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Dos de octubre no se olvida

El poder no podía ser cuestionado, y en 1968, la sociedad civil en su conjunto lo cuestionó.

Los recuerdos se me amontonan a flor de piel, hace 55 años el pueblo de México libro batallas, con la razón y el espíritu como única arma.

Yo no recuerdo solo la injusta, cruel, e impune matanza del 2 de octubre, yo recuerdo la valentía, la alegría, la capacidad de organización, la capacidad de cuestionar al sistema, cuestionábamos al   presidente, la corrupción, el entreguismo, la violencia, la intolerancia, la mentira y la impunidad en todos los ámbitos.

Recuerdo la ilusión en la mirada, la sonrisa en los labios, las consignas, el boteo, el volanteo, el apoyo incondicional de la sociedad civil. Recuerdo las multitudinarias marchas, el silencio, la rabia de nuestro pueblo por tanta y tanta injusticia.

Que en la memoria colectiva quede el recuerdo de lo que somos capaces, de la valentía, de nuestra capacidad de unión en torno a las grandes causas de nuestro pueblo.

Intentan hoy día, que el miedo se adueñe de las mentes, intentan acabar con la capacidad de protesta, de unidad.  De la alegría de saberse uno con todos.

En ese entonces tenía yo 14 años, asistí a casi todas las manifestaciones. La que nunca olvidaré, es la marcha del silencio, la cual partió del Museo de Antropología hacia el Zócalo, los miles de pisadas fuertes y decididas, se hicieron una con el latir del corazón de la patria.

Se camino una de las vías más sagradas desde la prehispanidad: el Paseo de la Reforma. Al llegar al Zócalo se empezaron a escuchar las campanas de Catedral. ¡Cuanto dijo el silencio!

Éramos miles en completo silencio, con los brazos entrelazados, en firme unidad. Muchos tomaron la decisión de quedarse ahí, hasta ser escuchados por el presidente. Pero en vez de ser escuchados, llegaron tanques del ejército a sacarlos.

Una de las principales demandas del movimiento era precisamente la de un diálogo público entre representantes del Movimiento y representantes del Gobierno.

El poder no podía ser cuestionado, y en 1968, la sociedad civil en su conjunto lo cuestionó.

Se quería un país con libertad de pensamiento, con democracia, con justicia, sin desigualdad, sin violencia.

No es mi intención realizar un análisis, sino simplemente exponer por qué no se olvida, ni debe olvidarse el 2 de octubre. Día en que el poder se manifestó con toda su fuerza.

Recuerdo como intentando limpiarse, se decía iban a investigar hasta esclarecer quien había sido el ejecutor de la matanza.

Para mí fue el poder, que, utilizando los diversos aparatos de estado, incluido el presidente, vio el peligro de ser aniquilado, y aniquiló.

El dos de octubre de 1968, acaeció una de las matanzas más cruentas de la historia de México.  Fueron asesinados miles de civiles desde el aire, desde los edificios de Tlaltelolco, que apuntaban hacia la plaza de las tres culturas.

Había mujeres, niños, bebes, hombres, obreros, profesionistas, campesinos, estudiantes, ancianos, todos desarmados, solo con la razón de su lado. Seguramente por eso, poder disparo a mansalva. Tras la matanza recogieron los cuerpos para no dejar huellas de su crimen.

Miles de cadáveres fueron lanzados al mar desde aviones y helicópteros, muchos más fueron incinerados y/o lanzados a fosas clandestinas.

Muchas personas se refieren al 2 de octubre como el movimiento estudiantil, si bien en un principio del movimiento así fue, la sociedad civil al ver y escuchar sus demandas, se les unió.

Amas de casa, obreros, sindicatos enteros, profesores, grupos de campesinos, indígenas, la mayoría de la población compartía los anhelos de una verdadera democracia, de un país con justicia, con libertad de pensamiento, de elección. Un país soberano, independiente, sin desigualdad.

Recuerdo perfecto esos días de ebullición de ideas, de cantos, de brigadas en toda la ciudad informando, externando, compartiendo los ideales. Igualmente recuerdo la dolorosa intervención del ejército en la UNAM, ejerciendo violencia. En mi mente y corazón están muchos recuerdos, fui testigo de muchos aconteceres.

En Tlaltelolco el poder mató a miles, intentando acabar con la valentía de salir a las calles a protestar por las injusticias.

Pero no mataron los ideales.

las fuerzas de seguridad cometieron enormes delitos; torturaron, mataron, violaron, desparecieron, El poder intento engañar, tapar sus delitos ante la opinión pública con mil justificaciones, pero no lo logró.

Pasaron años para volver a salir, pero las calles volvieron a sentir nuestros pasos, nuestra determinación a lograr que en este país impere la justicia, la igualdad, sean respetados nuestros derechos y sobre todo nunca sea silenciada la palabra.

Nuestro pueblo se caracteriza por su creatividad, por su capacidad de expresión. Desde la época prehispánica la palabra florida es la más preciada.

La palabra que deja semilla, la palabra del corazón, la palabra de la razón, de la verdad.

La sabiduría y sensibilidad de los pueblos originarios, ha sido olvidada. La inconciencia y la intolerancia se apodera de las mentes. Mediante la violencia intentan silenciar la palabra.

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