Las Escuelas Normales Rurales

Con el movimiento social de 1910, no se logró  un cambio en las estructuras de las relaciones sociales de producción, como eran las aspiraciones originales de los campesinos, obreros y jornaleros quienes se batieron en los campos de batalla, por conseguir nuevas condiciones de vida. Para sus dirigentes que lo encabezaron y lo consumaron con la firma de la Constitución Política el 5 de febrero de 1917, lo importante no era cuestionar las condiciones de la propiedad privada, como quedó establecido en los artículos constitucionales 27 y 123, respectivamente, generando las condiciones para favorecer a los señores del capital. Sostenían que el momento requería con urgencia una reforma constitucional, para romper las estructuras del poder político y sustituir a la dictadura por un gobierno democrático y popular, es decir quítate tú para ponerme yo. Situación que han hecho  prevalecer hasta nuestros días los herederos de la revolución, quienes  han vivido por décadas de la política, formando una nueva clase social.

Posiblemente, para compensar un poco la deuda con la clase trabajadora en especial con los campesinos y como una medida para legitimarse, en la década de los años 20 del Siglo Pasado, el nuevo Gobierno, diseñó un proyecto educativo para integrar a las comunidades rurales al desarrollo del país, lo que dio origen a las escuelas rurales,  teniendo como propósito, la formación de maestros para impartir enseñanza básica en las comunidades campesinas,  “con una concepción humanista”, basada en el pensamiento pedagógico, de John Dewey, precursor de la escuela activa o escuela nueva, como una modificación al modelo educativo tradicional, basando el aprendizaje en la acción y participación del niño, mediante la experimentación, imitación, e imaginación, siendo el profesor guía y facilitador, sin imposiciones ni manipulaciones; la consigna era enseñar con los recursos que se tuvieran. “poniendo énfasis en la necesidad de integrar a las escuelas con la comunidad”, para lo cual era indispensable vivir en el lugar, encabezando las demandas más sentidas de la población, convirtiéndose en verdaderos líderes de las comunidades. Desde luego que el gobierno quería aprovechar esa infraestructura social para implementar la reforma agraria, sin generar nuevas confrontaciones entre latifundistas y campesinos.

Las escuelas no se establecieron donde se necesitaban, sino donde encontraban apoyo de las autoridades locales,  de la comunidad y sobre todo de los mismos alumnos, hijos de ejidatarios  y de pequeños propietarios, ya que era poco el presupuesto asignado para su funcionamiento. Inclusive algunas  empezaron a funcionar en inmuebles prestados que fueron adaptados para cubrir las necesidades del proceso enseñanza-aprendizaje. Sin embargo con todas esas limitaciones se fueron consolidando, hasta que se establecieron los internados mixtos, donde los estudiantes tenían hospedaje, alimentación y educación y vivían como en familia, con un esquema de democracia y autogobierno en un ambiente de libertad sin ninguna sumisión, donde prevalecía la responsabilidad, la disciplina y el trabajo en equipo. Al término de los estudios los egresados tenían asegurada una plaza y todo funcionaba de la mejor manera; pero como todo lo bueno genera emociones toxicas en algunas mentes humanas, las autoridades educativas empezaron a intervenir en decisiones internas de los planteles imponiendo medidas coercitivas para mantener el orden, rompiendo la armonía existente. Para defender sus intereses, los estudiantes se organizaron a nivel nacional dando origen en 1935, a la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM), comenzando una confrontación permanente con las autoridades educativas. La represión más irracional fue en el gobierno de Díaz Ordaz, cuando se cerraron 15 planteles, por el simple hecho de haber manifestado su apoyo al movimiento estudiantil de 1968

No obstante todos esos desaciertos por parte de las autoridades en contra de  los estudiantes normalistas, sus egresados se han comportado fiel a la causa social. En lo personal fui testigo del trabajo de maestros rurales allá por los años 1970. Enseñaban los conocimientos básicos a estudiantes de tres grados académicos en una misma jornada de trabajo, con resultados comprobados de eficiencia y calidad; también daban clases de manualidades, lo más seguro inspirados en la filosofía de Rafael Ramírez, al comprobar que “la mejor educación es la que resuelve las necesidades vitales a través de la práctica” y la de “aprendiendo haciendo”. Para ellos, era importante el cuidado del medio ambiente y el desarrollo de actividades deportivas y recreativas, así como el cultivo de maíz y frijol en la parcela escolar, de donde obtenían algunos recursos para mejorar las instalaciones escolares; por la tarde-noche, enseñaban a leer y a escribir a los adultos mayores. Ponían especial atención en reforzar los valores, de libertad, justicia, templanza, fortaleza, amor y libertad, respeto, responsabilidad y amistad entre otros. No dejaban escapar la posibilidad de inculcar a sus alumnos las reglas de convivencia social, como el respeto a la vida, a los semejantes y al medio ambiente. No creo que el trabajo de un verdadero maestro sea un acto de sublevación, que ponga en riesgo la estabilidad social del país, para que las autoridades insistan en desaparecer los últimos 17 planteles, de ese subsistema educativo que por décadas estuvo al frente del desarrollo de las comunidades rurales  y por lo tanto ayudó a la  consolidación del Estado Mexicano.

Las normales rurales son necesarias para ayudar al desarrollo educativo, en vez de atacarlas y abandonarlas o pensar utilizar sus instalaciones para preparar técnicos en turismo, como alguna vez lo propuso una lideresa sindical; se deben reestructurar en función de la nueva realidad, desde una estricta selección de sus alumnos, que provengan exclusivamente de familias marginadas; designación de directores con conocimientos académicos y con habilidad de liderazgo; una auténtica selección de maestros, la revisión de los programas de estudios, la rehabilitación de talleres y laboratorios, así como la asignación de presupuesto suficiente para su funcionamiento, como sucedió en las administraciones estatales de Francisco J. Mújica y Lázaro Cárdenas del Rio y evitar que se contaminen con el gorgojo de la política y se les asegure una plaza laboral a sus egresados. Pero sobre todo, deben de seguir existiendo para atender la creciente matrícula escolar y por ser la única posibilidad para los hijos de muchas familias de escapar de la miseria, lo que ahora se conoce como pobreza extrema,  dedicándose a una actividad tan noble y digna como lo es la educación. Sugiero que en  vez de obsesionarse en destruir lo que representa un ícono del desarrollo rural en nuestro País. Mejor se aplique toda la fuerza del Estado para combatir la corrupción, la delincuencia y la impunidad e investigar el origen de la fortuna de algunos políticos y en que  manos quedaron los terrenos que fueron propiedad de las escuelas, pero sobre todo para fortalecer el Sistema Nacional  de Salud y Asistencia Social. Se requiere seguir formando maestros con calidad humana, de esos que entiendan el sufrimiento de las personas, que además, de transmitir conocimientos básicos a los niños, los enseñen a redactar correctamente un escrito, comer sano, lavarse las manos antes de cada comida, cuidar el agua, los bosques, la fauna y la flora y hasta saber decir entre otras palabras mágicas: ¡Por favor¡ ¡Muchas gracias¡ ¡Con permiso!  ¡Usted disculpe! ¡Primero usted!  ¡Buenos días! ¡Hasta luego!