Otros tiempos

En secundaria, preparatoria y universidad, la situación fue muy parecida a lo que me sucedió en la primaria. (Foto: especial)

Por los años setenta del siglo pasado, uno de mis amigos, recién graduado en ciencias de la tierra, me platicó que, en compañía de unos de sus condiscípulos, fueron a solicitar trabajo a una empresa minera. Bien vestidos y con mucho optimismo, se presentaron en la oficina de reclutamiento de personal a la entrevista de rigor. Paso el primero, el segundo, el tercero y así sucesivamente. Durante su espera había escuchado la experiencia de sus antecesores, a quienes al parecer les habían preguntado ¿Qué estaban dispuestos ofrecer a la compañía minera, a cambio de un salario de $ 2 000 pesos mensuales? Todos por igual habían respondido que ofrecían sus conocimientos, su trabajo, esfuerzo, responsabilidad y competencias desarrolladas en la universidad, para mejorar la productividad de la empresa. Mi amigo, seguro de sí mismo y sintiéndose menospreciado y humillado por la pregunta de rigor, contestó con firmeza: esta compañía no es digna de que un profesionista como yo, preste sus servicios por un salario de hambre, mejor contraten a otro tipo de ingenieros que acepten trabajar por un menor salario y hasta se pueden ahorrar algunos centavos, les agradezco sus atenciones y tengan buena suerte en sus contrataciones.

Mi amigo, estaba seguro de su decisión, comentaba que había tenido la suerte de haberse educado en escuelas públicas en una época, en la que los maestros habían hecho de la educación una forma de vida, que se dedicaban de cuerpo y alma a dicha actividad. Vivían en la misma comunidad donde trabajaban, tenían estabilidad laboral, sin problemas de pago, con un salario suficiente para satisfacer las necesidades materiales de sus familias; por otra parte, las autoridades educativas tenían capacidad de liderazgo, mucha imaginación, compromiso profesional y ganas de querer hacer las cosas. Los profesores llegaban puntualmente a sus labores, sólo faltaban en caso de enfermedad o por algún imprevisto familiar; eran los últimos en abandonar las aulas al término de la clase; respetaban la forma de pensar de sus alumnos a quienes motivaban para adquirir nuevos y mejores conocimientos; se convertían en asesores y guías de la educación; escuchaban inquietudes e ilusiones de los alumnos; mantenían comunicación con los  padres de familia; promovían y cuidaban la imagen de la escuela; observaban las normas establecidas por las autoridades educativas; trabajaban calendarios de aproximadamente 200 días por ciclo escolar; organizaban el aprendizaje de acuerdo a los contenidos de los programas de estudio; preparaban material didáctico, lo que facilitaba el aprendizaje; asignaban y revisaban tareas; organizaban equipos de trabajo; promovían la interacción en las clases; atendían en tiempo y forma cualquier rezago de aprendizaje; hacían las evaluaciones indicadas en los programas de estudio, no tanto para cumplir con la normatividad o medir el conocimiento adquirido, sino para corregir errores en el proceso de  enseñanza-aprendizaje.

Fue así -seguía diciendo- que en la primaria aprendí a conocer el abecedario y signos de puntuación, pronunciar correctamente los sonidos y dibujar las figuras de los signos lingüísticos, el manejo de las silabas  las reglas y categorías  gramaticales, lo que me permitió aprender a  redactar textos, a leer, interpretar y comprender, todo tipo de escritos, desde una lectura escolar, cultural, de entretenimiento o de información, hasta una carta personal, un oficio, un acta, un telegrama, un recibo, un pagaré, entre otros. También aprendí -continuó diciendo- los conocimientos numéricos; de memoria recitaba las tablas de multiplicar, dividir, restar y de sumar. Entendí para que sirven las fracciones y como se hacen esas operaciones, así como la utilidad de estas. Se me facilitaba interpretar porcentajes; trabajar con potencias; hacer estadísticas; no se diga los ejercicios de razonamiento, que nos ayudan a encontrar solución a un problema numérico; la regla de tres; la raíz cuadrada; el manejo de las figuras geométricas sus dimensiones y volúmenes; conocer los números romanos. Capté bien los conocimientos de la geografía local, estatal, nacional y mundial; de los seres vivos, plantas y demás organismos que pueblan la tierra; de física y química y todo lo relacionado sobre la materia y sus características y logré entender los fenómenos naturales más comunes que suceden y hacen posible la vida en el planeta y la forma como se aplican los conocimiento (tecnología),  para hacer más cómoda la vida sobre la tierra, con la idea aprovechar racionalmente los recursos naturales y vivir en armonía con la naturaleza; me enseñaron conocimientos del pasado y presente de la humanidad, así como de sus costumbres; en esa etapa fortalecí mis valores adquiridos en familia, en el barrio y con la palomilla; desarrollé algunas de mis capacidades para convertirlas en habilidades; hice de mi propiedad las costumbres y tradiciones de nuestros antepasados, así como la ética y moral con las que nos debemos conducir, para vivir bien y en armonía con nuestros semejantes, sin necesidad de ser corrupto.

En secundaria, preparatoria y universidad, la situación fue muy parecida a lo que me sucedió en la primaria, seguí teniendo maestros responsables, autoridades educativas competentes al margen de cualquier contaminación política y un ambiente familiar propicio, que aun cuando ya se era parte de la cultura ir tras el “sueño americano”, por lo general  las mamás permanecían al frente de la familia, estirando los centavos para  sobrevivir,  sin tener necesidad de abandonar a los hijos para completar el ingreso familiar.

Una formación universitaria de dicha magnitud, con conocimientos bien cimentados, capacidades desarrolladas y valores fortalecidos, da la posibilidad de negociar una contratación laboral, con perspectivas de crecimiento y movilidad social para ser menos desigual. En el caso contrario, las condiciones las establece el empleador y al profesionista no le queda de otra, más que aceptar el trabajo que sea, con el sueldo que sea, sin dar lo máximo de sí y pasando la vida rumiando amarguras y frustraciones. El encargado de una tienda de esas que abundan al lado de las carreteras estatales, federales y centros comerciales, muchas veces ganan mas que un profesionista con maestría y doctorado, de ese tamaño es la realidad que estamos viviendo en los tiempos actuales.

Desgraciadamente esos buenos tiempos escolares que vivió mi amigo ya se fueron y difícilmente volverán. Desde marzo de 2020, se agudizó el problema al romperse el ritmo del proceso enseñanza-aprendizaje, sólo los más afortunados han podido seguir la secuencia de los conocimientos de sus posteriores grados académicos, la gran mayoría de niñas, niños, adolescentes y jóvenes, se han quedado más rezagados de lo que estaban antes de esa fecha. Sin que se conozca hoy en día una estrategia, ya no para disminuir el rezago educativo, sino para retomar el rumbo de antes de la pandemia, prueba de ello es que a la fecha no se ha podido consolidar el regreso a las aulas, las clases a distancia significa simulación, discriminación y mayor desigualdad. Prácticamente el Sistema Educativo Nacional, se encuentra a la deriva.

Al parecer la prioridad de las autoridades educativas, es encontrar un reacomodo político, que va desde una regiduría hasta una gubernatura, para seguir disfrutando de las mieles del poder y asegurar el futuro de sus familias, sin importarles el destino final de los profesionistas, mucho menos el bienestar de los marginados. Por su parte los docentes andan en lo suyo, exigiendo públicamente el pago de “Productividad” y “Fomento Económico”, que se pagan en marzo, las otras prestaciones de “Superación Educativa”, “Apoyo de la Economía Familiar” que se pagan en noviembre a todos los trabajadores de la educación y otros pendientes por pagar (información publicada en la prensa), con razón o sin razón. Lo cierto es que se debe de investigar si por negligencia, corrupción, compromiso político o amistad, las autoridades educativas, han venido otorgando a los grupos sindicales una serie de prestaciones económicas, fuera de lo establecido en los presupuestos anuales de egresos de la federación y de los estados. Lo más lógico es que esas prestaciones, se hayan estado cubriendo con cargo a deuda pública, cada día en crecimiento y difícil de saldar.  

No quisiera ni pensar que los tiempos pasados fueron mejores, pero la realidad nos dice que cuando menos había menos impunidad, menos pobres y miserables, los políticos eran menos corruptos y los dueños del dinero menos voraces que algunos de los que ahora ostentan el poder.

Cuando se viven tiempos extraordinarios se debe actuar en forma extraordinaria, para recuperar lo perdido, de no hacerlo, todo lo que se diga es pura demagogia.

Educación es negociación, diálogo, entendimiento y no confrontación, mucho menos necedades.