Son las flores…

“Como una pintura nos iremos borrando. Como una flor, nos iremos secando aquí sobre la tierra”. (Nezahualcoyotl).

Son las flores del y de la dadora de vida, las que alegran el camino. | Fotografía: cortesía Xuchitl Vázquez

“Se da comienzo, son elevadas las flores, se yerguen en el lugar de los atabales, se entretejen las flores. Doy contento a los que vienen, de la casa de los jades, en la estera de las flores, en ella habla riéndose el cantor”. (cantares mexicanos, Miguel León Portilla)

Se pintan los campos, las ciudades, las calles, las casas, los panteones, del naranja cálido de las flores de Cempaxuchitl, del morado casi rosa mexicano, las flores abren los caminos a las almas que vienen a acompañarnos estos días.

Miles de coloridos papeles picados les saludan a través del viento. Cuanta alegría sentirles, platicar con ellos sin verlos, pero sabiendo escuchan nuestros corazones.

La vida y la muerte se unen de la mano estos días. Porque sin duda al ofrendar a la muerte se celebra la vida.

Ofrendar a los muertos en las culturas indígenas se asocia con la época agrícola, se pide para tener buenas cosechas.  El ciclo de vida y muerte se unen con la siembra, luego la cosecha, la recolección y la época de secas; el ciclo de vida y muerte a lo largo de los años, está presente en todas las culturas desde tiempos ancestrales.

El festejo del Día de Muertos es una de las celebraciones más esperadas por los mexicanos, sobre todo por la colocación de las ofrendas para los difuntos, que se caracterizan por los colores, olores y hasta los sabores ancestrales.

Las festividades celebradas por un pueblo dicen mucho de él, de su esencia. Los días primero y dos de noviembre, son ejemplos fehacientes de la espiritualidad, defensa y preservación de nuestra identidad, por parte de las comunidades indígenas.

La festividad de día de muertos se remonta a la época prehispánica. No duraba solo unos días, sino todo un mes, y estaba estrechamente ligada a la cosmovisión indígena, de la trascendencia del alma.

Esto es; que, al morir el cuerpo, no muere el alma, esta permanece. Solo viaja a otros planos, a otras dimensiones. De ahí las puertas elaboradas y rodeadas de Cempaxuchitl. El significado es muy profundo.

Los rituales que celebran la vida de los ancestros se realizan por lo menos desde hace tres mil años. Las festividades dedicadas a los muertos se conmemoraban el noveno mes del calendario solar mexica, cerca del inicio de agosto, y se celebraba durante un mes completo.  Eran presididas por la diosa Mictecacíhuatl, esposa de Mictlantecuhtli, Señor de la tierra de los muertos. Las festividades eran dedicadas a los niños y adultos fallecidos.

En el mundo prehispánico, se mantenían lazos rituales continuos con los difuntos.  Los cuales continuaban estando presentes en los actos importantes de la comunidad. Se invocaban para la siembra, la cacería o la guerra, se convocaban en el contexto de ritos, y se evocaban para distintos acontecimientos sociales como los nacimientos, matrimonios, etc. Seguían participando espiritualmente de manera activa en la vida del grupo. Eran a su vez objetos de veneración y de culto por parte de la familia, del calpulli, de la nación entera.

 Los españoles, no entendían la profundidad de la cosmovisión indígena, concebían estas festividades como acto pagano. Por eso es que me atrevo a aseverar que la festividad del Día de Muertos es un acto de resistencia.  Basta imaginar la persecución, tortura y hasta muerte que propinaban los españoles a quienes defendían y preservaban su identidad y cosmovisión.

El día de muertos, es una muestra de la gran espiritualidad de los mexicanos, de la grandeza de su alma.  De su amor por la madre tierra, y su enorme agradecimiento por lo que nos legaron los que ya no están físicamente con nosotros. Por lo que sembraron y nosotros cosechamos su alma logra trascender a la muerte misma.

Hay muchas similitudes respecto a la creencia de que vienen a visitarnos las almas en estos días, en todas las culturas.

La creencia de que los muertos están presentes en la vida de los vivos coincide en lo fundamental en todas las culturas del orbe.

En México, tras la “conquista”, se hicieron coincidir fechas y ritos, surgiendo un sincretismo que perdura hasta la actualidad.

Las puertas para su llegada se abren desde el 28 de este mes, pero es principalmente desde 31 hasta el tres de noviembre que se lleva a cabo la visita desde otros planos de existencia.

Lo más importante a realizar estos días, es tener una ofrenda para las almas.

 La tradición establece que el altar debe constar de siete niveles o escalones que representan los siete niveles que tiene que pasar el alma para poder descansar. Estos altares se realizan generalmente en lugares donde existe un espacio grande donde pueda caber todo el altar.  Aunque claro está que puede ser pequeño, lo importante es mostrar agradecimiento y amor a los ancestros.

 Primeramente, el cuarto donde se ponga el altar debe ser barrido y sahumado con copal hacia los cuatro vientos un día antes del día de muertos. Cada escalón de la ofrenda tiene un significado y debe contener cierto orden y objetos en específico:

 En el primer escalón se pone la foto a quien se dedica. El segundo escalón es para las ánimas del purgatorio.  El tercero para los niños que ya partieron. En el cuarto se pone agua, sal, y el pan adornado con azúcar roja que representa la sangre de la vida. En el quinto se pone la bebida, comida y la fruta preferidos por el difunto. En el sexto se ponen los objetos preferidos, ya sean juguetes en caso de los niños, u objetos de gran estima para el difunto. Por último, se hace una cruz hecha con el aroma del copal, que es él lo que los atrae. Las llamas que levantan las velas representan la ascensión del espíritu, y la luz que guía   su camino.

Se prenden cuatro velas principales formando una cruz orientada a los cuatro puntos cardinales, frente al altar.

Los elementos que no deben faltar en un altar son:

Cadenas de flores de Cempaxúchitl, o de papel morado y amarillo que significan la unión entre la vida y la muerte. Papel picado que da colorido y significa la alegría de vivir. No deben faltar   flores ya que son la bienvenida para el alma, las blancas representan el cielo; las amarillas la tierra y las moradas el luto. Un lienzo blanco y nuevo que representa la pureza, el cielo. Maíz y frutas que representan la cosecha y el agradecimiento por los alimentos que nos da la madre tierra. Cañas, naranjas, tejocotes y jícamas. Vasos de agua que simbolizan la vida y energía para el camino. Las calaveritas de azúcar son reminiscencia prehispánica, las cuales se elaboraban con amaranto.  Se debe poner sal que representa la sal de la vida.

Se acostumbra a hacer un camino de flores, desde la puerta de la casa hasta el altar, o bien poner flores alrededor de las puertas, para que sepan que son bienvenidos.

 La muerte y la vida se entrelazan, agarradas de la mano conformando lo que conocemos por vida. Cada día morimos y renacemos. Cada día debe ser vivido como único, apreciarlo en toda su magnificencia.

Son las flores del y de la dadora de vida, las que alegran el camino. Las flores en nuestras vidas cual mariposas revolotean. Las flores embellecen, agradecen a la tierra, con su magia de color, con la magia de su existencia. Sean floridos nuestros corazones.