Dos fechas para recordar

Monumento a Gertrudis Bocanegra en la plaza del mismo nombre en Pátzcuaro. | Fotografía: Archivo

En abril, los días 10 y 11, vienen a mi memoria dos personajes que, sin duda, han marcado mi existencia.

       El 10 de abril de 1919, en Chinameca, Morelos, fue muerto a traición don Emiliano Zapata Salazar, “El Caudillo del Sur”, dejando en la orfandad a los pueblos campesinos que se habían unido a la revolución, exigiendo la devolución de sus tierras que estaban en mano de latifundistas y políticos protectores de intereses económicos y caciquiles. 

       Y quién mejor que el poeta michoacano Ramón Martínez Ocaranza para describir en un “Corrido” que dedicó a otros dos entrañables personajes: doña Evita y Efrén Capiz, así como a la Unión de Comuneros Emiliano Zapata, pasajes de la vida del Caudillo:

“Año de mil ochocientos/ ochenta y tres: -fecha grata-/ nació en Anenecuilco/ don Emiliano Zapata.  Toda la gente decía/ al ver al niño pequeño:/ éste va a ser un gran hombre/ que va a luchar por los nuestros.  Su abuelo estuvo en el sitio/ de Cuautla, junto a Morelos/ ¡Qué gran linaje traía/ para salvar a su pueblo!  Jinete muy decidido: / trabajador y sincero;/ humilde con los humildes,/ y bravo con los soberbios.  Llevaba dentro del alma/ jaguares como los vientos,/ para cuidar los poblados/ herencia de los abuelos”.

“A Zapata lo siguieron/ en su lucha sin igual,/ campesinos de Guerrero,/ también los de Michoacán.  Ante el empuje de aquellos/ guerrilleros implacables,/ cómo temblaban de miedo/ los buitres y los chacales. / ¡Viva Emiliano Zapata!/ gritaban los campesinos,/ con las armas en la mano/ y el corazón encendido”.

“Zapata no dejó nunca/ de enarbolar su bandera.  Y Carranza en el poder,/ le hizo lo que Madero:/ en lugar de tierra, envió/ a Zapata mucho ejército… Zapata los recibió/ en tierras de Cuernavaca,/ y puso por condición/ respetar el Plan de Ayala.  Pero Carranza quería/ -al fin también porfirista/ que Zapata depusiera/ su movimiento agrarista”.

       Y a traición tenía qué ser: en Chinameca, Morelos, el caudillo incorruptible, murió en una emboscada.

El zapatismo resulta hoy un horizonte abierto de la insurrección campesina e indígena. (Foto: especial)

“Malditos los que mataron/ al gran caudillo del pueblo.  /Quién sabe si un día renazca,/ o si nunca ha estado muerto. / ¡Ven, camarada Zapata,/ galopa sobre el ‘relámpago’,/ para que veas lo que pasa/ con tu pueblo mexicano!  Galopa ‘relampaguito’, camino de Chinameca,/ a ver si otra vez te monta/ el héroe de la leyenda.  Y aquí se acaba el corrido de mi general Zapata./ Adiós, señores./ Lo firma,/ un tal Ramón Ocaranza”.

       La otra fecha, el 11 de abril, que debería ser recordada con toda gratitud por nuestra comunidad patzcuarense, corresponde al día en que vino al mundo una niña que recibió el nombre de María Gertrudis y de apellidos Bocanegra de la Bega y que gracias a las investigaciones históricas del doctor Moisés Guzmán Pérez, de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, hoy sabemos un poco más de ella y del entorno social en que transcurrió su existencia.

              Mujeres de mi época, nacidas en la segunda mitad del siglo XX, aprendimos a reconocer en doña Gertrudis, que fue repudiada por su propia familia por haberse desposado con don Pedro Advíncula, quien no tenía “pureza de sangre”, a la mujer de carácter fuerte, que aprendió a decidir en una época en que la vida de las mujeres estaba absolutamente controlada por la presencia masculina.  Y ¿cómo no admirar a quien habiendo perdido en la lucha independentista a su marido y a uno de sus hijos, continuó participando en una guerra contra el colonialismo, la misoginia, el clasismo y el racismo?

       Posteriormente, buscando a la mujer en la historia de México, me costó admitir que existen múltiples desconocimientos.  Que, en la vida cotidiana de casi todos los tiempos, se conjugan y refuerzan las desigualdades de género y que lo mismo sucede en la historia universal.  Y tal vez, lo más apabullante: que la Historia -con mayúsculas-, la escriben los hombres, porque apenas entrando el siglo XX, le fue permitido a la mujer, participar en la vida pública de la Nación.

       En todas las épocas registradas, la presencia femenina resulta minimizada, casi desvanecida, porque se ha visto cómo, al permitir la libre expresión de cualquier mujer que viva de manera auténtica, se corre el riesgo de “desestabilizar el orden social y simbólico de género, revolucionar las relaciones y cuestionar el poder sexista”, que no es cualquier cosa.  Todxs quienes fincan su poder en la subordinación de mujeres, temen su autonomía y cultivan el miedo o la desconfianza en torno de ellas.

       Emoción, instinto e intuición se nos endilgan sin permitirnos aceptar que una mujer también puede practicar la reflexión, el análisis, la crítica constructiva y la toma de decisiones.  Seguramente por ello, por no considerar natural el que una mujer decida y se exprese con autonomía, sociedades convencionales o conservadoras, temen, atacan y desprecian a quienes salen del modelo aceptado.

       “A lo largo de su vida -menciona el doctor Guzmán-, María Gertrudis tuvo que librar varias batallas: la primera de ellas comienza con su nacimiento, siendo hija de padre español y madre mestiza de ascendencia indígena.  Aunque no fue hija única, su condición de mujer y su herencia de raza representaban desventaja en una sociedad sexista y estamental que prácticamente clausuraba toda posibilidad de desarrollo para las mujeres de ese tiempo; su destino era como la de toda mujer: ser monja y recluirse en la celda de un convento, o casarse para atender familia y labores del hogar”.  Por el doctor Moisés Guzmán, también hoy sabemos que Gertrudis, al contraer matrimonio con don Pedro Advíncula, fue desheredada y que, al perder a su esposo y a su hijo en la lucha independentista, se vio obligada a pedir ayuda para ella y sus hijas, quedando plasmado en un documento de esa época, que no firmaba lo que el texto testimoniaba, por “no saber hacerlo”.

       Al ser pasada por las armas, ya había sido juzgada y condenada por un tribunal de hombres serviles a la corona española; además, se pidió a la iglesia católica su excomunión.  Toda la ignominia de la época cayó sobre la mujer de convicciones, que vivió fiel a sus principios, alentada por los anhelos de libertad que llevaron al sacrificio a su esposo e hijo… para que hoy nosotrxs disfrutáramos de una “Patria Libre y Soberana”.   Ella es Doña Gertrudis Bocanegra, a la que estando próximo el aniversario de su natalicio, no le podamos rendir honores, ya que el monumento a su memoria se encuentra literalmente “secuestrado”, vandalizado, y el sitio donde se recuerda su fusilamiento, en el absoluto abandono.  Muchas mujeres, como yo, consideramos esto un agravio más a nuestro género, a nuestro patrimonio, a nuestra dignidad.