Recordando al gran cronopio

Hay quien considera a Julio Cortázar heredero de Edgar Allan Poe. | Fotografía: Télam.

       Cada vez que ocurren cosas tan sorprendentemente absurdas en la realidad mundial, nacional o local, no puede una dejar de traer a la mente aquellas Historias de Cronopios y de Famas, que de manera magistral narrara Julio Cortázar, allá por los años 70.  Luego de leer este libro, resultaba inevitable ir por la vida reconociendo a nuestro alrededor a quienes, sin saberlo, son “esperanzas”, “famas” o “cronopios”… resultando éstos últimos, personajes bastante sorprendentes y divertidos.

       Julio Cortázar fue un hombre mágico (gran cronopio, utilizando su propia definición).  De padres argentinos, nació en Bruselas, Bélgica, el 16 de agosto de 1915.  A 108 años desde su natalicio y 39 después de su ausencia física, se impone recordarle con insistencia como escritor, poeta e intenso defensor de los derechos humanos.

       Autor de libros tan leídos como Rayuela, Final del Juego, El Libro de Manuel, Los Autonautas de la Cosmopista, Bestiario, etcétera, Cortázar vivió en el exilio autoimpuesto durante 30 años, en absoluta oposición hacia el régimen militar que imperaba en Argentina.  En Francia dedicó gran parte de sus últimos años a la actividad política a favor de la izquierda latinoamericana; creía posible combinar esa acción con una literatura de alta calidad, donde lo fantástico, el absurdo y el humor jugaban papel fundamental.

       Como defensor de los derechos humanos, Cortázar fue un activo militante contra el régimen militar argentino.  Su naturaleza de escritor se impuso hasta el final a su credo militante, pero la primera jamás traicionó al segundo.

       Tal vez uno de los más brillantes éxitos de Cortázar en sus últimos años (murió de leucemia en 1984), fue sin duda el haber elevado el relato político al más alto nivel del relato fantástico, ya fuera con el relato en el que describe el mecanismo de una administración argentina encargada de alimentar con desaparecidos las fosas comunes, o con el que evoca el Apocalipsis de una comunidad aborigen del Lago de Nicaragua bajo Somoza, o relatando las maniobras de los agentes secretos estadounidenses en Cuba; Cortázar lleva la violencia fanática a dimensiones alucinantes.

       “La revolución -una vez afirmó-, no se hace con abejas u hormigas; se hace con hombres.  Si los hombres siguen defendiendo posiciones cerradas o sectarias sobre lo que es bueno o malo, no son revolucionarios”.  Para Cortázar, el problema de todo intelectual estribaba en la responsabilidad capaz de crear una convergencia equilibrada entre la vocación de escritor y hacer una literatura rigurosa.

       A Julio le apasionaba el jazz.  También le gustaban otros tipos de música, como el tango; incluso escribió letras para tangos, que fueron musicalizadas en París.  Y del mismo modo que varios directores de cine hicieron películas de sus relatos, algunos músicos se inspiraron en los textos de Cortázar para las letras de sus canciones.  Por ejemplo, el dominicano Juan Luis Guerra reconoció que su tema “Bachata Rosa” surgió de la lectura de uno de los capítulos de Rayuela.

       Ernesto Cardenal -el poeta nicaragüense, calificó a Julio Cortázar como “lo más valioso y puro que ha producido América Latina”.  Y el paisano Javier Molina (crítico de arte), agregaría: “El Che Guevara y Julio Cortázar son dos argentinos que dieron la vuelta al día en 80 mundos.  Señas particulares: cronopios, artistas, personas comunes y corrientes, vino y tabaco, trabajo en la calle, amantes de ubérrimos, libérrimos, ínclitos, señores, vagos, ambulantes, escritores, guerrilleros, desvelados.  Combatientes”.  También podemos agregar, que Julio fue un hombre humilde en su grandeza, en sus escritos y en la acción. 

       Maestro indiscutible del cuento fantástico, enorme novelista, poeta y fabulista nada despreciable, Julio Cortázar marcó indeleblemente la vocación lectora de muchxs adolescentes de mi generación, quienes le recordamos con afecto en veranos inusuales como éste.

              La literatura de Julio Cortázar nos llevó a entender que “existen distintos mundos en este mundo”; que “en un mismo instante la Maga puede encontrarse cantando Schumann

 y alguien más cantará o bailará la Bachata Rosa de Juan Luis Guerra y que resulta necesario cultivar una rosa blanca en julio como en enero.  Habrá quienes al decir “Cortázar” se acompañarán de música de jazz o tango con un vaso de Whisky con agua de lluvia, trayendo, como intercesores involuntarios a Keith Jarret, Charlie Parker, Beethoven, Miles Davies o el mismo Satchmo”, a decir de Javier Molina.

       Luego de la muerte de Carol Dunlop (su última compañera de viaje), Julio escribió reflexivo: “Lector, tal vez ya lo sabes.  Julio, el lobo, termina y ordena solo este libro que fue vivido y escrito por la Osita (Carol) y por él, como un pianista toca una sonata; las manos unidas en una sola búsqueda de ritmo y melodía… A ella le debo, como le debo lo mejor de mis últimos años, terminar solo este relato… comprendimos sin palabras que acaso habíamos cumplido ese viaje obedeciendo sin saberlo a una búsqueda interior que luego tendría diferentes nombres en los labios de nuestros amigos.  Y que todo eso se había dado, precisamente, porque no lo habíamos pensado, ni buscado, ni propuesto, porque el amor y la alegría nos colmaban demasiado para dejar paso a una ansiedad

de búsqueda.  Nos habíamos encontrado a nosotros mismos y eso era nuestro Graal sobre la tierra”.

       Hay quien considera a Julio Cortázar heredero de Edgar Allan Poe.  Yo simplemente pienso que me resulta verdaderamente triste no encontrar jóvenes que se apasionen por lecturas que nos llevan a entender mejor nuestra realidad… para transformarla, obviamente.

       Este agosto cuyas lluvias se escurren entre los dedos o se desvanecen rápidas sin humedecer lo suficiente el suelo, resulta propicio para festejar, a manera de los famas o de los cronopios, o de las esperanzas, el nacimiento de Julio, quien decía: “Cuando los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman de tal manera, que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y ciclistas…”.