Santa María de Guadalupe

Hace siete siglos en la provincia española de Extremadura se venera a la Virgen de Guadalupe, una Virgen negra tallada en madera de cedro, de estilo románico, cuyo origen data del siglo XII . (Foto: especial)

Resulta bastante extraño que todavía hoy día, muchos católicos en México ignoren que desde hace siete siglos, en la provincia española de Extremadura, se venera a la Virgen de Guadalupe, una Virgen negra tallada en madera de cedro, de estilo románico, cuyo origen data del siglo XII  y cuya imagen fue traída a la Nueva España por los primeros evangelizadores y que no sólo llegó a México, sino a toda América, donde existen muchos santuarios dedicados a Santa María de Guadalupe: en Perú, Colombia, Bolivia y Ecuador.  Precisamente, Cristóbal Colón, devoto de esta Virgen, visitaba el Monasterio edificado en la sierra de Villuercas, y en su honor le puso Guadalupe a una pequeña isla que descubrió en Las Antillas.

       Mi interés por el culto Mariano en tierras americanas, desde mis años adolescentes, me llevó a buscar cuanta información impresa se podía obtener en aquella época: artículos publicados en revistas y medios de circulación diversos, además de charlas con amistades (varias religiosas y sacerdotes, entre ellas), siempre con el afán de corroborar lo que en alguna ocasión escuché de un inolvidable maestro de historia en la escuela (religiosa, por cierto) donde cursé estudios secundarios.  Este maestro afirmó categórico que la Virgen de Guadalupe no sólo era venerada en México, sino también (y antes que en nuestra nación) en tierras españolas.

          En ese entonces, ya entendíamos el sincretismo creado a partir de la Conquista, que logró entremezclar algunos aspectos de los cultos prehispánicos y de la religión católica.  Y por supuesto que resultaba fácil suponer que las apariciones guadalupanas en el lugar de culto dedicado a la Tonantzin (“Nuestra Madre”, en la religión mexica), obedecían precisamente a una reafirmación de la otra conquista, la espiritual, en territorio mexicano… y qué mejor que la presencia en el lugar denominado Tepeyac (“nariz o punta de la sierra” en náhuatl), de una Virgen morena, como es la población originaria de estas tierras.

       De Tonantzin, se sabe que simbolizaba las fuerzas femeninas de la fertilidad y era una diosa muy bella, de falda y huipil blancos; negros cabellos trenzados a manera de dos cornezuelos, a cada lado de su cabeza.  Historiadores y cronistas del siglo XVIII mencionan que la mayoría de fieles que acudían al Tepeyac, ofrendaban flores, tamales, tortillas, pulque, chocolate y copal, que depositaban en el altar de Nuestra Señora de Guadalupe, a la que también llaman Tonantzin.

       “Es por ello -escribe Sonia Iglesias y Cabrera- que no ha de extrañarnos que, mucho antes de la invasión hispana, el concepto de la Diosa Madre protectora y venerada por los indígenas, se encontraba ya en la religión mexica.  En el mismo lugar que hoy conocemos como la Villa de Guadalupe… en la parte más alta del Cerro del Tepeyac”.

       Y en cuanto a la historia de la imagen de la Virgen de Guadalupe, me parece que fue luego de la lectura que hice de una de las obras de Eduardo Galeano (Memoria del Fuego), cuando obtuve el dato de que el culto provenía de Extremadura, España.  “Tierra de Conquistadores”.  Y la historia comienza en el siglo XII (casi dos siglos y medio antes de las apariciones del Tepeyac), cuando un humilde pastor vecino de Cáceres, en busca de una vaca extraviada, la encontró muerta a la orilla de un arroyo.  Intentando por lo menos obtener algo de la carne y piel del animal, con su cuchillo trazó una cruz sobre el vientre del semoviente y éste volvió a la vida.  El prodigio también da paso a la aparición de la Virgen María, que pide a Gil Cordero (nombre del pastor) buscar a clérigos de la localidad y hacerles desenterrar una imagen suya que se encontraba justo donde había muerto la vaca.  La imagen enterrada era una talla en madera de cedro de 59 centímetros de altura, rostro negro, sentada en un trono con su hijo en el regazo.  El arroyo mencionado, afluente del Río de Guadalupe (“río escondido”, en árabe), fue el lugar donde se erigió la primera ermita dedicada al culto mariano y pronto se convirtió en centro de peregrinación y a la virgen se le denominó la Virgen de Guadalupe.

       En algunas crónicas religiosas, se menciona que Cristóbal Colón y Hernán Cortés tenían veneración por esa Virgen de tierras moras.  Además, según lo escuché en una exposición y conferencia de arte sacro, en los siglos XI y XII, comenzaron a surgir en Europa una serie de imágenes que representaban vírgenes negras, seguramente empleadas durante la fallida evangelización de los árabes y otros pueblos del Oriente Medio.

       Para llegar al lugar donde se encuentra el Monasterio que resguarda la antiquísima imagen de la Virgen de Guadalupe en Extremadura, España, se tiene que atravesar, por una carretera sinuosa, casi la mitad de la Sierra de Villuercas, donde el paisaje de rocas afiladas sólo permite la presencia de olmos, olivos, escasos pastizales y rebaños de ovejas pastando.  Así lo describe un reportaje aparecido hace dos décadas, en conocido medio impreso.  “El enorme monasterio se distingue desde lejos por sus torres almenadas y sus gruesos muros de roca, levantado durante los siglos XIV y XV.  Sus interiores son suntuosos.  Fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1993.  Sus salones albergan ricas colecciones de libros de coro y ornamentos religiosos atiborrados de joyas.  Atesora también pinturas de renombrados artistas, como Zurbarán, El Greco, Francisco Goya y Rubens.”

       Los franciscanos que custodian el lugar, menciona el autor del reportaje, Rodrigo Vera, muestran con modesto orgullo a la venerada imagen de Santa María de Guadalupe, cubierta con ricos ropajes y sosteniendo un Niño Dios y un cetro de oro.  Virgen negra, de estilo románico, tallada por un autor anónimo, posiblemente en el siglo XII y que para evitar su profanación (durante la conquista árabe), la escultura estuvo enterrada cerca del Río de Guadalupe, hasta que la encontró el pastor Gil Cordero.

       El archivo del Monasterio de Guadalupe guarda varios testimonios sobre la relación del conquistador (Hernán Cortés) con la Virgen de Guadalupe.  Por ejemplo, el códice 90 se refiere a una visita que, en 1528, realizó Cortés al Monasterio.  Le llevó entonces varias ofrendas a la imagen, entre ellas un alacrán de oro, pues se dice que la Virgen lo salvó de un piquete de ese animal, como ya antes lo había salvado del percance de la llamada “Noche Triste”.  Hernán Cortés era oriundo de un poblado cercano al Monasterio: Medellín, en donde nació en 1485.  Desde su infancia, tuvo contacto directo con el extendido culto guadalupano.

       El reportaje de Rodrigo Vera (diciembre 2003), da cuenta de que cuando el Papa Juan Pablo II hizo una visita al Monasterio en noviembre de 1982, dijo que antes de haber ido a la Basílica del Tepeyac, debió haber acudido al Monasterio de Extremadura para comprender mejor la devoción mexicana.