Por los caminos de la paz

El 21 de septiembre se conmemora el Día Internacional de la Paz. | Fotografía: Archivo

Fue en el año 2000, como preludio de un nuevo siglo, cuando la Organización de las Naciones Unidas determinó fuese declarado como el Año Internacional de la Cultura de la Paz, y que cada 21 de septiembre se conmemoraría el Día Internacional de la Paz, partiendo, como bien lo señaló Javier Pérez de Cuéllar -Secretario General del Organismo- de la premisa: “La paz debe comenzar en cada uno/a de nosotros/as”.  Sin embargo, lo sabemos, existe una gran contradicción entre esos anhelos de paz y la realidad.

       La paz es el cimiento, la base fundamental sobre la que se construye una sociedad sana y funcional, siendo la característica más destacada de lo que llamamos “sociedad civilizada”, cuya esencia puede verse a través de la conciencia colectiva de sus miembros.

       Siendo uno de los principales derechos humanos, la Paz es el derecho que brilla como un talismán sólo cuando otros derechos humanos han sido suficientemente cubiertos, atendidos.  Porque los derechos humanos son la manera histórica de cultivar la paz; son las certezas que los seres humanos de miles de culturas y de pueblos han ido abrigando y afinando en cada etapa acerca de su ser con otros/as y de su ser en sí: su ser social y personal.

       La paz es un derecho humano de los pueblos y de las personas.  Un anhelo, una necesidad.  Y para que se dé la paz, deben estar encendidas todas las luminarias previas: la corporeidad armoniosa y el respeto a los sin rostro; la música que producimos como humanos cuando realmente podemos expresarnos; el pan sobre las mesas; las fatigas laborales justamente recompensadas; los ríos limpios; los bosques vivos… y el agua para todxs lxs seres vivos.

       Todos/as sabemos que la Paz (así, con mayúscula), es no sólo la ausencia de guerras, sino un ambiente propicio para el desarrollo, donde no haya enfrentamiento de ningún tamaño y sí igualdad de oportunidades para todas las personas, tal y como se menciona en la Declaración Universal de Derechos Humanos, firmada por todos los países que se oponen a las guerras.

       El reto contra la paz se presenta normalmente en la pregunta: “¿son los seres humanos por su naturaleza, violentos?”  Si la respuesta es que son violentos, entonces el concepto de paz se vuelve inexistente. Pero analizando con más cuidado, nos podemos dar cuenta de que, en su forma más pura, la paz es el silencio interno con el poder de la verdad.

       “En los caminos de la paz, todo gesto resulta elocuente: barrer una banqueta, cuidar un jardín, preparar una mesa, participar en un ritual, redactar un texto especialmente diseñado, coordinar un taller, incorporarse a las actividades comunitarias, mitigar distancias geográficas, familiares o políticas… y CONCILIAR.  Porque la paz es un ejercicio de convivencia permanente”, menciona un texto de la organización Amnistía Internacional.

       La paz es también un deber: el de cultivar en sí los caminos del encuentro con el o la otra.  El de aceptar y respetar la diferencia.  El de tolerar al distinto o lo distinto.  El de reconocerse incompleto y necesitado/a de las y los otros, para complementarse y crecer.

       Desde 1935, luego de la Segunda Guerra, el mundo entero tiene una bandera como símbolo representativo de la Paz.  La creó un artista y pacifista llamado Nicholas Roerich, quien se inspiró en un símbolo que hizo el hombre de la edad de piedra, hace nueve mil años.  Esta bandera es blanca y tiene tres esferas que forman un triángulo dentro de un círculo de color magenta.  Las tres esferas representan la ciencia, la espiritualidad y el arte, unidos por el círculo de la cultura.

       Aceptada unánimemente por todos los países miembros de la Liga de las Naciones Unidas en 1935, nuestro país, México, firmó el acuerdo Roerich durante la presidencia del General Lázaro Cárdenas del Río y su aceptación fue publicada en el Diario Oficial del 18 de agosto de 1937.

        Mientras en otras latitudes del planeta la paz es una preocupación social desde hace varias décadas y objeto de diversas investigaciones, debates, foros y publicaciones, en México es un tema de preocupación y polémica demasiado reciente.

       Restablecer la paz en lo social, lo económico, lo político y en otros aspectos de la sociedad, requiere contemplar la paz desde dos niveles: el externo y el interno.  La educación para la paz, la solución de conflictos y todas las iniciativas de paz, deben tener en cuenta la débil conexión entre la paz individual, ofreciendo medios proactivos y prácticos para la paz, y el primer paso es conocer al propio ser interno.

       La construcción de una cultura de paz, parte desde la conciencia individual hacia el progreso participativo, concertado, sistemático y global.  Por lo tanto, debemos darnos a la tarea, desde ya, de proponer, promover e incidir en la sistematización y programación de una educación en la tolerancia, en la negociación y en la concertación, porque sólo la promoción de la armonía y el respeto a la naturaleza alimentan la actitud hacia la paz social.

      “Si comprendes que la paz del mundo empieza en el corazón de cada ser humano y que somos capaces de irradiar paz en nuestros hogares, en nuestras instituciones y en nuestro país, habrás contribuido de manera muy positiva a la paz universal”, cita un texto del Comité Internacional de la Bandera de la Paz, A.C.

       Hoy sabemos que la Iglesia Católica, encabezada por el Papa Francisco, ha lanzado reiterados llamamientos a los pueblos creyentes, para “caminar, esperanzados desde el corazón de la sociedad, por los senderos de la paz; como una gran familia que traspasa límites de espacio y tiempo; buscadores de igualdad, de justicia y de fraternidad”.   Igual que los pueblos indígenas de nuestro continente, que anhelan, buscan y defienden la paz, con justicia y dignidad.