Ciro Jaimes: Sobrevivir a la desaparición forzada

Presentará un libro sobre su testimonio de lucha en el marco del Día Internacional del Detenido Desaparecido.

Portada de la obra que se presentará | Fotografía: Omar Ángel Chávez.

Morelia, Mich.- La historia de Ciro Jaimes Cienfuegos es la de quien busca, en el canto de los pájaros, la posibilidad de transformar un relato de tortura en uno de esperanza de vida para las víctimas directas e indirectas de desaparición forzada.

Sentado en un sillón cubierto con una tela de fondo negro y rayas de colores que recuerdan un rebozo, debajo de un amplio tragaluz que torna cálidos incluso sus gestos más desencajados, Ciro narra cómo escribió el testimonio que, editado con sus propios medios a manera de libro, presentará en el marco del Día Internacional del Detenido Desaparecido.

Compartiendo una experiencia de vida, de lucha social y de sobrevivencia personal en la desaparición forzada es un esfuerzo autobiográfico concretado de manera independiente, a pesar de las dificultades que conlleva revivir el origen del trauma físico y psicológico, bajo la consigna del deber moral.

“Ocultarlo te vuelve cómplice de lo que no dices”, sentencia con voz lapidaria en un momento de la entrevista; “¿hice bien o hice mal?”, se pregunta en otro, agregando, por lo demás, que está preparado para lo que pueda implicar la publicación.

Ciro conoce de toda la vida las violencias estructurales que empiezan con la pobreza y terminan con la lucha social. Aunque fue hasta después cuando conocería el concepto, relata que fue a los once años cuando apareció en él la noción de persecución: su tío, Epifanio Avilés Rojas, es el primer caso documentado de desaparición forzada en México.

Con su mirada, su voz y sus brazos, más que con sus palabras, Jaimes Cienfuegos cuenta cómo terminó metido “en el ajo” del movimiento estudiantil de los años 70, incluso antes de que se diera cuenta de ello.

“No era parte de la estructura”, insiste, refiriéndose al Partido de los Pobres (PDLP), fundado por Lucio Cabañas Barrientos, a quien nunca conoció; sin embargo, en aquel entonces –recuerda– ser estudiante era sinónimo de “malandro”, “subversivo”, “guerrillero”, aunque afirma nunca haber compartido la vía armada.

Leyó a Marx y acudía eventualmente a manifestaciones haciendo labor propagandística en pro de la democracia, pero nunca creyó que una noche, saliendo de casa de su padre, luego de un círculo de estudio en la escuela, sería “levantado” (término en desuso por colectivos de defensa de derechos humanos) y detenido en una cárcel clandestina subterránea en Acapulco, resguardada por militares, donde permaneció en desaparición forzada entre el 14 de noviembre de 1979 y el 12 de febrero de 1980.

La tortura iba más allá de los golpes, era también el hacinamiento, la comida fría y podrida, aquel ruido que reproducían todo el día para aturdir a los detenidos; dice haber corrido “con suerte” por haber recibido menos impactos físicos que psicológicos, a diferencia de otros.

En las madrugadas los uniformados –entre los cuales habría estado el propio Mario Arturo Acosta Chaparro Escápite, militar que participó en la llamada “Guerra Sucia” en México– formaban a los detenidos en “fila india”, haciéndolos pasar de uno en uno para ser torturados; después de unas tres horas, calcula Ciro, a los que no alcanzaban los regresaban a sus celdas adelantándoles que “mañana les toca”. “Una ganancia”, afirma en retrospectiva.

Ahonda en los detalles de ese centro de tortura y exterminio hablando en presente, como si al relatarlo lo estuviera volviendo a vivir; en su discurso se asoman constantemente las fantasías de lo que habría podido pasar distinto si hubiera hecho esto o aquello, si las circunstancias hubieran sido otras.

La luz cálida comienza a tornarse fría y los truenos interrumpen su narración: “¿Es el cielo? Ya ves que ahora hay drones…”, sonríe.

Ciro retoma el hilo, recordando que las reglas de esa cárcel clandestina en donde estuvo privado de su libertad establecían que “ya no salía con vida aquel al que le quitaban la venda de los ojos”; a él se la quitaron después de unas cuantas semanas, sin embargo, nunca delató.

“Mejor que me jodan a mí que a los otros”, dice en voz alta, como si todavía estuviera convenciéndose de ello. Pausa y concluye: “Creo que hice lo correcto”.

La fuga
Según lo que se lee en su libro, fue la mañana del 12 de febrero de 1980, a eso de las 5:30, cuando Ciro se percató de que su celda “tenía el candado puesto, pero abierto”.

Días antes había hecho una observación: “En el techo de asbesto, a la altura de mi celda había un pequeño agujero, por donde pasaba un rayo de luz natural, cuando era de día, incluso algunas aves nos visitaban, y cantaban al borde de ese agujero”.

Pese a la advertencia de su compañero de detención, quien le dijo que era una trampa para matarlo, abrió la llave del agua de la celda para no escucharse en el intento y, a pesar de su ya precario estado de salud, se arriesgó.

Recordando a la distancia los detalles arquitectónicos del edificio, calcula que la maniobra debió haber durado un total de diez minutos, cinco en lo que pudo escurrirse por el agujero para subir al techo de su celda, cinco en lo que salió del lugar, comenzó a correr en la calle y alcanzó un taxi que pasaba por allí.

“¿A dónde va?”, le preguntó el chofer cuando se acercó, un hombre que por “milagro” era conocido suyo. “A donde usted vaya”, respondió Ciro.

Desde entonces, confiesa, ha sido muy complicado para él sentarse a escribir el relato de sobrevivencia que hoy, finalmente, comparte al público, un logro que lo hace sentir satisfecho y realizado: “Me sentía obligado a dar un testimonio, porque hay gente padeciendo algo similar”.

Ciro Jaimes Cienfuegos concluye su relato dejando claro que con su libro pretende dar cuenta de su historia de lucha para reivindicar que “nuestra causa”, la democratización del país, “es una causa justa”, así como enviar un mensaje de “esperanza de vida” a quienes, directa o indirectamente, viven la desaparición forzada en México.

El libro será presentado este día a las 10:00 horas en el Café del Prado, colonia Centro Histórico; el evento fue convocado por el Comité de Familiares de Personas Detenidas Desaparecidas en México (Cofaddem) en Michoacán “Alzando voces”.