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No hay olvido

En 1968, México fue joven y nos hizo jóvenes a todos. | Fotografía: Procine

Bien dice Paco Ignacio Taibo II: los pasados sexenios gubernamentales, “despojaron de contenido la narración de la historia de México; la redujeron a fechas que había que memorizar”.  Y, sin embargo, gracias a gente como él y tantxs más que ejercen el oficio de escribir con veracidad, hoy día, a 55 años de aquel 2 de octubre, crece el número de quienes tenemos presentes tantos acontecimientos que empañan la imagen de la Patria digna, justa, libre y soberana que deseamos construir y habitar.

       Aquel otoño de 1968, yo me recuerdo con el carácter difícil de toda adolescente, pero, además, “consternada y rabiosa”, como bien lo definía Benedetti en lecturas posteriores.  Me resultaba extraño que, a diferencia de muchas de mis contemporáneas, que fingían indiferencia ante lo que se conocía, yo me empeñara en señalar que, en ese año, en los inicios del mes de octubre, se hubiera cometido un abominable acto de represión por parte del gobierno federal contra un movimiento inicialmente estudiantil.  Movimiento que, en los meses posteriores, pudimos darnos cuenta de que congregó a muchos estamentos organizados de la clase trabajadora en el país: el México del espectáculo, el México que seguramente desde lustros anteriores ya tenía gobiernos sujetos a los intereses económicos y políticos de empresas extranjeras.  Así eran mis reflexiones y tribulaciones.

       ¿Sería entonces que conocí la frase, atribuida a no sé quién, que dice: “Si quieres tiempos felices… no analices, muchacha, ¿no analices”?  Obviamente, la hice a un lado y me atreví a vivir con entereza mis circunstancias.  Esto significó: ser criticada por cómo vestía, por lo que pensaba, por lo que leía… y lo más grave: por lo que decía. 

      En casa se comentaba, con una consternación poco habitual, de todo lo que había antecedido a la feroz represión en la Plaza de las Tres Culturas, de la que sólo daban cuenta pocos medios informativos (entre ellos la revista ¡Siempre!).  Algo se percibía en el ambiente, que, en lugares de provincia como el nuestro, y a pesar de todo el despliegue ofrecido por los medios de comunicación de la época (al servicio, o bajo control del Estado), que privilegiaban lo que se esperaba fuese una de las mejores “fiestas del deporte” (las Olimpiadas 1968) en territorio americano y ocultaban las atrocidades y crímenes cometidos por el Ejército, en contra de estudiantes y pueblo sin distingo de edades.

       La imagen que se tenía del país, apacible y próspera, se rompió al quedar al descubierto, con la movilización y descontento de universitarios, la exasperación popular ante una crisis económica reflejada en ese entonces en los bajísimos salarios y la ausencia de prestaciones laborales elementales (como la de seguridad en el trabajo) aún dentro de sindicatos fuertes y combativos; el abandono de los apoyos para el campo (asignatura todavía pendiente); el crecimiento anárquico en las ciudades y la persecución y asesinato de líderes del campo y de la ciudad… en fin, problemas a los que no se les ha dado desde entonces la atención adecuada y más bien se han venido agudizando desde la firma del Tratado de Libre Comercio, causando enojo entre la sociedad informada y sobre todo cuando actos de corrupción se ocultan con espectáculos insulsos.

       También recuerdo, pasados estos 55 años, que algunas de nuestras amistades familiares, egresadxs de la Universidad Michoacana y que para entonces ya como profesionistas se desempeñaban como docentes dentro y fuera del Estado, contaban, entre anécdota y anécdota, cómo esta casa de estudios también había sido vulnerada en su autonomía durante los años 60 (1963-65), tomando el gobierno el control de ella, mediante la intromisión del Ejército, que ocupó sus instalaciones, cerrando las escuelas de humanidades (esas que dan pauta al análisis y al pensamiento crítico), encarcelando a varios maestros y alumnos que habían hecho frente a esta invasión-represión que costó la vida a dos valerosos estudiantes.  ¿El delito?  La Universidad, surgida para educar a hombres y mujeres libres, bien pensantes y de ideales libertarios, al servicio de su Patria (como Hidalgo y Morelos), fue acusada de albergar en sus aulas y promover en sus planes de estudio ideas socialistas… cosa nada buena para gobiernos autoritarios y al servicio del gran capital, como era el caso en Michoacán.  Y es en esa época que se crea la Junta de Gobierno… para que nada ni nadie salga del control.

       Además, quienes teníamos interés en conocer la historia de los movimientos sociales en el mundo, también sabíamos de la rebeldía del estudiantado universitario en países europeos, como Francia, donde se acuñó la frase: “Ser joven y no ser revolucionario, resulta una contradicción”.  Para mí resultó, más que una consigna, una especie de “mantra”.

       Cuánto dolor trajo a nuestros jóvenes corazones el 2 de octubre de 1968.  Que si por primera vez una mujer encendía el “fuego Olímpico”, que estaban “divinos” los uniformes de edecanes nacionales, que la pirotecnia estuvo “nunca vista” y que la transmisión de la Olimpiada resultó “una maravilla en cuanto al raiting alcanzado”… Yo sólo recuerdo las imágenes de jóvenes, casi niños, cuyos cadáveres eran apilados y custodiados por soldados de rasgos indígenas.  Y empecé a leer los textos de Oriana Falacci, de un joven Carlos Monsiváis, de una periodista que con toda candidez metía en problemas a sus entrevistados (Elena Poniatowska)… y conocí (a la distancia) a tantos jóvenes valientes, dignos y de ideas claras, que realmente eran portadores de una formación universitaria.  Pero igual empezaron a surgir notas sobre tanta gente “desaparecida”.

       En su libro “Fuerte es el Silencio”, Elena Poniatowska escribe: “Si José Revueltas se equivocó al creer que el gobierno no lograría detener al movimiento estudiantil, no se equivocó al pensar que era el más enloquecido ejemplo de pureza que nos sería dado presenciar.  Su mayor acierto, en sus últimos años, es haber participado en él; lo es también de Heberto Castillo y de otros maestros que se unieron a los jóvenes.  Ellos tenían razón como la tuvo don Pablo González Casanova, el rector de la UNAM, al enfrentarse al gobierno.  Los que sobrevivieron al 2 de octubre, a la cárcel, al exilio, le dieron un sentido a su vida que otros no tienen.  Cuando veo a González de Alba, a Álvarez Garín, a Guevara Niebla, al Pino, al Búho, pienso que detrás de ellos caminan cientos de miles de manifestantes, los que protestaron, los que se la jugaron; sé que ellos eran distintos antes del 68; sé que aquel año escindió su vida, como escindió la de muchos mexicanos…  En 1968, México fu joven y nos hizo jóvenes a todos”.

       Hoy afirmamos que acontecimientos como el del 2 de octubre, no han quedado en el olvido.  La verdad sobre Tlatelolco es conocida: quien actuó contra los estudiantes y la gente que se encontraba en el mítin, o que sencillamente pasaba por el lugar, fue el Ejército, con tropa uniformada y con el Batallón Olimpia disfrazado de civil.  Pero lo que no se ha podido esclarecer, es la cantidad de muertos que hubo, porque el mismo ejército se encargó de “limpiar” el lugar.

       De don Manuel Marcué Pardiñas tomo la cita: “De muchos, nadie sabe dónde están ahora; no tienen tumba, están dispersos en las raíces de la patria…”  como los 43 normalistas de Ayotzinapa.  Por ellos y tantos más, no hay olvido.

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