Para dignificar el trabajo del hogar

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que en América Latina más de 14 millones de personas trabajan en hogares que no son el suyo. (Foto: especial)

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que en América Latina más de 14 millones de personas trabajan en hogares que no son el suyo; casi 2 millones de ellas viven en México y ahora también se descubre que la cifra puede ser variable, por el alto número de migrantes que estando en el país sin papeles, sin nada que les proteja ante ninguna Ley, a menudo se “contratan” en situaciones de auténtica esclavitud, en casas particulares o negocios, donde se les somete a trabajos de toda índole y sólo por los alimentos.

       Quienes se emplean en hogares, lavan y planchan ropa, limpian el domicilio, hacen compras, cocinan, cuidan a niñxs y a personas adultas o enfermas, llevan a lxs pequeñxs a la escuela, tienden camas, arreglan el jardín o vigilan la casa cuando sus dueños vacacionan.  Su trabajo asegura que los hogares de las familias de clase media y alta, funcionen; que los padres y madres puedan dedicarse a su profesión, a los negocios, a las amistades y a los viajes, sin tener qué preocuparse por la seguridad y tranquilidad de sus seres queridos o del propio espacio, atendiendo además a mascotas y plantas.

       Fecha instituida a iniciativa del movimiento internacional de mujeres, el 30 de marzo, Día de lxs trabajadorxs del Servicio Doméstico, resulta una efeméride apenas mencionada por algunos medios y casi desconocida para la mayoría de personas que emplean su mano de obra en trabajos relacionados con el servicio en los hogares.

        Resulta una fecha “inoportuna”, porque además de visibilizar el menosprecio de una mayoría de nuestra sociedad hacia las actividades que se realizan en casa, tiene entre sus objetivos promover, a través del conocimiento, defensa y ejercicio de los derechos humanos, la situación y problemática que viven quienes se emplean para realizar trabajos en hogares ajenos, con la convicción de que sólo con su participación activa pueden impulsarse iniciativas tendientes a facilitar la expresión organizada de sus intereses, con miras a mejorar sus condiciones de vida y fortalecer su presencia pública como sector social.

       Hace pocos años, gracias a la película “Roma”, el director Alfonso Cuarón, que se propuso honrar el trabajo de las empleadas del hogar, se logró que el tema haya sido “puesto sobre la mesa” de la opinión pública internacional y por lo menos movilizó a grupos defensores de derechos humanos en México y otros países, que han venido propugnando por el reconocimiento de las labores del hogar, como un trabajo tan digno como los demás.

       En 1988, el Grupo 21 de Amnistía Internacional en el que participábamos aquí en el lugar, conocimos el trabajo que el Colectivo de Mujeres “Atabal” realizaba en la ciudad de México, ya que en aquel entonces, nuestro trabajo educativo en derechos humanos estaba enfocado, precisamente, hacia mujeres que sobrevivían realizando labores diversas en hogares de y negocios de personas pudientes.

       Los objetivos de Atabal dieron pauta para reflexionar a profundidad lo que el término “servicio doméstico” conlleva.  El Colectivo (todavía recientemente) está compuesto por mujeres comprometidas con la reivindicación y valoración del trabajo que ya no denominan “doméstico”, sino del hogar y del sector que lo atiende.  Tiene, entre sus objetivos, “promover, a través del conocimiento, defensa y ejercicio de los derechos que como mujeres, ciudadanas y trabajadoras tienen quienes se emplean en hogares ajenos, su desarrollo humano, impulsando iniciativas con el sector, para facilitar la expresión organizada de sus intereses, en miras a mejorar sus condiciones de vida y fortalecer su presencia pública como sector social”.

       El Colectivo “Atabal”, que brinda apoyo, asesoría y formación a personas que trabajan en hogares, ha sido pionero en el país al desarrollar, además de procesos educativos y talleres, una eficiente bolsa de trabajo con servicios de estancia para infantes, atención médica y otras prestaciones de ley que benefician a sus agremiadas.  El ejemplo de este colectivo de mujeres, también nos permitió entender que la autonomía resulta el mejor ingrediente para llevar adelante acciones organizativas exitosas, a diferencia de las que llegan a burocratizarse y crear relaciones de doble dependencia.

       En aquella época, un grupo de mujeres de la región del Lago intentó crear una asociación de trabajadoras del hogar.  Siendo de diferentes comunidades y de distintas edades, la mayoría trabajaba en Pátzcuaro y compartían historias de abusos y de infamias que hacían dudar de la humanidad y “religiosidad” (porque muchas “patronas” eran parte de asociaciones religiosas) de quienes ejercen estas acciones en contra de sus semejantes.  Después de meses de reuniones y algunas gestiones encaminadas a dar legalidad a su asociación, tuvieron qué desistir de su intención, al ser detectadas algunas de ellas por sus empleadores, que de inmediato las despidieron, no sin antes ser amenazadas de que serían boletinadas “para que nadie las contratara”.

       Al paso del tiempo y conociendo a algunas de las protagonistas de esta historia, puedo afirmar que el esfuerzo no fue un fracaso, porque en varias de aquellas mujeres quedó el convencimiento del trato digno que merece su trabajo, así como la determinación de no permitir ningún tipo de abuso o prácticas humillantes hacia su persona. Se fortalecieron y crecieron en dignidad… además de desarrollar un alto grado de sororidad.

       Actualmente, todavía sabemos que el trabajo de muchas mujeres, sobre todo de las que tienen poca educación escolarizada o que viven en hogares disfuncionales (padre o marido alcohólico), no termina nunca.  Generalmente, ellas son las primeras en levantarse por la mañana y las últimas en dormirse por la noche; soportan una carga doble: cuidando su hogar y su familia, trabajando fuera durante seis, ocho o hasta diez horas diarias, por salarios bajísimos y a menudo, sin ninguna prestación.

       Conocemos a mujeres mayores que siendo niñas fueron “depositadas” o alquiladas en “casas grandes” para realizar labores varias y pesadas para su edad y que jamás fueron a una escuela, o sólo algunos años; que luego de un tiempo, esas labores se convierten en jornadas de tiempo completo (lavar, planchar, zurcir, cocinar, barrer, trapear, sacudir, cuidar bebés, ancianos, enfermos, mascotas y hacer compras), sin percibir siquiera un salario mínimo y que, con frecuencia, los padres se encargaban de cobrar.  Pero eso sí: cuando se enfermaban, las enviaban “de vacaciones” a sus casas para que allá se recuperaran, deslindando cualquier responsabilidad.

       Un organismo en México se encuentra impulsando leyes tendientes a garantizar la protección de los derechos de grupos vulnerables: el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), que ha logrado la creación de leyes que nos dignifican a todxs en igualdad.