría. El macho mexicano mujeriego-parrandero y jugador no puede ser más que eso y su vida se consume en ese goce insensato del que no hay salida. Ser hombre es vivir una vida ya vivida mil veces por mil hombres estúpidos que nunca se preguntaron por su ser.

Dicen que los hombres dominamos al mundo pero yo sospecho que más bien somos dominados por el mundo al no poder decir ni una palabra del sufrimiento secreto que implica aparentar potencia donde sólo hay temor. La impotencia disimula mal la imposibilidad que nos constituye. Tal vez haya aún algunos machos lomo plateado que dominan a su antojo a la horda y poseen a todas las mujeres pero el hombre común que somos todos debemos soportar con estoica beatitud la vida miserable del proveedor sin sexo y sin amor al que nos condena la triste familia mexicana. Si no se bebe nomás por que sí.

La palabra debe nos acompaña siempre. Se debe tener siempre a una mujer en la posición de objeto que se degrada en el trato cotidiano y al mismo tiempo muchas mujeres como trofeos de guerra o símbolo de superioridad sobre los demás. Ser hombre implica mantener una lucha constante por la superioridad con los demás hombres. Y burlarte socarronamente de su homosexualidad como si al hacerlo así ese reino temido se mantuviera por siempre lejano. Sólo hay un espacio posible para hablar de homosexualidad: la broma que desmiente sólo en apariencia la verdad del deseo que contiene. Entre broma y broma, compadre.

El falo flácido de los hombres cotidianos, esos viejos panzones cabizbajos y desgarbados que pululan como zombis por la ciudad, es más bien un amasijo inservible que depende por completo de la buena voluntad de la mujer.  

Ser hombre así a secas es como estar muerto por dentro pues las definiciones son estrechas y no dejan espacio para simplemente ser. Tal vez en la cárcel de Lecumberry haya más libertad que en las rejas oscuras de la masculinidad contemporánea.