Simulación

AMLO en la placha del Zócalo capitalino. (Foto: especial)

Caminando por una de las avenidas más bonitas de la Colonia Roma, del antiguo Distrito Federal y hoy pomposamente llamada Ciudad de México, de pronto me encontré de frente con mi amigo Roger, nos saludamos, intercambiamos números telefónicos con la promesa de comunicarnos a la brevedad posible y continuamos nuestro camino. Al parecer ambos teníamos prisa por llegar a nuestros respectivos trabajos. Hacía algún tiempo que no sabía de su existencia. Las grandes ciudades limitan la convivencia con las amistades. Aquel encuentro fue fortuito. Es difícil encontrarse con conocidos al transitar por las grandes selvas de cemento del Siglo XXI.

En la primera oportunidad que tuve, no dudé en llamarle por teléfono, del otro lado de la línea, una voz femenina con mucha amabilidad me respondió que sería un gusto comunicarme con mi amigo, después de haberme solicitado mis generales y enterarse del motivo de mi llamada.

–El licenciado Pérez se encuentra muy ocupado, está en una reunión con el Sr. Director y no sé hasta cuando se desocupe, pero, si gusta dejarle algún recado, yo con mucho gusto se lo daré.

­–Muchas gracias, señorita, sólo dígale que le llamé para saludarlo y que cuando pueda se comunique con un servidor.

Pasados unos minutos, mi amigo Roger me regresó la llamada. Se le notaba apenado. No encontraba palabras para decirme que sentía el no haberme podido atender. Quedamos de desayunar al día siguiente, en Sanborns de la Fragua, donde por aquella época, se reunía la clase política mexicana de alcurnia, esos afortunados descendientes de quienes le arrebataron el poder al dictador Porfirio Díaz. Puntualmente acudimos a la cita, como estaba programada, sentados a la mesa, nos pusimos al corriente de nuestras vidas.

Contaba que recién lo habían nombrado subdirector en una de las direcciones generales más importantes de una de las muchas Secretarias del Ejecutivo Federal y me ofreció incorporarme al área administrativa de su competencia. Platicaba que el trabajo que estaba haciendo era muy interesante y que se trataba de un programa de desarrollo integral, para implementarlo en algunas regiones del país, con el propósito de sacar de la marginación y de la pobreza a todas las gentes que habitan en esos lugares, a lo largo y ancho del Territorio Nacional y en donde desde hacía décadas esperaban la justicia social, promesa sexenal, que nunca llegaba.

Lo escuché atento. Me pareció interesante el trabajo que estaba realizando, a sabiendas de que se sentía poco probable que se implementara. No veía ninguna rentabilidad política para la administración del gobierno en turno, en desterrar de la marginación a las clases desfavorecidas, pero me reserve mis comentarios para no desanimarlo en lo que con pasión estaba haciendo.

Teniendo voz de profeta, a los pocos días nos volvimos a encontrar. Platicamos ampliamente, teníamos todo el tiempo de nuestra parte, no había pendiente por atender.

Con lujo de detalle me contó, que, a los pocos días de aquel desayuno, terminaron de elaborar el mencionado programa de desarrollo. El director general, su jefe inmediato, lo había invitado a que lo acompañase a la presentación que se haría ante el señor secretario y otros funcionarios de alto rango. Sería una exposición ejecutiva en privado, en la sala de juntas de las oficinas del Secretario. Continuaba narrando que la reunión se desarrolló tal y como estaba prevista, sin incidente aparente alguno. Los presentes estuvieron atentos a la exposición que hizo el director general. “Incluso al secretario se le veía animado”. Me dijo. O eso pensaba. 

­–Al terminar todos esperábamos las acostumbradas felicitaciones que se reciben después de un arduo trabajo realizado durante meses ­–comentó­–. Sin embargo ­–continuó diciéndome– de un momento a otro, todo fue confusión y desconcierto en aquel elegante espacio, al escuchar las palabras que el señor secretario, expreso, enfocando su mirada sobre el rostro de mi jefe. “Mira Ingeniero, yo te invité para que me ayudaras a sacar mi trabajo, no para que vinieras a complicármelo, que no te das cuenta de que estamos para administrar los problemas, no para resolverlos. Te pido que me presentes tu renuncia y que tengas buena suerte”.

–¡Quede estupefacto! –suspiró–. Desde entonces estoy buscando trabajo, ya que también renuncie en solidaridad con mi amigo y ni siquiera él, ha podido encontrar reacomodo en alguna otra secretaria, a pesar de contar con una inigualable preparación académica certificada.

Reflexionando sobre lo acaecido no pude más que expresarle mi alivió.

­–A tu exdirector le ha salido barata la renuncia. Sé de otro caso en que, a un director general, no sólo le pidieron la renuncia, sino que antes de eso le propinaron una paliza los “guaruras” de su jefe, que también fungía como Secretario del Gobierno Federal, por haberse negado a realizar algunos actos de corrupción que les dejarían unos buenos dividendos.

Ante esta historia, queda la reflexión personal, por lo experimentado, leído, escuchado, visto y oído en mis años profesionales, las administraciones de gobierno en turno, simulan resolver los problemas de la población, principalmente de los pobres y miserables.

Al parecer todo es simulación y engaño. Se simula proporcionar una educación gratuita, de excelencia y con equidad; se simula remunerar dignamente a los trabajadores de la educación; se simula pagar pensiones justas; se simula combatir la corrupción, la impunidad y la delincuencia; se simula sancionar a los que han robado y siguen robando al pueblo; se simula administrar la hacienda pública con austeridad republicana; se simula atención médica gratuita y de calidad; se simula la protección del medio ambiente; se simula el combate a la inflación y hasta se simula estar transformando la vida nacional, si le seguimos tal parece estamos formando una sociedad de simuladores con la presencia de gobiernos corruptos.

Esa preocupación, por atender las demandas más sentidas de la población, sólo se renueva entre los más necesitados, cada tres años, durante los meses que duran las campañas político-electoral, para algún cargo de elección popular, con la entrega de algunas dadivas a las personas susceptibles de votar. Así sucesivamente, se sigue simulando, que se cumple con el mandato constitucional de democracia con paz y justicia social.