Educación y economía solidaria

La ESS es una economía política que apunta a una repartición justa y equitativa de los recursos.

La enseñanza en la Economía Social y Solidaria (ESS) es un camino. Enseñar ESS es un camino, no sólo para tener otra concepción de lo económico, sino para tener otra mirada sobre la sociedad, sobre las causas de la desigualdad, de la injusticia, de la irracionalidad de lo racionalizado y para desarrollar un pensamiento crítico, coinciden expertos en el tema.

La enseñanza en ESS no es neutra. Antes de preguntarnos cómo educar, debemos tener claro cómo está construida la realidad. La enseñanza de la economía social y solidaria no es neutra, es parte de una lucha contra la ideología neoliberal dominante.

“La formación en ESS exige, por supuesto, aprender otros contenidos que los de las ciencias económicas encastrados en la economía del mercado; hay que prepararse para emprender de otra manera, realizando prácticas diferentes, etc. Sin embargo, se necesita modificar la manera de enseñar (pedagogía) la economía hoy y mañana. No se trata únicamente de transmitir conocimientos, sino también valores que lleguen a las maneras de accionar y emprender de otro modo”, destacan los especialistas Maurice Blanc y Josiane Stoessel-Ritz

La ESS es una economía política que apunta a una repartición justa y equitativa de los recursos, que es practicada por medio de diferentes empresas sociales identificadas con principios y valores que son un faro para lograr sus objetivos. La ESS pone a las personas y su trabajo en el centro del sistema económico, otorgando a los mercados un papel instrumental (medio), siempre al servicio del bienestar de todas las personas y de la reproducción de la vida en el planeta (fin). Por ello se suele hablar de “economía al servicio de las personas”.

Las propuestas que se deben resaltar en los procesos de enseñanza-aprendizaje de la ESS es que ésta busca hacerle frente al desarrollo de una economía capitalista, financiarizada y alejada de la economía real, centrada en el crecimiento ilimitado de la producción y el consumo al margen de sus efectos sociales y ambientales, y que cuyo único objetivo es el ánimo de lucro y la maximización de beneficios, lo que produce expresiones de precariedad, pobreza y desigualdad insostenibles.

El sistema económico dominante es, además, ecocida, que no atiende al hecho de que el planeta haya sobrepasado sus límites biofísicos. La destrucción de ecosistemas, el aumento de la huella ecológica, el calentamiento global o la pérdida de biodiversidad son algunos de los efectos de un modelo que pone en cuestión la propia sostenibilidad de la vida y, por tanto, compromete la existencia de las generaciones futuras.

Un sistema, finalmente, antidemocrático, que escapa al control y está por encima de la soberanía de las personas, grupos sociales y de los pueblos, y que se impone como única alternativa, no sólo económica, sino de organización social, política y cultural. Una imposición que incluye el ejercicio de la violencia contra la vida y los derechos humanos de amplias capas de la población, así como la de otras violencias más sutiles y discretas (Carta de Principios de la Economía Solidaria).

El reto que tienen quienes practican la ESS es valorar la necesidad de reforzar la educación sobre lo que implica este modelo alternativo, desplegando una serie de acciones y programas pedagógicos que muestren que es posible dejar de vivir bajo el yugo neoliberal. Aprender, por ejemplo, a ser capaces de decidir con nuestras compras qué tipo de proyectos queremos sostener, o con nuestros ahorros qué iniciativas queremos financiar. Consumir debería dejar de ser un acto inconsciente y automático, para convertirse en una manera de poner en práctica nuestro poder a la hora de mejorar nuestros entornos, la vida de nuestros barrios (Maurice Blanc y Josiane Stoessel-Ritz).