“Por encima de la ley, la autoridad moral y la autoridad política”

El actual presidente de México, desde que era candidato a este honroso cargo, prometió que si triunfaba disolvería a las fuerzas armadas. | Fotografía: Archivo

Se cumple una semana de la frase enunciada por el presidente de la república en una de sus conferencias matutinas, tan desafortunada como calculada, hay detrás de esta decisión (abrir la boca), un valor político que sería muy importante poder analizarlo.

Primero hay que recalcar que no existe en un país civilizado y condicionado por el Estado de Derecho la posibilidad de definirse a sí mismo como un ente gubernamental con capacidades metaconstitucionales. Esa posibilidad es impensable en estos tiempos, más aún cuando este país sufrió de ese desatino, cuando existió en el orden político del siglo pasado la enfermedad del sistema presidencial, al cual Jorge Carpizo denominó el Presidencialismo Méxicano y que el nobel de literatura Vargas Llosa definió como “la dictadura perfecta”.  

En segundo lugar, hay que ser muy puntuales en que una democracia se encuentra en peligro cuando existe una persona que se cree tan importante como para hablar todos los días, más aún, si tiene todo un aparato estatal a su servicio a través del cual se puede dictar la agenda pública.

Entendidos estos dos puntos cruciales, podemos establecer dos directrices sobre las cuales se puede analizar la frase que titula esta columna de opinión:  la primera es que debe saber, estimado lector, que la figura de la presidencia de la república no se configura de la decisión personal del gobernante, sino que es la Ley a través de la Constitución Política de México la que en su articulado establece el modelo gubernamental que habrá de seguirse en nuestro país, así que Andrés Manuel es el presidente porque la ley así lo establece.  En el Estado de derecho no existe bajo ninguna consigna la posibilidad de que un individuo o grupo de ellos se sitúe por encima de la norma y la dicte.

Por lo tanto, ni la autoridad moral ni la política que se dicta a partir de un sesgo individual o sectorial se pueden posicionar por encima de la Ley, que es general, impersonal y abstracta. En este tenor, la frase es desafortunada cuando la dice aquel que protestó guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes que de ella emanan.

La segunda directriz radica en el mensaje, tiene de destinatario a quien esté en contra de lo que se dicta desde palacio nacional, pues se sometera al escrutinio del presidente, el dueño de la moral en cuestión y quien ostenta un cargo de poder embestido de autoridad. El mensaje es para propios y extraños. Periodistas, políticos, empresarios, oposición y partidarios. El presidente les deja muy claro que la ley es letra muerta cuando se trata de defender el camino del cual se ha designado como único guía.  En este sentido, la frase es calculada por el político, que sin más ni menos situa su política en una norma no escrita pero muy bien definida por el priismo de los años 70 (en el cual se formó el presidente), “se alinean o se alinean”.

Termino esta columna con una frase del mismo Andrés y que se habrá dicho por última vez el 1 de diciembre del 2018: “al margen de la ley nada, por encima de la ley nadie”, así de contradictorio, así de dañino.

Eppur si muove