Rituales y ceremonias ancestrales

En la Huasteca Veracruzana, los maseualimej (campesinos) tienen la creencia de que el maíz tierno es un ser vivo. (Foto: especial)

Yo me encuentro convencida de lo alguna vez afirmó un estimado amigo p’urhépecha, al comentar cómo, entre muchas poblaciones indígenas, ha venido en aumento la denominada “crisis de identidad”, sobre todo en el sector juvenil.  Y entonces también me hizo notar cómo la educación oficial que se nos ofrece, ha jugado un papel preponderante al respecto, porque “se nos educa –dijo-, para ignorar, e incluso despreciar, las creencias de nuestros pueblos; considerando, a muchos de sus ritos y ceremonias, como algo pagano, exótico y sin fundamento científico, que sólo puede servir para atracción turística”. 

       Seguramente al tomar en cuenta sus comentarios tan llenos de veracidad, ha sido que me he ocupado, durante muchos años, a documentarme y llegar a la comprensión de que esas manifestaciones, que han permanecido ocultas bajo el término “sincretismo”, resultan representaciones de gran importancia para la permanencia de una identidad cultural viva, entre nuestros pueblos originarios, que tienen o conservan una relación tan cercana a la tierra y a la naturaleza… y que además, con su prevalencia, han logrado que se reconozca la pluriculturalidad de países como el nuestro. 

       Hoy me propongo enumerar algunos ejemplos de esa persistencia, que seguramente serán reconocidos por muchxs:

       En algunos lugares de nuestro vasto territorio nacional, hay quienes rinden culto a los más altos y eminentes montes.  Para estas fiestas, se labran unas culebras de palo y de raíces que luego se pintan y visten, dejando la cabeza al descubierto.  Y les moldean con masa de maíz, rostros de personas, en memoria de aquellos que se han ahogado o han muerto por agua.  Las culebras son llevadas al monte, entre flores y plantas de la temporada, colocándolas en altares de piedra preparadas para la ceremonia.  Luego queman copal.  Así agradecen a los montes y a los cerros todo lo que de ellos obtienen.  Yo lo escuché en un Encuentro Indígena, en voz de un zapoteco.

       Para las semillas, como el huautli o amaranto, todavía pervive el culto que poco ha variado desde hace más de 500 años, para agradecer que esta semilla (cuyo consumo fue tan importante, como lo es hoy el del maíz), ha llegado a su madurez; de lo primero que se recoge, bien molido y amasado, se hacen unas figurillas con forma humana y se colocan sobre una mesa, rodeada de velas, flores y sahumerios.  Enseguida se acercan recipientes (tecomates o cántaros) con pulque, y todos lxs presentes en la ceremonia se sientan en rueda alrededor de la mesa improvisada como altar, entonando algunos cánticos especiales.  Los dueños de la ofrenda derraman parte del pulque delante de las figurillas de huautli y es señal para que lxs ahí congregadxs empiecen a beber lo que quedó en las vasijas.  Cuando terminan, la familia de la casa guarda con cuidado las figurillas hasta el día siguiente, en que todxs quienes participan en la fiesta se las comerán a pedazos, con mucho respeto y agradecimiento.  Esto fue narrado por un conocido del Estado de México.

       En la Huasteca Veracruzana, los maseualimej (campesinos) tienen la creencia de que el maíz tierno es un ser vivo, por lo que no debe tirarse o desperdiciarse, debido a que como son niñxs, lloran si se les maltrata.  Además, los granos tiernos requieren de ser alimentados mediante un ritual antes de levantar la cosecha, motivo por el cual el propietario de la milpa contrata los servicios de un especialista tradicional que se le nombra ueuetlákatl (hombre anciano), y dependiendo de su posibilidad económica, solicita la participación de un trío de huapangueros, que interpretarán los sones y huapangos de tlanama, durante la ceremonia.  Tlanama es como se denomina a este ritual, y se puede interpretar como “dar de comer a los elotes”.

       Familiares, parientes, padrinos y personajes especiales son invitados a concurrir al banquete que se le ofrece al “elote sagrado” o chikomexóchitl, bajo la dirección del consejero o especialista, pues si tal celebración no se practicara, habría una mala cosecha para el siguiente ciclo.

       En algunos lugares, el maíz es denominado “su gracia” y se le ve con reverencia, como se le trata en muchos grupos culturales del país.  Escribe Guillermo Mora en México Desconocido, sept. 2002.

       En México, cada 29 de septiembre se celebra el día del Arcángel Miguel.  Su festividad es tan importante como la dedicada el 24 de junio a Juan el Bautista.  Durante esta celebración, sacerdotes católicos y feligreses recuerdan el enfrentamiento que San Miguel tuvo con Satanás, anteriormente aliado natural de Dios.

       Para los productores agrícolas, el 29 de septiembre tiene lugar la violenta batalla campal entre el Arcángel caído (Luzbel) y San Miguel.  Ese día, se colocan cruces de pericón (flor silvestre de pétalos amarillos) en puertas y parcelas de los creyentes católicos, donde hay cultivos para protegerlos de Satanás, que anda libre.  Son los últimos vientos de la temporada y los campesinos presuponen que esos aires son producto de los aletazos provocados por los embates violentos entre ambos arcángeles.  Cita: Presbítero Pablo Benavides Carreño.

       En Yucatán se acostumbra, para los días de difuntos, la “comida de las ánimas”.  Tradicionalmente preparado con gran respeto en las comunidades mayas, el denominado “pib”, un gran tamal que se elabora con masa de maíz a la que se agrega manteca de cerdo, carne roja o pollo, tomates, epazote y condimentos de la zona, como el llamado “kol”, que consta del caldo donde se ha cocinado la carne, harina y achiote.  Algunos agregan espelón, que son los frijoles negros de la región.  Se envuelve en hojas de plátano y se cuece lentamente bajo la tierra.  Antes de la llñegada de los españoles, lo preparaban con guajolote, tomate, achiote, espelón y sin manteca ni kol, pero ya era un platillo tradicional de la temporada.  Esto lo describe Ángeles González Gamio en una de sus columnas dominicales en conocido diario nacional.

       Esto es sólo una pequeña muestra de la infinidad de ceremonias y rituales presentes en un país que muy recientemente y gracias a especialistas y académicos sensibles (antropólogos, etnólogos, teólogos, sociólogos, promotores culturales, etcétera) comienza a “darse cuenta” de que cuando se nos despoja de un ritual que nos permite tomar conciencia de nuestro aquí y de nuestro ahora, caemos en el mecanicismo y el vivir sin sentido, como lo dijo el amigo que hoy recuerdo.