Entre canciones, ofrendas y recuerdos, el Día de Muertos en el Panteón Civil

Sobre el fondo del 'regional mexicano' (a 200 pesos la canción), visitantes conviven entre rituales originarios y el Halloween anglosajón.

Desde las visitas solemnes, hasta las que con canciones recuerdan a sus familiares, otro Día de Muertos en el cementerio municipal | Fotografía: Omar Ángel Chávez.

Morelia, Mich.- Entre las notas del cancionero clásico del duelo mexicano, este 2 de Noviembre el Panteón Civil de Morelia fue el escenario en que se actualizó el mito: quienes habitan este país, lo mismo le lloran que le ríen a la Muerte, sí, pero también se visten de Halloween y por todo se cobra.

Los niños, en ánimo festivo, les mandan buenos deseos a sus familiares difuntos: “Que se la estén pasando bien. Que esté feliz de ver a su hija y a sus bisnietos”, dice una Fernanda de no más de ocho años en la carta que su mamá le puso a escribir a su bisabuela.

Su hermano Dominique hizo lo propio, no sin el toque de esa mezcla de elementos originarios y católicos ya propios de una urbe como la capital michoacana: “Que me salude a San Pedro”, le pide a su bisabuelo.

Su mamá Claudia recuerda con complicaciones los nombres de los difuntos que quiere que sus hijos se aprendan, demostrando con ello que la memoria los recuerda, no como aparecieron en sus documentos civiles, sino como lo que fueron para los que se quedan: La Abuela, La Tía, La Mamá…

Como cada año, las tumbas de Demesio, “Catita”, David, Ernesto y el amplísimo onomástico mexicano son limpiadas, pintadas y adornadas por los familiares que asisten este día, el único del año en que dicen tener la esperanza de que se abra el portal entre el mundo de los vivos y el de los muertos, según la cosmovisión ancestral.

Algunas visitas son en tonos más solemnes, como la de Sofía, quien asiste con su hijo y su mamá al lugar donde yacen los restos de su tío Julio, su papá Héctor, su abuelita Gracia y su bisabuela, con la que comparte nombre. Tres generaciones se reunieron este día para “recibir la visita” de los que ya trascendieron.

Por lo mismo, pero entre risas, Víctor Hugo prende velas a sus familiares algunos lotes más adelante: “Es una forma en que le damos un poquito de luz a su regreso a este plano”… También por eso las enchiladas, los churros, la coca, los cigarros, el mole, los pasteles y hasta el pan, lo que “les gustaba en vida” –se excusa encogiendo los hombros.

Decoró, junto con su familia, el sitio donde recuerda a María Guadalupe, a Juan y a Daniel, por medio de un montaje que este año tuvo un costo estimado de mil 800 pesos, aunque hay otras tumbas en las que la inversión tuvo que ser de 500 o menos, por motivos financieros, según respondieron otros ciudadanos entrevistados.

Entre los pasillos coloreados de naranja cempasúchil resalta la guitarra de Saúl, quien con su rasgueo marca para su familia el compás de “Dos Vicios”, interpretada por Los Cadetes de Linares y dedicada, en esta ocasión, a la ya difunta doña María Alicia:

-A mi abuelita le gustaban mucho estas canciones: las norteñas, las rancheras, el mariachi…

-También era muy bailadora-, le interrumpe su mamá con nostalgia, pero también con una sonrisa amplia.

-Y pues es más bonito que, nosotros que sabemos manejar un instrumento, le toquemos su música.

Más adelante, ya casi en el límite sur del panteón, Isidro contrató una banda por 200 pesos la canción para honrar con ellas a su hermano Jaime, su tío José y su abuelita Leonor. Los alientos y las percusiones empezaron por Chalino Sánchez y sus “Nieves de enero”; después, “La barca”, no podía faltar.

Entre grupos de tuneros y solistas sólo con un instrumento en mano buscando quién pueda requerir sus servicios, las callejuelas del panteón resuenan este Día de Muertos con melodías que van desde la Banda El Recodo y su “Vas a llorar por mí”, hasta la icónica “Juan Colorado”, acompañada de sus respectivos zapateados.

No faltaron, por supuesto, los gatos y perros, también integrantes de la familia, algunos de ellos con indumentaria alusiva al Halloween, festividad anglosajona que complejiza todavía más la “hibridación cultural” (Canclini) de estas fechas en México.

A las afueras del inmueble, los vecinos del panteón lucran con sus cocheras, reservando lugares con cubetas para quien quiera pagar por el estacionamiento –a pesar de que está prohibido por el Reglamento municipal–, recordando así que mientras no llegue la muerte, en este mundo hay que pagar hasta para entrar en contacto con ella.