DEBATAMOS MICHOACÁN: El hombre y su masculinidad

El tema de la reconstrucción de la masculinidad exige una aproximación desde tres enfoques o ángulos de reflexión: el saber, el poder y la subjetividad (construcción del sujeto, construcción de la masculinidad). El saber es fundamental porque sitúa en un contexto de la teoría de género y de los efectos que la cultura patriarcal produce en la construcción de la identidad masculina.

La masculinidad impulsa a legitimar y naturalizar las estrategias de control y de dominio sobre todos aquellos que no forman parte del club de los varones (Rita Segato). De esta manera, la violencia, ejercida a través del patriarcado se mantiene vigente; la violencia se vive normalizada y naturalizada; la violencia la ejerce el hombre mayoritariamente, no obstante, también hay mujeres que ejercen violencia, así como otros grupos sociales, es decir, la violencia no es solo de los hombres, pero ellos, mayoritariamente la ejercen.

El hombre ejerce violencia contra la mujer, contra otros hombres y contra sí mismo; la masculinidad tiene un mandato, que debe ejercer para legitimarse frente a su grupo social, se violenta no necesariamente por un ejercicio sexual, sino por ejercer el poder y compartir el hecho con los pares hombres (Rita Segato).

El saber disciplinario produce poder, conocerlo y entender la esencia de los objetos y las relaciones en las que encuentran inmersos genera el conocimiento y las estrategias para dominar y controlar las relaciones en las instituciones en las que actuamos, principalmente de la familia y las relacionales. En este sentido los cautiverios en los que viven las mujeres (Marcela Lagarde) y las casas con techo de cristal y piso pegajoso (Marta Lamas) y la doble jornada de trabajo en las que viven las mujeres, da cuenta de la asimetría del poder (androcentrismo) y las desventajas de la mujer en este mundo de desigualdades. En su expresión más extrema, se observa el poder en el ejercicio de la violencia familiar y social.

En el ámbito doméstico, el patriarca se sabe amo de todo lo que le rodea; su esposa, se convierte en usufructo y disfruta de su cuerpo, por lo que deja de ser persona, para volverse objeto y posesión, valor que adquiere solo frente a su poseedor. En este sentido los hijos serán posesiones y objetos de inversión.

Las relaciones de poder permean cada uno de los espacios sociales. El poder está en todas partes y llega a todas las personas.

La construcción de la identidad masculina es producto del contexto (globalidad, consumismo, patriarcado) y las relaciones de poder que determinan la forma de ser y estar en el mundo de los miembros de la sociedad.

Los aparatos ideológicos maquilan y moldean la identidad de los individuos confeccionando objetos, espacios y funciones que fortalecen las relaciones de poder vigentes y, con ello, el mantenimiento y la estabilidad del sistema de poder (Hernández Castillo). Dicho de otra manera,  se construyen procesos performativos (Judith Butler).

La identidad masculina, tal y como el patriarcado la define, ha dejado de ser útil, en tanto que ha sido desbordada por sus mismas contradicciones internas. Sus sistemas de regulación han sido insuficientes y han permitido que la sociedad se encuentre en riesgo de disolución y descomposiciones, expresadas en diversos mecanismos de opresión, incluido el feminicidio y el crimen  por odio.

La violencia doméstica, como manifestación extrema del fracaso de las estrategias de poder y control, ponen en riesgo la ilusión de la familia como núcleo donde se finca nuestra sociedad, hoy un grupo importante de  mujeres, en diferentes espacios, incluido su hogar, sienten desconfianza y miedo de sufrir violencia.

Las mujeres mantienen un tributo para el hombre, sus actividades de cuidado en el hogar, su responsabilidad de atender a la pareja, a los hijos, a las personas de edad mayor, con su compromiso de ser abnegadas y generosas.

El Patriarcado, el consumo, el mercado, la globalización, interactúan como una pedagogía del poder, con ello se actuar en la familia para ejercer la dominación y el ejercicio de la violencia contra la mujer para legitimar.

Por ello, debemos de comprender que la violencia no es del orden sexual solamente, sino del orden del poder, que somete, disciplina, controla, en ocasiones asesina.

De ahí la importancia de desmontar el cimiento Patriarcal que funda las desigualdades y expropiaciones que construyen el edificio de todos los poderes (económicos, políticos, sociales, culturales y otros).

Por ello, reitero que la violencia doméstica, como manifestación extrema del fracaso de las estrategias de poder y de control, ponen en riesgo la ilusión de la familia como núcleo donde se finca nuestra sociedad.