Carolina Escudero Luján

Carolina Escudero y el general Francisco J. Múgica. (Foto: especial)

El 9 de octubre del año 2000, dos días antes del aniversario luctuoso de la independentista Gertrudis Bocanegra, muere la señora Carolina Escudero, viuda de Múgica.                                                                                            

Recuerdo que a doña Caro se le conocía en Pátzcuaro como “la señora Múgica”.  Estoy hablando de mis años adolescentes, cuando cursaba la educación secundaria en el Colegio Josefino (o Vilaseca Esparza), a mediados de los años sesenta.

       Muy pocos datos tenía de ella, por cierto: que era la viuda del general Francisco José Múgica, de quien mi padre hablaba con reconocimiento y respeto; que ella había nacido y recibido educación en el norte del país y que era una mujer inteligente y culta; que desde su trabajo en el Crefal, formaba parte del entusiasta equipo que promovía las veladas de cine-club, o de teatro infantil en ese Centro de Educación para Adultos tan importante en Latinoamérica; que junto a Teresita Dávalos, entonces directora del Museo de Artes Populares y a quien yo conocía mejor, organizaba concursos florales y participaba en eventos culturales diversos.  Y de su vida personal: que tenía una sola hija (como Teresita), Leticia de la Paz, a quien se recordaba con afecto en el mismo Colegio Josefino y que para entonces participaba activamente en la escaramuza charra local.

       Reconozco cómo llamaba mi atención la independencia con la que Lety Múgica se desenvolvía en nuestra sociedad provinciana, que yo consideraba rígida y conservadora y eso me llevaba a pensar en la segura influencia de su madre… porque la mía, llegada de Puebla a los 16 años, era un poco y a su manera, también así.

       Fue en una de las muchas ocasiones que, animada por Teresita, yo recorría el Museo, acompañada de algunas condiscípulas, cuando tuve oportunidad de conocer más de cerca a la señora Carolina: alta, elegante y muy guapa.  La imagen que guardo de ese día, es la del encuentro de dos mujeres de recia personalidad, que se complementaban, por razones para mí indefinibles.

       El paso del tiempo y el conocerlas más, me mostraron que tanto una como la otra, eran mujeres independientes, de carácter fuerte y con estilos de vida muy distintos.  Ambas coincidían en la actividad constante de alentar, apoyar y promover actividades de diversa índole, relacionadas con el arte, la educación y la cultura –juntas, o cada una por su cuenta-, en una relación de mútuo respeto y reconocimiento.

       Por aquellas épocas en que terminaba yo los estudios de secundaria, por iniciativa de mi padre, presté un servicio voluntario en la Biblioteca del Crefal, adonde acudía por las tardes, luego de mis clases y durante año y medio.  Quien estaba entonces al frente de la Biblioteca, era la señorita Alicia Coria, una mujer bastante sensible y entusiasta, que puso en marcha una “biblioteca móvil” (una camioneta cerrada) que semana a semana salía a recorrer algunos poblados circunvecinos, invitando (y animando) a niños, niñas, jóvenes y adultos, a leer, mediante el préstamo de libros.  Durante esos recorridos, la señorita Coria me enteró de que la señora Caro, junto al matrimonio Van Arx (holandeses radicados en estos lugares) y otras personalidades, estaban formando un patronato que se encargó de promover la creación de una Biblioteca Infantil (la primera de este tipo en México y América Latina), que es la que tenemos en la localidad y por la que doña Caro tanto se preocupó hasta sus últimos años.

       En la década de los años setenta, luego de haber recibido por más de dos años las enseñanzas del maestro Sigfrido Aguilar (actualmente reconocido internacionalmente por su trabajo profesional) en el Estudio Búsqueda de Pantomima y Teatro que funcionó en instalaciones de la Casa de los Once Patios, propuesta entonces como espacio cultural y artesanal, una compañera del grupo (Fátima Pérez) y yo, organizamos un curso de expresión corporal y técnicas de teatro, dirigido a niños y niñas, con la pretensión de que fuera permanente.  En él llegamos a contar con la asistencia promedio de 40 pequeños/as, entre ellxs, Francisco, Carolina y Leticia Valencia Múgica, nietos de la señora Caro.

       Pero cuando Casa de Artesanías tomó posesión de todo el inmueble y a pesar del respaldo del entonces director de esa Institución (Efrén Talavera Godínez) para nuestro modesto proyecto, que como el de la Escuela de Pintura, se desarrollaba de manera gratuita, la Unión de Artesanos que entonces se formó, dispuso sabotear nuestro trabajo y poco a poco fuimos siendo desalojadxs del lugar (artistas plásticos, algunxs talleristas voluntarixs y nosotras). Además de algunos cuantos padres de familia que se acercaron a nosotras para manifestarnos su solidaridad, fueron doña Carolina y Teresita Dávalos quienes escribieron a Casa de Artesanías y a la Secretaría de Turismo, abogando por los proyectos culturales, sobre todo porque estaban dirigidos a niñxs y adolescentes.                                                                                                                                                                                Resultó doloroso entender cómo se llega a expresar el desprecio por el arte, en aras de la comercialización.  Al parecer y a pesar de la buena disposición que tenían directivos  de la Institución Artesanal, se canceló todo proyecto cultural en la Casa de los Once Patios desde esa década.  Sin embargo, doña Caro y Teresita nos brindaron las palabras de aliento que, en lo que respecta a mi persona, me llenaron de fortaleza en esa situación de adversidad.

       Al paso del tiempo, luego de una residencia en Morelia que se prolongó por cerca de una década, regresé a Pátzcuaro a mediados de los años ochenta y ella personalmente, me buscó e invitó, de manera muy cordial, a escribir para el semanario “Crítica Regional”, del que también había sido fundadora.  Seguro es por su aliento (y el de un amigo muy querido) que continúo, disciplinadamente, escribiendo de manera colaborativa, para medios locales y para éste, que me abrió generosamente sus puertas hace cerca de treinta años.

       Doña Caro también acompañó al Grupo de Amnistía Internacional (No. 21) de Pátzcuaro, en la década de los noventa, así como al Grupo de Mujeres Independientes que desde 1992 iniciamos la conmemoración pública del Día Internacional de la Mujer y que posteriormente conformaríamos el Centro de Promoción para la Equidad de Género “María Luisa Martínez”.

       Con este grupo, el 9 de octubre del año 2000, sabiendo que doña Carolina ya no estaría para nosotras al otro lado de la línea telefónica, como sucedió por más de su último año, reconocimos en su persona la actitud digna y responsable de quien no traiciona ideales, convicciones y principios… ejemplos que han acompañado el caminar de muchas mujeres que fueron “tocadas” por su generosidad, presencia y cercanía.