ECOS LATINOAMERICANOS: El positivismo y las ideologías en Latinoamérica

Río de Jaineiro, Brasil. (Foto: especial)

El día de hoy, 15 de noviembre, se cumplieron 133 años de la proclamación de la república en Brasil. En la señalada fecha, en el año de 1889, la familia real brasileña era desterrada del país y así los nuevos dirigentes políticos, en su gran mayoría militares, asumieron el control de la nación brasileña, que para aquellos momentos era en teoría una república.

El fin de la monarquía en Brasil no fue un proceso fortuito, hubo múltiples factores que operaron al respecto, el desgaste sociopolítico y económico gradual que tuvo el modelo monárquico, las consecuencias de la victoria brasileña en la guerra contra Paraguay, las reglas de sucesión de la corona, e incluso la abolición de la esclavitud. Este conjunto de factores se logró acumular en torno a la visión del positivismo sociopolítico que empezó a penetrar el subcontinente desde mediados del siglo XIX.

Justamente los militares brasileños que proclamaron la república lo hicieron bajo influencia de dicha visión política. Serían entonces el civilismo, la visión “científica” del desarrollo social y la “producción económica” los ejes que regirían a la nueva república. Incluso el lema actual de Brasil está inspirado en dicha doctrina: “Orden y Progreso”.

Ciertamente, el positivismo no fue exclusivo del Brasil de finales del siglo XIX, para aquel momento buena parte de las naciones latinoamericanas ya estaban aplicando políticas inspiradas en esta visión, México, Argentina, Chile, entre otros más, fueron países que con base en una adaptación local del positivismo liberal estabilizaron los rumbos, aunque fuera solo temporalmente, de sus estados quienes estuvieron bajo enorme inestabilidad política tras consumar sus independencias respectivas.

En teoría el positivismo se planteó como una visión ideológica para justificar y encauzar los procesos liberales-revolucionarios en la Europa de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, donde la legitimidad del absolutismo estaba siendo desplazada y en su lugar se instalaban regímenes que buscaban responder a los intereses de las nuevas clases sociales, particularmente la burguesía. Para lograr lo anterior era necesario edificar estados fuertes pero cuyo poder minimizará los abusos e impidiera que el absolutismo volviese, y al mismo tiempo garantizara tanto el orden público como la apertura comercial para permitir el desarrollo de nuevos mercados que eran alimentados por las crecientes industrias.

En Latinoamérica las cosas no ocurrieron de la misma forma. El positivismo llevado a la región por los grupos de políticos, tanto civiles como militares, no fue más que una burda imitación de lo que se había gestado en Europa. Las condiciones tanto políticas, como sociales y económicas eran muy distintas y por eso, la aplicación del positivismo en tierras latinoamericanos trajo consecuencias bastante diferentes a las planeadas.

A diferencia de Europa donde los estados-nación estaban ya concluyendo su proceso de consolidación y estabilidad política, e incluso donde algunos ya lo habían conseguido desde siglos anteriores, en Latinoamérica los nuevos estados aun batallaban por conseguir su propia formación e identidad nacional. Lo anterior fue un severo impedimento para construir instituciones políticas solidas que permitieran encauzar el conflicto de forma pacífica, tal como había ocurrido en EUA, lo cual favoreció la aparición de caudillos como reacción para tener una autoridad central que controlase los brotes de inestabilidad.

Fueron finalmente caudillos, liberales la mayoría de ellos, los que implantaron también el positivismo, sin embargo, en Latinoamérica no había una burguesía pujante interesada en tomar el poder por sus intereses, eran más bien los hacendados y terratenientes quienes ejercían el poder económico y no dudaron en adaptar a conveniencia el positivismo para asegurar el mantenimiento de sus intereses o inclusive incrementarlos.

El positivismo trajo estabilidad y permitió atraer la inversión de capital para lograr el ejercicio de actividades económicas que pudieran incorporar a las naciones latinoamericanas al mercado internacional. Sin embargo, la industria generada en la región por dicha doctrina no fue una de valor agregado como la gestada en Europa, sino una basada en exportación de materias primas, materias que finalmente eran trabajadas y transformadas en otros productos y luego revendidas a precio mucho mayor.

A su vez, al no tener una burguesía sino una clase terrateniente, la situación política tuvo repercusiones distintas. Fueron más bien militares y caudillos aliados con las oligarquías rurales, los que dominaron el campo político durante décadas, de las cuales la mayoría no tuvo intención alguna de mejorar la situación socioeconómica de las masas, especialmente de la clase campesina, que tras la llegada del positivismo había sido severamente afectada por la expansión de los grandes hacendados, y la nueva clase obrera que comenzaba lentamente a organizarse.

No había por lo tanto derechos laborales, por lo que muchas veces los autodenominados “científicos” tenían que recurrir al uso de las armas para aplacar las manifestaciones, huelgas y rebeliones. Finalmente, con el albor del siglo XX se gestaron movimientos que reaccionaron frente a esta situación tan compleja desencadenada por el positivismo. Algunos, como fue el caso de Argentina, lograron reformar gradualmente algunas circunstancias sociales, y otros como lo fueron México y Brasil recurrieron directamente a rebeliones armadas para cambiar la estructura política-económica heredada del positivismo, por nuevos proyectos que incluyeran a las masas y sus intereses en el plano político nacional.

Sea el caso que haya sido, y las consecuencias sociales, políticas y económicas respectivas que haya habido, la etapa positivista en Latinoamérica expone una valiosa lección que aún no se ha terminado de comprender en la región, y es que la importación ideológica nunca producirá las mismas consecuencias en un lugar donde las circunstancias sociopolíticas y económicas sean diferentes de donde se planteó dicha ideología. El positivismo es quizá uno de los casos más visibles en la historia del subcontinente, pero no ha sido la única visión ideológica que ha tratado de ser “copiada y pegada”.

No es propiamente que el liberalismo-positivista haya sido un concepto errado, sino que fue planteado para un contexto determinado, en este caso los eventos que se suscitaron en la Europa del siglo XVIII y XIX. Por lo tanto, si Latinoamérica quiere avanzar por su propio rumbo debe ir dejando de lado esa vieja costumbre de importar ideologías y, mejor empezar a producir sus propias visiones ideológicas.