Disidencias femeninas

El “espíritu patrio” se vive y se respira por todas partes.

No estar completamente de acuerdo con todo lo que, cultural, social o simbólicamente se nos trata de seguir imponiendo, es disentir.  Alguien muy querido y respetado, hace años me advirtió: “me resulta sospechoso el que haya tanta gente que mira y siente que no es normal aceptar tantas dosis de violencia, injusticia y control y no comprenda que ante ello resulta obligado disentir”. Hoy lo traigo a la memoria, a propósito de estos días en que se festeja, por todos los rincones del país, la denominada “independencia de México”, efeméride en que surge, en la conciencia de muchos y buenos patriotas, la reflexión de lo mucho que aún nos falta por hacer para que nuestra nación se encuentre verdaderamente libre y liberada de ataduras tan fuertes como los “Tratados Comerciales”.

       Para muchxs ciudadanxs, igual que para algunxs maestrxs y educadorxs, resulta temporada ideal para reforzar “valores cívicos”, reconociendo la participación que muchos hombres y mujeres, a lo largo de nuestra historia han hecho, contribuyendo en los movimientos nacionales libertarios.

       El “espíritu patrio” se vive y se respira por todas partes; sin embargo, si nos atrevemos a indagar (como yo lo he hecho) entre la joven población estudiantil que nos rodea (y aún entre quienes inician una licenciatura), muy pocos saben los orígenes y el trasfondo del movimiento independentista que llevó a curas, como Hidalgo y Morelos, a tomar las armas, y por lo general desconocen los nombres de algunos personajes locales que participaron en él… e ignoran que México fue una de las naciones que en la América del siglo XVIII formó parte de esa insurrección.

       Y no se les culpa.  Tenemos ya décadas de haber permitido que el conocimiento de la historia patria (nuestra historia) quedara relegada a los rincones de cualquier programa educativo, sirviendo sólo de “relleno” en una currícula que exige, más que el “despertar inquietudes”, acallarlas, y sólo capacitar técnica y rigurosamente a sus educandxs, para ser parte del engranaje productivo en una sociedad desmemoriada.

       En mi caso, contando sólo con una educación de colegio religioso y de familia, obviamente, ha sido el interés personal y el amor a la lectura lo que me ha llevado a indagar acerca de esos pasajes poco conocidos de nuestra historia (la memoria colectiva) y descubrir cómo, “al lado de todo gran acontecimiento”, siempre han existido mujeres de muchísima valía, que han sido relegadas, olvidadas, o definitivamente ignoradas por la historia oficial: ésa que hasta hace muy poco, sólo escribían varones… y al gusto de quienes entonces estuviesen “al mando”.

       Ha sido entonces que en textos pequeños, resumidos en pocos renglones, donde he logrado encontrar menciones de algunas de esas mujeres insumisas, rebeldes, que desafiando los cánones sociales de la época en que vivieron, o viven, se han declarado en contra de todo autoritarismo.  Así, descubrí que en los albores de la denominada Guerra de Independencia, al sur de América, las libertadoras indígenas primero, las mestizas y criollas después, fueron perfilando el movimiento liberador que hoy nos permite a todas las mujeres pensar y decidir por sí, expresando la necesidad de construir un mundo justo, digno, sin exclusiones de ningún tipo y sin violencia.

       Algunos ejemplos: Bartolina Sisa, mujer del caudillo Túpac Catari y Gregoria Apaza, hermana del mismo, quienes en 1782 fueron sacrificadas y mutiladas, en lo que hoy se conoce como La Paz, Bolivia, por haber participado en el alzamiento indígena contra los encomenderos.  Micaela Bastidas, esposa de Túpac Amaro, también murió por la misma causa en Cuzco, Perú.  El doctor Moisés Guzmán Pérez (historiador) registra además a Manuela Cañizares, quien en la ciudad de Quito participó, como conspiradora, poniendo su casa a disposición de las reuniones rebeldes.

       También en Perú, Gregoria Batallanos acompañó al capitán Juan de Peñaranda, en Potosí, vestida de soldado, combatiendo a los realistas en Puno y la valiente Juana Azurduy de Padilla, guerrillera de Chuquisaca, es recordada por haber formado un ejército de mujeres amazonas para enfrentar al ejército realista en Cochabamba, llegando a obtener el grado de Teniente Coronel en 1816.

       “En nuestro país –escribe el doctor Moisés Guzmán-, también tuvimos mujeres de ese temple: conspiradoras, como Leona Vicario o María Rodríguez del Toro de Lazarín, ambas formando parte de la organización secreta denominada “Los Guadalupes”.  Consortes silenciosas, como Mariana Martínez Rulfo, esposa de Ignacio Rayón, presidente de la Junta de Zitácuaro, a quien acompañó en varios itinerarios y dio a luz varios de sus hijos en pleno campo de batalla; o Antonina Guevar, esposa de Nicolás Bravo, que tuvo que renunciar al cariño de su padre para seguir los pasos de su marido y de la insurgencia”.

       Por supuesto que el doctor en historia ha puesto especial énfasis al recordar a mujeres como María Josefa Huerta y Escalada, la esposa de Manuel Villalongín; a doña Rafaela López Aguado de López Rayón, madre de aquella ilustre familia de patriotas radicados en el Real de Tlalpujahua; a María Luisa Martínez, originaria de Erongarícuaro, la cual desde la tienda familiar servía de informante a los insurgentes y les proporcionaba alimentos y todo tipo de ayuda, siendo fusilada, como nuestra ilustre María Gertrudis Bocanegra de la Vega y Lazo, de quien el mismo doctor Guzmán ha develado importantes y desconocidos pasajes de su vida, mismos que nos permitieron sentirla y reconocerla más cercana.

       El maestro Antonio Salas León, en su libro “Pátzcuaro: cosas de antaño y ogaño”, también recupera la imagen de una mujer sencilla que, dedicada a la arriería, sólo se le conoció como doña Antonia y que comerciaba en distintos puntos de la Tierra Caliente.  Siendo cooptada por los realistas, quienes le pidieron que transportara la correspondencia que a sus intereses convenía, doña Antonia, que simpatizaba con la causa libertaria, se encargó de informar  a los insurgentes los planes del enemigo, quienes al descubrirla, la aprehendieron en Pátzcuaro, la arrastraron de su cabellera hasta la plaza mayor, donde se encontraba la cárcel, sitio donde murió.  Su cuerpo fue inhumado en la fosa común del cementerio del Hospital de Jesús… y su recuerdo, quedó en el olvido.

       Hoy muchas mujeres estamos convencidas de que la auténtica independencia surge de una mente que disiente.