El país que se hereda

Zócalo de la Ciudad de México. (Foto: especial)

Siempre he establecido que las elecciones no se “ganan”, no hay un gran premio al llegar la noche del domingo de la elección, no hay vencedor, no hay trofeos ni medallas, lo que se obtiene ese día al conocer los resultados electorales es una responsabilidad pública del tamaño de la misma candidatura. Entender esto supone un gran esfuerzo, sobre todo en un país que ha comprado la narrativa de una “victoria” electoral, como si fuese un campeonato deportivo que arranca al inicio de una campaña y que culmina con la votación.

Las elecciones transfieren la voluntad del electorado, que se trasforma en el poder que inviste a una autoridad, y el ejercicio propio de un poder de esta naturaleza solo puede traducirse en responsabilidad para con la población gobernada. 

Quienes se han atrevido a autoproclamarse transformadores, se han definido en dos grandes mentiras: la primera es que la transformación de un país está condicionada a su propia naturaleza, no es propio de una intencionalidad personal de un grupo político, esto puede notarse en la estructura legal de cada país; y la segunda mentira es que en el entendido de la primera la autoproclamación solo se establece como una palabra “talismán”, de esas que popularmente solo sirven para asociarse a una coyuntura política polarizada “yo transformo, los otros son conservadores”.

Entendido esto, ¿entonces cuál es el país que se hereda a la siguiente administración? La campaña ya acabó, y México tiene su propia realidad, una muy ajena a aquella que se pregonó en las campañas presidenciales: la realidad en donde los actos delincuenciales llegan a atentar contra una niña de 2 años y un bebé de 3 meses, donde el ejército tiene más atribuciones que aquellas que corresponden a su propio origen y justamente donde las inversiones definen su confianza o desconfianza en un país, de acuerdo a la amenaza que pueda soportar el encuadre jurídico del mismo.

La realidad del Mexico que heredará la siguiente presidenta le establece 2 momentos cruciales: el primero es la necesidad de resultados; iniciará con un día cero de número en homicidios violentos, un día cero en la atención de la pobreza extrema, y un día cero en relaciones internacionales. El segundo momento crucial se definirá en torno al alejamiento que por salud gubernamental deberá generarse del “expresidente vigente”, aquel que sabe que gran parte de las simpatías electorales generadas en la elección hacia Claudia Sheinbaum son una trasferencia directa de su popularidad.

El resultado electoral trae consigo responsabilidades y son de una magnitud, en este caso, del mismo tamaño de la complejidad del mismo país. respetuoso de la investidura presidencial, le deseo un gran éxito a la próxima presidenta de México.

Hay una historia que dice lo siguiente: un presidente saliente siempre deja tres cartas a un presidente entrante, mismas que vienen con tres consejos distintos y que deben abrirse solo en momentos de crisis de forma ordinal. si la crisis surge, habrá la primera “echéle la culpa al pasado político”, si la crisis continúa, habrá la segunda “echéle la culpa al ambiente: financiero, relaciones internacionales, pandemias”, si la crisis continúa, habrá la tercera y última carta “póngase a trabajar y deje de echar culpas”. Aquí el problema para Claudia es que el presidente ya se gastó las primeras dos.

Eppur si muove