Amanuenses y política. La sutil danza del periodismo partidista

Se conoce como fondo de los reptiles a las subvenciones secretas que el gobierno hace a la prensa para que esta muestre una posición más favorable hacia sus políticas. | Imagen: Archivo

Amanuense, palabra que deriva del latín y literalmente significa “persona que escribe al dictado”; lo cual no tiene nada de malo si esa persona ejerce la profesión de secretario o algo parecido. Pero si hablamos de periodismo las cosas cambian; amanuense se le dice al periodista, analista, editorialista que vende o alquila su pluma al mejor postor. Puede ser por dinero, por una cuota de poder o alguna determinada prebenda; la condonación de impuestos puede ser una buena razón.

Un ejemplo de periodismo amanuense lo observamos en el periodismo mexicano del siglo pasado, durante los 70 años de la “dictadura perfecta” del priismo, con la glorificación sistemática de líderes políticos sin un análisis crítico. “Somos soldados del presidente” dijo con orgullo un jerarca de la televisión. Con el cambio de siglo y de partido en el poder, el periodismo de amanuenses no desapareció, si acaso se matizó un poco. Pero faltaba lo peor, el retorno del priismo más cavernario, primitivo, inculto e intolerante, ahora ya no tricolor, sino guinda y ya no como PRI, sino como MORENA, una secta más que partido con su cauda de amanuenses, pseudoperiodistas y textoservidores.

Es innegable que la combinación de periodismo y poder político presenta serios riesgos para la democracia y la salud del sistema informativo. En primer lugar, cuando los periodistas se convierten en meros portavoces de un partido o líder político, la diversidad de voces se ve comprometida, y la sociedad pierde la capacidad de recibir información equilibrada. La falta de crítica constructiva deja espacio para la corrupción y el abuso de poder, ya que los líderes se ven exentos de un escrutinio necesario.

Además, la dependencia económica de los periodistas respecto a los políticos destruye la esencia de la profesión. La tentación de agradar a quienes proveen ingresos puede conducir a la autocensura y al silenciamiento de hechos incómodos.

Desde hace meses, y sin haberse dado señal de arranque, han iniciado, a tambor batiente, las precampañas o como se llamen, para ganar la presidencia de la república en este próximo 2024. Con dinero de nuestros bolsillos, mucho, por cierto, el partido en el poder ha utilizado, con total cinismo, todos sus medios legales o francamente ilegales para promocionar a sus elegidos y de paso agredir, denostar o de plano insultar a sus adversarios políticos. Revisan, desempolvan viejos archivos, hacen búsquedas exhaustivas en cuando rincón pueden, todo con la idea de encontrar un “esqueleto en el closet” o cualquier dato turbio para golpear o enlodar a los adversarios. Y si no encuentran nada, pues a inventarlo que para eso está eso de “miente, que algo queda”, frase atribuida falsamente a Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del III Reich.

Pero, ¿quién dijo realmente esa frase? Plutarco la atribuye a Medio de Larisa, consejero de Alejandro Magno “Ordenaba a sus secuaces que sembraran confiadamente la calumnia, que mordieran con ella, diciéndoles que cuando la gente hubiera curado su llaga, siempre quedaría la cicatriz”.

La frase reaparece en el siglo XVII con Roger Bacon que en su obra “De la dignidad y el desarrollo de la ciencia” escribe “Como suele decirse de la calumnia: calumnien con audacia, siempre algo queda”.

Un siglo más adelante, Rousseau escribe “Por más grosera que sea una mentira, señores, no teman, no dejen de calumniar. Aun después de que el acusado la haya desmentido, ya se habrá hecho la llaga, y aunque sanase, siempre quedará la cicatriz”.

Como se puede ver Goebbels no fue el inventor de la frase, solo la promovió.

Los amanuenses mexicanos me recuerdan al “Tlacuache” Garizurieta y su inmortal frase: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. Amanuenses, perennes habitantes de las sentinas del periodismo, incombustibles personajes que demuestran que en México ese oficio está más vivo que nunca. Detectarlos en ocasiones es relativamente fácil cuando se trata de los, digamos, “amanuenses amateurs”, bien sea porque tiene poco tiempo en el negocio o por sus limitaciones intelectuales y de formación, pero en el caso de los amanuenses de más vuelo la tarea puede ser más compleja, pero nunca muy difícil, pues invariablemente enseñan el hilo que los ata al poderoso que los maneja.

Por estos días se esmeran en desquitar la paga y los vemos laborar con entusiasmo digno de mejor causa, corroboramos que nunca han desaparecido pues como el dinosaurio de Monterroso, cuando despertamos el amanuense seguía ahí. El encargado de despertarlos ha sido el irresistible tintineo de las 30 monedas.

Amanuenses… una plaga del periodismo.