Iatrogenia en medicina

Iatrogenia, palabra derivada del griego que concreta y sucintamente significa “daño o lesión causada por el médico a un paciente, bien sea por acción u omisión”. (Foto: especial)

Sucintamente, iatrogenia es el daño ocasionado por el profesional de la salud a un paciente de manera no intencional; puede ser desde un ligero malestar emocional hasta la propia muerte. En otras palabras, es el daño producido por un medicamento, procedimiento médico o acto quirúrgico, que el médico administra o realiza con un criterio justo y que es ejecutado con pericia, prudencia y diligencia.

Es importante distinguir la iatrogenia de la incompetencia médica y la mala praxis. La incompetencia médica se refiere a la falta de habilidad o conocimiento por parte del profesional de la salud para otorgar el cuidado adecuado. Por otro lado, la mala praxis implica negligencia, imprudencia o incumplimiento del deber profesional por parte del médico. Tanto la incompetencia como la mala praxis caen dentro del terreno de lo penalizable por las leyes. La iatrogenia, en cambio, puede ocurrir incluso cuando se siguen todos los protocolos y procedimientos correctamente. Puede deberse a efectos secundarios imprevistos, reacciones alérgicas inesperadas o complicaciones quirúrgicas inevitables. No hay por lo tanto motivo para ejercer acción penal en contra del profesional de la salud.

La historia de la medicina está marcada por numerosos casos de iatrogenia. Uno de los más conocidos fue el uso generalizado de la talidomida en la década de 1950, un medicamento utilizado para tratar las náuseas durante el embarazo. Este medicamento fue desarrollado por la compañía farmacéutica alemana Grünenthal GmbH , autorizado y avalado en Europa como sedante y calmante de las náuseas durante los tres primeros meses de embarazo (hiperemesis gravídica), su uso , completamente legal en su momento, provocó miles de casos de terribles malformaciones congénitas en los recién nacidos. Afortunadamente en los Estados Unidos la FDA (Food and Drug Administration) no autorizó su venta por considerarse que no había suficientes pruebas de su inocuidad. El tiempo le dio la razón.

Otro ejemplo histórico es el caso de la lobotomía, también llamada leucotomía, técnica quirúrgica desarrollada por el neurocirujano Egas Moniz y que le valió un Premio Nobel en 1949. Técnicamente es muy elemental, básicamente era realizar una trepanación y luego introducir una delgada barra de metal al cerebro para romper y “desconectar” el lóbulo frontal del resto del encéfalo. También podía realizarse por vía transorbital.

Si bien inicialmente se consideraba una solución revolucionaria, pronto se descubrieron sus efectos devastadores en los pacientes, incluida la pérdida permanente de funciones cognitivas y emocionales. Hoy en día parece increíble, pero hubo una época en la que la lobotomía fue celebrada como una cura milagrosa, apoyada tanto por médicos como por medios de comunicación. Solo en Reino Unido se realizaron más de 20.000 lobotomías entre principios de la década de 1940 y finales de la de 1970. Las lobotomías dejaron de practicarse gracias al desarrollo de los antipsicóticos, que ofrecen resultados más efectivos.

En la actualidad la lobotomía se considera como un episodio “bárbaro” en la historia psiquiátrica y de la ciencia. Un episodio anecdótico del Dr. Moniz se dio cuando en 1938, un paciente psiquiátrico al que atendía le disparó ocho tiros, dejándolo paralítico de por vida. El paciente se justificó diciendo que el doctor no le estaba dando los medicamentos adecuados para su enfermedad.

Por lo general la lobotomía se practicaba en pacientes con esquizofrenia, depresión grave o trastorno obsesivo compulsivo (TOC), pero también, en algunos casos, en personas con problemas para controlar la agresión. Si bien una minoría de personas experimentó una leve mejoría después de la lobotomía, un buen número de ellas quedaron atontadas, incapaces de comunicarse, caminar o alimentarse por sí mismas.

Concluyendo. Prevenir la iatrogenia es fundamental para garantizar la seguridad y el bienestar de los pacientes. Algunas medidas para evitarla incluyen: Comunicación efectiva; es fundamental que médicos y pacientes se comuniquen de manera clara y abierta. Los pacientes deben informar a los profesionales de la salud sobre sus antecedentes médicos, alergias y cualquier preocupación que puedan tener. Buscar una segunda opinión en casos complejos. Imprescindible es que los profesionales de la salud se mantengan actualizados sobre los últimos avances en medicina; y lo más sencillo pero lo más efectivo, los pacientes deben seguir las instrucciones de los médicos y comunicar cualquier efecto secundario o preocupación que surja.

Es cuánto.