LOGOS: Luis Echeverría Álvarez ¿Por quién doblan las campanas?

Luis Echeverría Álvarez, expresidente de México. (Foto: especial)

John Donne (1572-1631), primero católico y después anglicano, uno de los grandes oradores londinenses, en uno de sus profundos sermones poco antes de morir dijo: “Ningún hombre es una isla, ni se basta a sí mismo; todo hombre es parte del continente, parte del todo. Si una porción de tierra fuera desgajada por el mar, Europa entera se vería menguada, como ocurriría con un promontorio, con la casa de tu amigo o la tuya: la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque soy parte de la humanidad; así, nunca pidas a alguien que pregunte, por quién doblen las campanas; están doblando por ti.”

        Luis Echeverría Álvarez fue presidente de los Estados Unidos Mexicanos de 1970 a 1976, y hace días murió teniendo la edad de 100 años y casi 6 meses.

        Ni duda cabe que fue un presidente poderoso, de sueños populistas, el más trabajador de los presidentes del siglo XX y lo que va del siglo XXI, un dínamo de actividad inusitada, mañana, tarde y noche, en todo el territorio nacional y fuera de él.

        Nadie puede acusarlo de flojera; y el que es prolijo en el hacer, suele equivocarse en abundancia. Nunca estuvo quieto ni cansado, y era agresivo en la lucha contra los extremos, aunque éstos formaran parte de su personalidad, lo que le ocasionaba contradicciones profundas y ocultas.

        Era un emprendedor nervioso, pero con una quieta vista de observador. Atento escucha, con una mirada perdida. Del extremo silencio al que por burocráticos años estuvo confinado, pasó al verbalismo extremo esgrimido en el ejercicio de su poder. Transcurría de la serenidad profunda a la explosiva carcajada de su rostro.

        Echeverría, como presidente, quedó seducido por un grupo de jóvenes de palabra fácil y sugestiva, pero de inexperiencia atroz y aventurera.

        Llegó a hablar en demasía del contraste existente entre los ricos y los pobres; y dentro de los pliegues de su alma sacó un escondido y extravagante deliro: reformar a los ricos a través de prédicas belicosas.

        Los ricos en respuesta le impusieron la humillación de severos castigos, que supo soportarlos con gran dignidad, pero llevó al pueblo al sufrimiento, pasando de ser populista, a ser antipopular.

        Tuvo una terca inclinación por hacer siempre lo desusual. Si antes el presidente iba en automóvil de lujo, Echeverría iba a pie. Si antes el presidente leía, en su mandato siempre improvisaba. Si antes el presidente cuidaba su vestir, el se presentaba en guayabera hasta en ceremonias tradicionalmente formales. Si antes en las comidas oficiales se daban vinos, él daba aguas frescas de sabor. Si antes la sucesión presidencial se hacía en forma discreta, el dispuso que se abriera el telón para que todo el pueblo viera.

        Fue Echeverría un predicador encolerizado, lanzó mensajes de fondo asertivo, pero en su mayoría ineficaces por la ausencia de aplicabilidad práctica, o por la desacertada ineficacia de su instrumentación.

        Todos los presidentes de México han tenido sus luces y sus sombras, y son producto de la realidad nacional, la que hace más efecto en ellos, que ellos en ella.

        Poco antes de dejar el poder Echeverría, afirmó: “Hay siempre en la naturaleza humana, un sentimiento de soledad”.

        Su lema fue: “¡Arriba y adelante!”; y hoy sabemos que eso de “arriba” no fue tan alto, y que eso de “adelante” no fue tan lejos.

        El actual presidente de México, afín caricatura del presidente Echeverría, a la muerte de éste, y habiendo sido el pasado domingo día de la oración por la paz, debió preguntarse: “Por quién doblan las campanas”, y quizá respondió: “están doblando por mí”.