Guadalupe Tonantzin

La devoción por Tonantzin Guadalupe, como también se llama a la virgen, aumenta, quizá, en los momentos adversos. | Fotografía: Archivo

“…ahora los antropólogos estudian la religiosidad popular para entender las identidades, práctica y comportamientos de comunidades… la religiosidad popular actualmente tiene una relevante importancia en las ciencias sociales, pues a través del estudio de las prácticas religiosas del pueblo se profundiza el conocimiento de las culturas”.  Estos fragmentos tomados de un artículo de Bernardo Barranco V. en conocido diario de circulación nacional, dan pie para traer a la memoria algo que yo documentaba hace dos lustros.

       En aquellos años y a partir de recientes “escándalos” propiciados por algunos jerarcas de la iglesia católica, que fueron “evidenciados” por medios informativos (nacionales e internacionales), haciéndolos responsables de la comercialización que estaban haciendo de la imagen mariana del Tepeyac, fue que logré recabar diversa y amplia información, logrando corroborar lo que en mis años de estudiante de nivel secundario, alguno de mis maestros afirmó categórico: “la Virgen de Guadalupe no sólo se venera en México, sino también (y antes que en nuestra joven nación) en tierras españolas.

       Ya para entonces, en los espacios familiares y por amistades que tenían estudios sociales y antropológicos, mis hermanos y yo entendíamos el “sincretismo” creado a partir de la Conquista y sabíamos que la Iglesia Católica supo entremezclar algunos aspectos de cultos prehispánicos y de la religión católica.  Así que las apariciones guadalupanas en el lugar de culto dedicado a Tonantzin (“Nuestra Madre”, en la religión mexica), obedecía precisamente a una reafirmación de la otra conquista, la espiritual, en territorio mexicano… y qué mejor que la presencia, en el lugar denominado Tepeyac (“nariz o punta de la sierra” en náhuatl) de una Virgen morena, como es la población originaria de estas tierras.

       De Tonantzin, se sabe que simbolizaba las fuerzas femeninas de la fertilidad y era una diosa muy bella; de falda y huipil blancos, negros cabellos trenzados a manera de dos cornezuelos a cada lado de su cabeza.  Historiadores y cronistas del siglo XVIII mencionan que la mayoría de fieles que acudían al Tepeyac, ofrendaban flores, tamales, tortillas, pulque, chocolate y copal, que depositaban en el altar de Nuestra Señora de Guadalupe, a la que también llaman Tonantzin.

       “Es por ello -escribe Sonia Iglesias y Cabrera- que no ha de extrañarnos que, mucho antes de la invasión hispana, el concepto de la Diosa Madre protectora y venerada por los indígenas, se encontraba ya en la religión mexica.  En el mismo lugar que hoy conocemos como la Villa de Guadalupe… en la parte más alta del Cerro del Tepeyac”.

       Y en cuanto a la historia de la imagen de la Virgen de Guadalupe, me parece que fue luego de la lectura que hice de una de las obras de Eduardo Galeano (Memoria del Fuego) cuando obtuve el dato de que el culto provenía de Extremadura, España: tierra de conquistadores.  Y la historia comienza a finales del siglo XIII (casi dos siglos y medio antes de las apariciones del Tepeyac), cuando un humilde pastor vecino de Cáceres, en busca de una vaca extraviada, la encontró muerte a la orilla de un arroyo.  Intentando por lo menos obtener algo de la carne y piel del animal, con su cuchillo trazó sobre el semoviente una cruz y éste volvió a la vida.  El prodigio también da paso a la aparición de la Virgen María, que pide a Gil Cordero (como se nombra al pastor) buscar a clérigos de la localidad y hacerles desenterrar una imagen suya que se encontraba justo donde había muerto la vaca.  La imagen que se encontró enterrada, era una talla en madera de cedro de 59 centímetros de altura, rostro negro, sentada en un trono, con su hijo en el regazo.  El arroyo mencionado, afluente del Río de Guadalupe (“río escondido” en árabe), fue el lugar donde se erigió la primera ermita dedicada al culto mariano, que pronto se convirtió en centro de peregrinación y a la imagen se le denominó la Virgen de Guadalupe.

       El culto a Nuestra Señora de Guadalupe llegó a México y al Continente, gracias a los primeros evangelizadores y también en algunas crónicas religiosas se menciona que Cristóbal Colón y Hernán Cortés tenían veneración por esa Virgen de tierras moras.  Además, según lo escuché en una exposición de arte sacro, en los siglos XI y XII, comenzaron a surgir en Europa una serie de imágenes que representaban vírgenes negras, seguramente empleadas durante la fallida evangelización de los árabes y otros pueblos del Oriente Medio.

       En toda América existe hoy día el culto guadalupano y santuarios dedicados a nuestra Virgen Morena, plasmada en un humilde ayate, se encuentran en Perú, Bolivia Colombia y Ecuador.  El Santuario Guadalupano, edificado en territorio de la antigua Tenochtitlan, es sin duda el más visitado por creyentes llegados de distintas latitudes.  No así el Monasterio franciscano donde se encuentra la antiquísima Virgen de Guadalupe.

       Para llegar a Extremadura, España, se tiene que atravesar, por una carretera sinuosa, casi la mitad de la sierra de Villuercas, donde el paisaje de rocas afiladas sólo permite la presencia de olmos, olivos, escasos pastizales y rebaños de ovejas pastando.  Así lo describe un reportaje en una revista española.  El enorme monasterio se distingue desde lejos por sus torres almenadas y sus gruesos muros de roca, levantado durante los siglos XIV y XV.  Sus interiores son suntuosos.  Fue declarado “Patrimonio de la Humanidad” por la UNESCO en 1993.  Sus salones albergan ricas colecciones de libros de coro y ornamentos religiosos atiborrados de joyas.  Atesora también pinturas de renombrados artistas, como Zurbarán, El Greco, Goya y Rubens.

       Los franciscanos que custodian el lugar, menciona el reportero Rodrigo Vera, muestran con modesto orgullo a la venerada imagen de Santa María de Guadalupe, cubierta de ricos ropajes y sosteniendo un Niño Dios y un cetro de oro.  Virgen negra, de estilo románico, cuyo origen, se menciona en algunos códices, se remonta al siglo primero del cristianismo.  Investigaciones posteriores indican, sin embargo, que un autor anónimo la talló en madera de cedro en el siglo XII y que para evitar su profanación (durante la conquista árabe) la escultura estuvo enterrada cerca del Río de Guadalupe, hasta que la encontró el pastor Gil Cordero.

       El mismo reportaje da cuenta de que cuando el Papa Juan Pablo II hizo una visita al Monasterio Extremeño en noviembre de 1982, dijo que antes de haber ido a la Basílica del Tepeyac en México, debió haber acudido al Monasterio de Extremadura, España, para comprender mejor la devoción mexicana.

       Porque en territorio mexicano… “mientras el culto y la moral están estrechamente controlados por las jerarquías religiosas, la fiesta es la forma perfecta a través de la cual el pueblo manifiesta su sensibilidad religiosa, más allá de los límites espaciales e institucionales fijados por la Iglesia y en contra de las prescripciones morales que ésta dicta”.  Cita Bernardo Barranco V.