El presidente ideal

Banda presidencial. (Foto: especial)

Platicaba con un taxista que me llevaba a la Central de Autobuses de Morelia. Expresaba cansancio en la cara. Los ojos caídos del sueño. El café de la mañana le respiraba la boca y las manos le olían a sándwiches y licuados que había preparados para sus hijos a las siete de la mañana. De la radio brotó la noticia de un mitin a la Presidencia de la República, de uno de esos candidatos que, faltando más de un año para el cambio, ansían rasguñar la silla del águila. Subió el volumen de la radio. El tablero se mecía por lo mal pavimentadas de las calles de la eterna ciudad colonial y mientras la voz de aquella noticia exhalaba de la radio, me exclamó:

­–Tengo la esperanza en que las cosas con ella van a cambiar, jefe.

Reflexivo deambulé largo rato arrastrando los pies en la terminal de autobuses sin dejar de repetirme las palabras de aquel hombre. “Tengo la esperanza en que las cosas con ella van a cambiar”.

La esperanza fue el slogan de la actual administración. La esperanza es un arma peligrosa de la demagogia. Los griegos concebían a la esperanza como algo negativo, porque siempre nos sentimos que necesitamos algo, que esperamos la llegada de algo y vivimos para tener esperanza. Bien lo decía Mario Benedetti: “se oyen pasos/de alguien que no llega nunca”.

La esperanza para los griegos, en su concepción del origen de los seres humanos, fue lo único que no se escapó de la caja de Pandora que Epimeteo abrió. Quedó reservada junto a todos los males que se soltaron al mundo y lo plagaron de desgracias. 

Esperanza entonces es lo que tenía el taxista. Sin embargo, puede ser peligrosa esperar la venida de un salvador de nuestra nación. Necesitamos un presidente que sea un mexicano de toda la vida, nacido, crecido y desarrollado en Territorio Nacional. Que tenga estudios académicos certificados, que le sirvan para abstraer y comprender los libros que leyó. De nada sirve haber leído bibliotecas enteras cuando no tienen sensibilidad ante los problemas que enfrentamos. Existen dificultades alimentarias, de salud, educación y seguridad. Estamos sumidos en la esperanza desde la revolución mexicana.

Se requiere un presidente comprometido con su pueblo, que retome las aspiraciones de igualdad y de justicia social de pensadores y luchadores sociales como Hidalgo, Morelos, Guerrero, Juárez, Guillermo Prieto, Francisco Zarco, Madero, Villa y Zapata. Promesas que se han olvidado por más de 82 años y que fueron retomadas con grandes expectativas de realización en 2018, las cuales, a la fecha, no sólo siguen sin cumplirse, sino que se han agudizado en materia de salud, educación y de seguridad. Ello posiblemente por la falta de voluntad, negligencia o ineptitud de quienes han estado al frente de las instituciones sociales encargadas de atender esos asuntos de gobierno, lo que seguramente traerá como consecuencia, que se profundicen las desigualdades sociales y se establezca una nueva forma de corrupción y de impunidad en los diferentes niveles de la administración pública.

Queremos un presidente que no se rodee de familiares o amigos incomodos, de dudosa moral y ética profesional y que obstaculicen la implementación de su programa de gobierno. Si bien es cierto, uno no escoge a la familia, sí a los amigos. Pero también es cierto que en el seno familiar y con la palomilla del barrio, se construyen los valores universales del amor, la libertad, la justicia, la templanza y la fortaleza; así como responsabilidad, la honestidad y la lealtad. Cualquier conducta antisocial de algún familiar o amigo, más cuando éste colabore o influya en la prestación de un servicio público, representa un riesgo para la misma imagen del gobernante, al vislumbrarse en el trasfondo de los hechos un desprecio de dichas personas por el bienestar de su comunidad.

Es necesario un presidente sin compromisos políticos, sociales y económicos con ningún grupo de poder formal o fático, para que pueda elegir libremente a quienes considere que son las mejores opciones para administrar la prestación de los diferentes servicios públicos. Que por ningún motivo invite a participar en su administración de gobierno a ningún personaje de esos que han hecho de la política una forma de vida y que se han dado el lujo de heredar los cargos de elección popular a hijos, nietos, compadres y amigos, importándoles un comino las demandas más sentidas de la población.

Carlos Fuentes en La región más transparente criticó a la revolución. México se construye de castas que son fruto de una oligarquía que se puede rastrear desde 1910. “Las revoluciones las hacen hombres de carne y hueso, no santos, y todas terminan por crear una nueva casta privilegiada”. 

Quien llegue a la presidencia requiere ser capaz de identificar a quienes han hecho de la política un negocio y sean sustituidos por jóvenes talentosos, en las diferentes instituciones sociales y también se promuevan como candidatos a un cargo de elección popular como regidores, síndicos, presidentes municipales, diputados locales, diputados federales, senadores, gobernadores y se preparen hasta para estar en posibilidades de ocupar la silla presidencial   

La esperanza de la que hablaba el taxista es la de un presidente que surja de la voluntad electoral de los mexicanos, no importa del color que venga pintado, lo importante es que sepa y entienda las aspiraciones históricas del pueblo y se comprometa a disminuir las desigualdades sociales, empezando por el combate a la corrupción, impunidad y delincuencia en que desde décadas sufrimos los mexicanos.

Miré a mi alrededor en ese castillo de estructuras de viguetas y láminas a decenas de personas arrastrando sus maletas. Comprendí que la política mexicana se nutre cada tres años, principalmente de la esperanza de los más marginados como mi circunstancial amigo taxista personaje de esta anécdota y si esto no cambia sucederá lo mismo con sus hijos, nietos y demás descendientes. Cosa peor nos puede deparar el destino, reflexioné un momento, la Diosa Elpis de la esperanza es la bandera de nueva cuenta de una campaña político-electoral que luce vacía y que nos hará votar por quien se muestre de una manera diferente, la caja de pandora que liberará los males que ya conocemos en nuestro país, y que son el combate a la corrupción, impunidad y delincuencia en que desde hace décadas sufrimos. Al fondo quedará la esperanza como en la historia griega.

Quien llegue a gobernar, deberá ser un digno presidente, no por su investidura sino por lo que diga y haga en beneficio de su pueblo.